Juan 11,1-45: Una Palabra que resucita

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

 

Jn 11,1-45: Una Palabra que resucita

 

Esta página del evangelio de Juan es quizás una de las más conocidas. Se trata de una predicación cristiana en forma narrativa, que desglosa a través de las vicisitudes de los personajes cómo se hace el camino fe en la resurrección.

 

En este caso concreto: la enfermedad mortal de un familiar, que es también un amigo querido. Es la historia que ocurre en Betania, apenas a tres kilómetros de Jerusalén, donde viven la familia de Marta, María y Lázaro.

 

El relato contiene muchos detalles e invitaciones. Dada su extensión y complejidad, permítanme quédame esta vez con un solo punto, un punto que -por cierto- nos da la perspectiva privilegiada en el relato. Me refiero a la actitud Marta y María frente a la muerte del hermano y las palabras que ellas le dicen a Jesús.

 

Marta y María me interpelan: ¿Cuál es mi actitud ante la enfermedad y la muerte?

 

Esta historia puede ser leída como el modelo de cómo se hace un camino de fe que vence la adversidad.

 

Valga notar que, en este relato tan extenso, de 45 versículos, el detalle de la resurrección de Lázaro sólo ocupe tres versículos (11,42-45), mientras que el camino de la fe de Marta y María ocupa los 42 versículos restantes. Así ya sabemos qué es lo que quiere enfocar el relato.

 

Evidentemente el gran protagonista del relato es Jesús. Él lleva entrañablemente a su corazón a esta familia: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro’, anota el narrador. Usa el verbo griego ‘agapaō’, de donde viene el sustantivo ‘agape’, que es más que amor como sentimiento, es el amor que se hace donación de sí a la persona amada.

 

Lázaro, así como las dos hermanas, no sólo es el amigo de Jesús, también lo es de su comunidad de discípulos: ‘Lázaro nuestro amigo’ (11,11; aquí usa el sustantivo ‘filos’, ‘amor de amigo’).

 

Sigamos los pasos de Marta y María, primero por separado y luego notaremos el contraste.

 

1. La evolución interna de Marta

 

Marta está bien caracterizada en el evangelio de Juan. Lo mismo que en Lc 10,38-42, aquella vez en que Jesús vino como huésped y ella se puso nerviosa. Marta es un “tipo”, como se dice en narratología, es decir, una figura representativa de un determinado comportamiento.

 

Marta es la mujer siempre ocupada, la que lidera y se echa al hombro la familia entera, pero también la que habla mucho.

 

Veamos cómo evoluciona ante la adversidad de la enfermedad mortal de su hermano Lázaro, tomando como referencia sus primeras tres intervenciones.

 

Primero: “Señor, el que tú amas está enfermo” (11,4).

 

Cuando ya percibe la gravedad de la situación, Marta toma la iniciativa de mandar a llamar a Jesús a la casa. Lo dice delicadamente, simplemente exponiendo la situación, es suficiente.

 

Segundo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas” (11,21).

 

Cuando Jesús llega a Betania, Lázaro ya está muerto. Jesús ya lo sabía (11,11). Marta lo recibe con un reproche: ‘Si hubieras estado aquí…’ (11,22).

 

Cuando Jesús le dice “Tu hermano resucitará” (11,23), ella reacciona con una especie de ‘eso ya lo sé’: “Sé que resucitará en la resurrección del último día” (11,24).

 

Tercero: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que debía venir al mundo” (11,27)

 

Llegamos al punto más alto de este recorrido. Jesús corrige el punto de vista de Marta sobre la resurrección: no apunta hacia el futuro sino hacia el presente, no señala la resurrección como un evento sino como una persona, él mismo: ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que cree en mí, no morirá jamás’ (11,25-26).

 

Esto es lo que hay que ‘creer’. Jesús entonces la lleva a hasta la profesión de fe: ‘¿Crees esto?’. Y ella responde con la confesión de fe: ‘Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo’ (11,27).

