Mt 21,33-46: Un amor que no se agota, a pesar de todo

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

Mt 21,33-46: Un amor que no se agota, a pesar de todo

Si nos colocamos en el lugar del dueño de la viña, así se podría reformular la pregunta clave de la parábola de los ‘viñadores homicidas’: ‘¿Cuando venga el dueño de la viña, ¿Qué hará con aquellos viñadores?’ (Mt 21,40).

Lo que queda en vilo es ese ‘hacer’. ¿Venganza u oportunidad?

La historia contada por Jesús vista desde lo negativo se titula ‘de los viñadores homicidas’, pero en realidad es una historia de esperanza: el protagonista de punta a punta es Dios, quien sigue apostando -a pesar de toda la violencia y desengaño que se le contrapone- por un futuro vital para su viña.

Veámosla de cerca…

1. Jesús y las viñas

El entorno de Nazaret y de Cafarnaúm, donde Jesús tuvo su residencia, está poblado de viñedos.

Jesús muestra que amaba las viñas, debía conocerlas muy bien y probablemente hasta habría trabajado en alguna de ellas. El Jesús terreno proviene del mundo campesino.

Jesús observaba esos plantíos con ojos de amor y de allí arrancaba parábolas. En los Evangelios sinópticos tenemos seis de ellas inspiradas en las viñas. En el de Juan, Jesús adoptó la vid como símbolo de su identidad, ‘Yo soy la vid y ustedes los sarmientos’ (Jn 15,5), y al Padre como le dio el nombre y la figura del viñador (Jn 15,1).

En esta ocasión, en Mateo, Jesús resume en una parábola de viña la historia de la relación de Dios con su pueblo.

Jesús narra una historia coloreada de amor perenne y de traición en el escenario de una viña con vendimia de sangre. La parábola es nítida: la viña es Israel, somos nosotros, soy yo, todos juntos somos esperanza y desilusión de Dios.

2. La historia de un amor primero y constante… a pesar de todo

La parábola se detiene primero en el cuidado apasionado con que fue plantada la viña. El dueño ha invertido mucho en ella: la ha ha rodeado de cerca como un abrazo, ha excavado un lagar, ha levantado una torre y la ha confiado al cuidado de otros.

La parábola avanza luego en un clima de amargura y de violencia. Por una lado la nobleza de ánimo del dueño y por otra el rechazo con brutalidad y violencia, en dos ocasiones, de los enviados del dueño.

Hasta que se escuchan las últimas palabras de los viñadores, insensatas y sanguinarias: ‘Este es el heredero, vengan, matémoslo y nos quedamos con la heredad’ (21,38).

Es como si una voz primordial y brutal le dijera por dentro a los viñadores: ‘Toma el puesto del otro, elimínalo y quédate con su campo, con su casa, con su mujer, con su dinero. Sé tú el más fuerte, el más cruel, el más astuto y te volverás jefe’.

Es una manera bestial de apropiarse del rol del dueño, más que del de servidores de la vida.

La motivación para hacerlo es tener, poseer, tomar, acumular. Esta embriaguez por el poder y el dinero es el origen de las vendimias de sangre de la tierra, ‘raíz de todos los males’ (1 Tm 6,10).

Pero hay más… la muerte del hijo.

3. Un nuevo comienzo apoyado en un nuevo fundamento

Lo más importante de esta historia de amor defraudado es su conclusión.

La parábola concluye con la cuestión: ¿Qué hará con aquellos labradores el dueño de la viña después de la muerte del hijo? (21,40).

La solución propuesta por los judíos es lógica, que el patrón tome represalias. Ellos proponen una venganza ejemplar y que vengan después nuevos viñadores que paguen lo debido al Patrón.

Su idea de justicia es un retroceso, ellos dan un paso atrás como queriendo recuperar la situación anterior al delito, manteniendo intacto el ciclo inmutable del dar y del tener.

Jesús no está de acuerdo, Dios no desperdicia su eternidad en venganzas, más bien ‘El Reino de Dios será dado a un pueblo que produzca los frutos’ (21,43).

Lo que hace es introducir la novedad propia del Evangelio: la historia perenne del amor y de la traición entre el hombre y Dios no concluye con un fracaso, sino con una viña nueva.

Que la viña sea dada a un pueblo que la haga fructificar, es la última maravilla de un ilógico amor.

Cómo es reconfortante ver que Dios no se rinde y vuelve a empezar de nuevo. Que después de cada traición ensaya reconquistar de nuevo el corazón, con otros profetas, con nuevos servidores, con el hijo, y finalmente, incluso con la piedra descartada.

Es el retrato de un Dios apasionado que hace por mí lo que ningún otro haría. Un Dios en el ropaje de un campesino que, como todo campesino, le dedica a la viña más corazón y le invierte más que a cualquier otro campo. Dios tiene para mí una pasión que no se deja apagar por ninguna desilusión.

Entre Dios y el hombre las derrotas sirven para que triunfe mejor el amor Dios.

Somos viña amada cultivada por un Dios apasionado. Nos corresponde dejarnos amar por Dios. No soy más que una viña pequeñita, pero de mí, precisamente de mí, de mí, Dios no quiere renunciar.

Son palabras luminosas que llenan de esperanza. Mis dudas, mis pecados, mi campo estéril no es suficiente para interrumpir la historia de Dios. Su proyecto es un vino de fiesta para el mundo, es más fuerte que mis traiciones, y sigue avanzando, sabiendo que, a pesar de todas las fuerzas contrarios, la viña florecerá.

Su Reino es una casa nueva cuya piedra angular es Cristo, una viña nueva donde la vid verdadera es Cristo.

Lo que Dios espera no es el tributo finalmente pagado, sino una viña que no madure más uvas rojas de sangre y amargas de tristeza. Lo que espera son uvas doradas por el sol, jugosas, brillantes y dulces de miel.

El fruto que el Patrón espera no es conforme a su propio interés, lo que él espera es que sus hijos no sean más humillados.

El mundo, como la viña de parábola, es de Dios y es dado a quien trata de hacerlo cada día mejor, a quien hace todo lo posible por hacerlo crecer.

Metáfora aparte, lo que Dios sueña es una historia que no sea guerra de apropiaciones de herencias, de disputas de territorios, de batallas de poder, sino que produzca una vendimia de bondad, un fruto de justicia, uvas de honestidad y, quizás, gotas de Dios entre nosotros.

El fruto que Dios espera es una historia que no genere más oprimidos, sangre, injusticias, rostros negados y cuerpos humillados.

La visión de Jesús es positiva: la historia perenne del amor de Dios y de mi traición no se resuelve con una derrota. Mi pecado no bloquea el plan de Dios.

El resultado de la historia será bueno. Para eso vino Jesucristo, vid y vino de fiesta. En él me sacio y en él me gozo. En él crezco para llenar de vida los caminos del mundo.

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