Mt 20,17-28: Contra la manía del poder

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

Mt 20,17-28: Contra la manía del poder

Esta página del evangelio nos pone ante una de las enseñanzas más importantes de Jesús: la autoridad como servicio.

Se trata de una manera de servir que requiere una conversión por parte del servidor. Y Jesús es el modelo de este servicio.

Para entenderlo no hay que perder de vista la conexión entre las tres partes de la secuencia del relato:
– el anuncio de la pasión (Mt 20,17-19),
– la petición de la madre de los Zebedeo (20,20-23)
– y la lección final de Jesús (20,24-28).

Veamos el desarrollo de los puntos fuertes del relato, partiendo de la extraña petición de la madre de los Zebedeo.

1. Una petición fuera de lugar

En Mateo curiosamente la iniciativa de pedir cargos en la comunidad, proviene de la mamá. En la práctica es: ’Quiero para mis hijos los primeros puestos’.

¿Qué hay por detrás de esta solicitud?

Uno, toda madre siempre sueña lo mejor para sus hijos, incluso su reconocimiento social, ¿no es verdad? Como madre no parece estar equivocada, pero sí como discípula de Jesús.

Dos, hay que recordar que los hijos de Zebedeo están entre los más antiguos de la comunidad, porque fueron los primeros llamados a orillas del lago junto con Pedro y Andrés (4,21-22). Ahora se sienten con derechos, reclaman una precedencia. Preparan el terreno de lo que piensan ‘merecer’ cuando el Mesías establezca su reino.

Jesús escucha la solicitud, pero -interesante- no le responde a la mamá sino a los discípulos: ‘No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo voy a beber?’ (20,22).

Después de quizás tres años de camino, de ver enfermos curados y multitudes alimentadas; después de tres anuncios de la muerte y resurrección; es como si no ellos hubieran entendido nada.

Pues bien, una vez más Jesús pone en juego su pedagogía paciente y luminosa. En vez de ponerse rabioso o desanimarse, los confronta y les hace una contrapropuesta explicándoles cuál es su sueño de mundo nuevo.

Jesús responde :’No saben lo que piden’.

Es como decir ’no entienden qué cuerdas oscuras están tocando con esta petición, qué pobre corazón, qué pobre mundo nace de esta hambre de poder’.

‘No saben lo que piden’. Por detrás hay una ironía que capta el lector: los que serán puestos a la derecha y la izquierda de Jesús en la cruz será dos malhechores.

‘No saben lo que piden’ porque porque aspiran al éxito, el poder y el esplendor, pero no se fijan que Jesús acaba de decir que el camino para la gloria pasa por la cruz.

De ahí la pregunta: ‘¿Pueden beber la copa que voy a beber?’ (20,22). En la Biblia esta copa simboliza el sufrimiento (Salmo 75,9; Is 51,17.22).

Y ante la respuesta positiva de ellos, Jesús replica recalcando el precio de esta disponibilidad: ‘Desde luego que beberán mi copa’, no están exentos, pero es el Padre quien asigna los lugares (20,23).

Curioso es que la mamá que hizo la petición al final entenderá la cuestión mejor que los hijos. Cuando llegue la hora decisiva la encontraremos al pie de la cruz (27,56), mientras que sus hijos se darán a la fuga (26,56).

2. No así… sino de esta otra manera

Que ‘no entienden lo que piden’, lo prueba la reacción violenta de los otros diez discípulos: ’Se indignaron con los dos hermanos’ (20,24).

El resto de los discípulos se indigna (‘aganakteō, en griego). La petición genera un conflicto comunitario.

La comunidad se rebela, unánime en el malestar. Todos parecen mancomunados por la misma competición por ser los primeros.

No son sólo los dos hijos de Zebedeo (los que tenían el apodo ‘boanerges’, hijos del trueno, es decir, dominantes, autoritarios) sino todos. Así muestran lo distante que están de la manera de pensar de Jesús.

Entonces Jesús llama aparte a los Doce, bien cerquita de él, y trata de reeducarlos. La lección que les va a dar apunta a su opción alternativa: ‘No ha de ser así entre Ustedes’ (20,26).

¿Qué es lo que no procede? ¿Cuál es el virus que Jesús quiere erradicar en su comunidad?

Jesús habla de una dominación (‘kata-kyrieuō’) y de una opresión (‘kata-exousiazō’) ejercitada por los gobernantes y por los supuestos benefactores del pueblo. Los grandes de la tierra dominan sobre los otros, se imponen como salvajes a la fuerza y someten a vasallaje o dependencia. Así funciona el poder en el ámbito mundano.

‘¡Entre Ustedes no será así, no señores’!

Este ‘No ha de ser así entre Ustedes’ no es un consejo, es una expresión radical que quiere decir: ‘Quien se comporte de esta manera no es de mi comunidad’.

La comunidad de los discípulos de Jesús no copia las formas de organización de la sociedad ni se vale de sus estrategias para mantener el poder. Estas estrategias muchas veces son injustas, ya que media la corrupción y se valen de imposiciones de corte totalitario.

Jesús no admite, de ninguna manera, pensamientos supremacistas entre los suyos.

El gobierno en la comunidad cristiana es diferente, es alternativo.

¿Cuál es, entonces, la verdadera constitución que Jesús le da a su Iglesia?

El de una comunidad de hermanos y hermanas donde todos se sirven unos a otros y entre los cuales quien ejerce la autoridad es el siervo de todos los siervos.