 

Hasta aquí Marta. Enseguida entra en escena María.

 

2. La evolución interna de María

 

Si miramos bien el pasaje, notaremos que María emerge de una manera diferente, con todo su espesor humano y sobre todo teológico.

 

El narrador la denomina discretamente “la otra hermana”. ¿Cómo afronta ella la muerte de su hermano?

 

Ella comienza postrada, pero luego se va elevando poco a poco. Hace un camino completo de fe. Veámoslo.

 

Apenas Marta proclama su fe, corre a llamar a su hermana María (11,28). Ella había estado hasta ahora en segundo plano, parecía aparte, ocupando un rol secundario, gregario. No había corrido al encuentro el maestro y amigo Jesús cuando llegó, como había hecho Marta. El narrador había informado que entretanto María se había quedado ‘sentada en casa’ (11,20).

 

En Lc 10,38-42, el estar sentada es una seña de identidad, representa la actitud discipular de quien está en disposición de aprendizaje. Pero aquí no. Es pasividad. Es la actitud de quien está sumido en el dolor y le importa poco lo que pasa fuera.

 

Ella responde al llamado de Jesús y va a su encuentro. Pero pareciera que María no tuviera nada original que decir. Está bloqueada. Ya había hablado su hermana y por eso se limita a repetir lo que ya se había escuchado en boca de Marta: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (11,32; ver 11,21).

 

Pero, atención, las dos afirmaciones no suenan igual en boca de cada hermana (11,21 y 32), si bien las traducciones prácticamente las ponen iguales. Hay ligeros matices que marcan diferencia en el texto griego.

 

La conversación de Jesús con María coincide con el momento en el que se desborda una fuerte emoción de Jesús: el dolor por el amigo muerto. El narrador dice que que cuando Jesús la vio llorar a María y a los que le acompañaban (11,33), ‘se conmovió y turbó’ (11,34). Literalmente, ‘se agitó por dentro y se consternó’ (en griego: ‘enebrimēsato tō pneumati kaì etaraxen heauton’).

 

Y la gente lo percibió y tradujo se sentimiento: “Cómo lo amaba” (11,36).

 

Y Jesús va así hasta la tumba, conmocionado y acongojado, con el corazón ardiendo por el amigo ausente.

 

En este punto María vuelva a pasar a segundo plano, no comparte la escena del milagro de la resurrección de su hermano. Quien asiste es Marta.

 

A Marta, que hacía un rato había confesado la fe en Jesús, Jesús le tiene insistir: ‘No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?’ (11,40). Para Marta la reanimación de su hermano es un imposible: lleva cuatro días muerto y ha huele mal.

 

Entonces Jesús procede a la resurrección. Ora al Padre y le ordena a Lázaro salir de la tumba (11,41-43). Todo el mundo queda admirado cuando ve a Lázaro salir de la tumba vendando. Jesús ordena que le quiten las vendas para que pueda caminar (11,44).

 

María, quien de nuevo había vuelto al silencio, reaparece en la conclusión del relato, en la referencia hecha por el narrador. Cuando una parte de la gente que ha venido detrás de ella (ver 11,31), los que habían venido desde Jerusalén a dar el pésame, llegan a la fe: ‘Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él’ (11,45).

 

3. El contraste entre Marta y María, dos caminos ejemplares, pero sólo uno va lejos

 

La gente que al final llega a la fe, primero había venido ‘a casa de María’ y luego habían ido hasta la tumba ‘detrás de María’ (11,31). Es curioso que se dice ‘casa de María’, no de Marta.

 

De la fe de Marta se pasa a la fe de un gran número de judíos en Jesús, pero por medio de María. Aunque Marta ocupa más espacio en la narrativa del camino de la fe, quien más fuerza tiene es María. Precisamente ella, la que parece callar y escuchar.

