Lc 16,19-31: El ‘rico epulón’, un error para corregir en vida

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

 

Lc 16,19-31: El ‘rico epulón’, un error para corregir en vida

 

La parábola se apoya en dos retratos contrastados, el de un hombre rico y el del un hombre pobre. Esta es una de las páginas del evangelio que retrata con mayor dureza los comportamientos inhumanos e invita a corregir a tiempo.

 

Primero, los personajes

 

Lo primero que llama la atención es la identidad de los personajes.

 

Uno, Dios

 

Dios no se menciona explícitamente en la parábola. Sin embargo, el lector intuye que está presente. Su nombre ‘El’ (Elohim) está oculto en el nombre de Lázaro, o El-eleazar, que significa ‘Aquel a quien Dios socorre’, un Dios que recuerda y custodia al pobre siempre.

 

Dos, Lázaro

 

Sabemos que en las parábolas no se dicen los nombres de los personajes. Esta es la excepción, una feliz anomalía que deja sentir lo que late en el corazón de Jesús, quien cuenta esta historia.

 

Tres, el rico

 

No tiene nombre, el dinero parece ser su identidad, su segunda piel. Porque banquetea todos los días, se ha vuelto popular el calificativo ‘epulón’, que significa (en latín) ‘banqueteador’ o ‘glotón’.

 

‘Epulón’ es un adjetivo despreciativo que describe una persona reducida a máquina que produce y consume sin parar. Es una deformación antropológica. Como ironiza el Salmo 49, es una especie de animal de engorde que ‘en la prosperidad no comprende, es como los animales que perecen’. Y agrega el orante: ‘No temas si alguien se hace rico, si aumenta la pompa de su casa:  que cuando muera no se llevará nada, su pompa no bajará tras él’ (Salmo 49,17-18).

 

El mundo del ‘epulón’ es un mundo bloqueado. Vive en su burbuja. Un mundo aparentemente feliz pero incomunicado, que puede terminar siendo su propia prisión.

 

Segundo, el drama, ¿dónde está el problema?

 

Lo decantamos a partir de tres preguntas que suscita el relato:

– ¿En qué se enfoca la parábola?

– ¿Por qué el rico es condenado?

– ¿Dónde está la solución?

 

Uno, ¿En qué se enfoca la parábola?

 

Lo podemos ver en el punto común en cada una de sus dos partes. La primera parte describe el contraste rico-pobre de forma puntual y descarnada. La segunda, la situación invertida y un diálogo que provoca el análisis.

 

El problema está en un ‘abismo’, un distanciamiento, provocado en la vida terrena y que después de la muerte ya no tiene solución. Este abismo es provocado por la indiferencia. Es en la vida presente donde nos jugamos el futuro, donde se prolonga la gran separación ya creada en vida.

 

La segunda parte lleva al lector a la reflexión: a la hora de la muerte el pobre es elevado y el rico sepultado (hacia abajo, se sobreentiende), los dos extremos cultivados por la sociedad en esta vida se prolongan -ya sin solución- en la otra.

 

El cielo comienza en la tierra, y el infierno también. La vida es relación y nos la jugamos en la apertura, en el ‘salir’ hacia los demás. Eso es lo que lo hace a uno persona y que nos salva.

 

Uno es salvado en la medida en que le pone cuidado a quien está alrededor, sabiendo que el tiempo para reaccionar es limitado. Las oportunidades no son infinitas. Y tristemente es verdad que no hay aviso que sirva para quien no quiere entender.

 

‘La tristeza más grande al final de la vida será la de darse cuenta de que no se ha sido útil para nadie’ (Raoul Follerau).

 

Lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia, el hacer de cuenta que el otro no existe.

 

Dos, ¿Por qué el rico es condenado?

 

Es condenado por provocar un abismo.

 

Esta parábola no es contra los ricos; tampoco es una glorificación de la pobreza, ni mucho menos busca estimular bronca de los pobres contra los ricos.

 

El problema no es que el rico se vista fino, ni que coma bien, ni que tenga dinero. El problema es el ignorar al pobre que está a su puerta: ningún gesto, ni una migaja, ni una sola palabra. Para él, Lázaro no es más que una sombra entre los perros

 

Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia, el hacer de cuenta que el otro no existe.

 

Esta parábola es un grito contra toda ostentación de seguridad que termina convirtiéndose en evasión de responsabilidad. Ocurre que los signos están ahí pero no los veo. Las voces claman pero no las escucho.

 

Tres, ¿Cómo se llena el vacío?

 

Hay tres verbos clave: ver, acercarse y tocar.

 

Son los tres verbos ausentes en la primera parte y que el rico atormentado reclama para sí en la segunda:

– Uno, ‘Levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro en su seno’ (16,23).

– Dos, pidió a gritos: ‘Envía a Lázaro…’

– Tres, lo que espera es que ‘Lázaro moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua’ (16,24).

 

Son las tres acciones negadas en vida: no vio, no se acercó, no dio ni una migaja. Las únicas caricias que Lázaro recibió vino de la lengua de los perros, que resultaron más misericordiosos que la gente.

 

Ver, acercarse y tocar. Es así como se tienden puentes. O, al contrario, cuando se da la esplada, la manera de zanjar abismos entre las personas y de levantar muros para proteger la propia burbuja de bienestar.

 

Tercero, la apertura de los ojos, del corazón y de las manos, a partir de la ‘escucha’

 

La última súplica del rico da la clave final: ‘Manda avisar a mis hermanos’ (16,27-28). Quiere ayudarlos para que no sufran el mismo destino.

 

Pero esta solicitud es redireccionada:

‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque resucite un muerto’ (16,21).

 

¿Qué se quiere decir?

 

Uno, que no es la muerte la que convierte, sino la vida.

 

Quien no se plantea el problema de Dios y de los hermanos ante el misterio luminoso, magnífico y doliente de la vida, entre lágrimas y sonrisas, no lo conseguirá tampoco ante el misterio oscuro que es la muerte.

 

Dos, que lo que te abre los ojos es la escucha de la Palabra de Dios y el grito del pobre.

 

Dos veces se repite en la conclusión el verbo ‘escuchar’ como llamado final: ’¡Que los escuchen!’ (16,29), ’Si no escuchan…’ (16,31).

 

La Palabra de Dios, ‘la Ley y los Profetas’, es punzante en su llamado a ocuparse del hermano, a socorrer al huérfano y a la viuda y ejercer la caridad.

 

Para abrir los ojos no se necesitan visiones, bastan las orejas. Los ojos se abren a partir de la escucha. Enseguida se abre el corazón y luego las manos.

 

En el pulso entre responsabilidad e indiferencia gana el partido quien se pone del lado de la responsabilidad. Quien abre los ojos y tiende la mano. Quien, movido por la Palabra, acoge solidariamente en la mesa de esta vida a todo el que pueda, atendiendo en primer lugar a quien está en la puerta de la casa.

 

Esto es tan prioritario, que decía San Vicente de Paul: ‘Si estás orando y un pobre tiene necesidad de ti, corre donde él. El Dios que dejas es menos seguro que el Dios que encuentras’.

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