Jesús no es contrario a que haya autoridad, la cual es una tarea necesaria, sino a cierta manera de ejercerla. Jesús no es anarquista, pero eso sí, tiene un punto de vista particular sobre el ejercicio de la autoridad en una comunidad.

Lo que Jesús no quiere es que en las comunidades haya guerra por los cargos, carrera por méritos, honores por trayectoria, privilegios para unos cuantos, gente astuta que se las arregla para salirse con la suya, con afán de sobresalir y de tener el control para obtener beneficios personales. Todas esas actitudes contradicen el Evangelio.

Jesús ataca de frente ese virus, la manía del poder. ¡Se es servidor y basta!

¿Cuál es el estilo que propone Jesús?

Jesús propone otra manera de ejercer la autoridad, haciendo una inversión desde las raíces mismas del poder:

‘Quien quiera hacerse grande entre Ustedes que se sea el servidor (‘diákonos’, en griego)’ (20,26)

Y enseguida avanza con otra frase paralela que es aún más fuerte:

‘Quien quiera ser el primero que sea el esclavo (‘doulos’, en griego)’ (20,27)

Es decir, que para ‘servir’ no hay que por encima de nadie, sino todo lo contrario: por debajo de todos, hacerse pequeño, como los últimos de la sociedad, los esclavos.

¿Cómo es ese servidor-esclavo?

Es como ‘El Hijo del hombre que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos’ (20,28).

Jesús es el modelo de esta inversión de valores. Es más, esto es lo que le distingue: ‘No vine para reclutar servidores para mí, sino para ser yo el siervo’. ’Servicio’ es el nombre más difícil del amor más grande.

Jesús se identifica con el siervo sufriente del Cuarto Cántico de Isaías, cuyo servicio pasa por una muerte ignominiosa. Pero ’después de su íntimo tormento’, después de haber pasado por el sufrimiento, Dios declara de él: ’Mi justo siervo justificará a las multitudes (o a muchos) y cargará con su iniquidad’ (Is 53,11).

Jesús no diseña cualquier tipo de ‘servicio’ ni tampoco de ‘siervo’. Estamos ante la más sorprendente y más revolucionaria de todas las autodefiniciones de Jesús: un servidor quien por el servicio va hasta su propia muerte.

Esto cambia los conceptos populares. Son palabras que dan vértigo: ¡Jesús es mi servidor! ¡Jesús se pone a mi servicio reventando su vida por mí! Esto vuelve añicos las ideas clásicas que la humanidad se ha hecho de Dios y sobre la realización del ser humano.

Esta enseñanza de Jesús modifica la imagen de Dios: Dios no es el patrón y señor del universo que está en un trono y ante quien uno tiene que arrodillarse temblando.

¡No! Es él quien se inclina a los pies de cada uno de sus hijos, quien agarra una palangana, se amarra una toalla a la cintura y se pone a lavarles los pies, a vendarles las heridas. Y lo hace de rodillas, no por encima de nadie.

Esta enseñanza de Jesús también modifica la imagen del ser humano: el único modo que hay para que no seamos más patrones entre nosotros es ponernos al servicio de todos.

Jesús deja entender que quiere seguidores que sean grandes y los primeros, sí, pero no de cualquier manera. De hecho, Jesús no convoca seguidores tontos, sino gente interesante, noble, libre y emprendedora. Gente bella con la belleza de un Dios con las manos enredadas en la espesura de la vida, gente que con ternura combativa custodia todo lo que florece bajo el sol.

Y para ello les propone un camino alternativo, un camino que lleva a la grandeza que hace grandes a todos a la par, sin atropellar a nadie.

3. Un nuevo tipo de grandeza

¿En qué cosa quisiera ser el primero? ¿Quiero dedicarme más a mi pequeña huerta, a mis pequeñas ambiciones, o a ayudar a crecer a quienes me rodean?

Jesús vino para lavarme los pies, no para dominarme. Su modo de ser Señor de la vida es servirla. Suena como una locura, ¿verdad?

¿Será posible que entre nosotros sigamos como Santiago y Juan, todavía jugando a quién manda, a quién es jefe, a quién lleva el control o somete al resto del grupo?

Los discípulos dejan ver que habían absorbido algo del veneno de la competición, del arribismo y de la prepotencia. También en la Iglesia puede infiltrarse esta semilla de corrupción.

La ironía es total. ¿Cómo es posible que persigan lógicas de poder cuando en el aire ya se respira el anuncio de la pasión, el aviso de una muerte que es servicio en la donación de vida, en la pérdida total de sí? ¿Cómo pueden ser tan prepotentes cuando en su pecho cargan una cruz?

El Señor nos hace grandes, sí, pero a su manera, no mediante el que ‘me sirvan’, sino por el ‘servir dando la vida’ (20,28)

Somos seguidores de un Señor que se hace esclavo, de uno que se ocupa de nuestros pies cansados, de nuestros corazones lastimados, de nuestros momentos oscuros, de mí y de ti.

Escribía Madeleine Delbrêl lo que aprendió de este evangelio y que podría ser nuestra oración:

‘Si tuviera que escoger una reliquia de tu pasión, Señor, sería aquella palangana llena de agua sucia con la que lavaste los pies. Y luego giraría el mundo con ella lavando los pies agachada, sin levantar cabeza para no distinguir entre el vagabundo, el ateo, el drogadicto, el preso, el asesino. Lo haría en silencio hasta que todos hayan entendido que en el mío habita tu amor’.

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