 

Y es aquí donde está el detalle. Recordemos que María entró en escena gracias al llamado que le hizo Jesús (11,31: ‘El maestro está aquí y te llama’). El verbo con el que se describe esta llamada es importante, en griego se dice ‘foneō’ (11,20).

 

Pues bien, este mismo verbo ‘foneō’, ‘llamar’, es el verbo con el que sintetiza el milagro en un episodio siguiente: ‘La gente que estaba con él cuando llamó a Lázaro del sepulcro y le resucitó de entre los muertos, daba testimonio’ (12,17). De hecho, como reporta bien nuestro pasaje, Jesús gritó con fuerza frente a la tumba: ‘¡Lázaro, sal afuera!’ (11,43). De hecho, había sido una llamada.

 

Este también el verbo del buen pastor que llama a las ovejas por su nombre: ‘Las ovejas atienden a su voz, llama a sus propias ovejas por su nombre y las conduce fuera’ (10,3). Esta llamada por el nombre vuelve a ocupar protagonismo en la escena del reconocimiento del Resucitado por parte de otra María, la de Magdala, donde es llamada por su nombre (20,16).

 

La Palabra escuchada, creída y vivida, resucita. Así lo recuerda la primera lectura de hoy, en la profecía de los huesos secos y resucitados (Ez 37,1-14). En la profecía de Ezequiel se había dicho que un día los muertos escucharían la voz y resucitarían. También Jesús había predicho: ‘En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán’ (Jn 5,25).

 

Pues bien, María es la discípula que escucha la voz de su Señor y que se “levanta de prisa” (11,31). Otros siguieron también, yendo detrás de ella; su respuesta jaló la de otros. María resultó convirtiéndose en mediación de la fe para los otros que han venido a su casa y que al final terminaron creyendo en Jesús.

 

Marta, por su parte, habla mucho, cree saberlo todo. Cuando dice ‘Yo sé que [mi hermano] resucitará en el último día’ (11,24), se pone en la línea de los fariseos que tienen siempre en boca la doctrina, que creen saberlo todo, que discuten todo, controvierten a Jesús y no ven más allá. María, en cambio, habla poco, pero hace lo fundamental.

 

La fe de Marta es correcta, pero será corregida por Jesús. Cuando dijo ‘Yo sé que resucitará en el último día’ (v.24), Jesús le hace ver que no hay que esperar hasta el último día, ‘Yo soy la resurrección y la vida’, y que esta resurrección comienza en el aquí y ahora de la fe: ‘Quien cree en mí, aunque haya muerto vivirá’ (11,25-26).

 

La resurrección no es después, sino ahora. Ahora resucita realmente Lázaro. Pero hay también un segundo nivel que se representa en las hermanas de Betania. Ahora también el creyente en él tiene vida nueva, ahora es cuando hay necesidad de una fe verdadera.

 

En fin…

 

María ha hablado poco, pero ha entendido mucho. Como se verá en la escena de la unción, la fe no expresada en este pasaje, por fin resulta floreciendo en la mesa en la que un frasco de perfume contiene todo el lenguaje de su fe y de su amor (12,3.7). Ella tuvo fe en la salvación que viene de la muerte de Jesús, la que nos lleva a ver la gloria de Dios (11,4.40).

 

Hago también mía en este día esta oración que me ha compartido Floralba Rodríguez:

 

‘Señor, que llamaste a Lázaro, por su nombre, a la vida; que a quienes el agobio, las dificultades, el dolor, las vicisitudes de la vida, paraliza, escuchemos tú voz que nos llama al amor y emprendamos el camino. Y que, con el corazón inundado de tú amor, pongamos en el horizonte de nuestra mirada a tantos hermanos, del mundo entero, llamados también a la Vida’. Amén

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1 comentario
  1. Lucía Esperanza Guillén Suárez

    Excelente. Gracias por compartir esta reflexión y estudio de La Palabra. Dios lo bendiga Padre Fidel. El Padre Carlos Álvarez debe estar bendiciendo desde el cielo su trabajo.

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