En Hechos 2, 1-13 se nos relata la venida del Espíritu Santo sobre el colegio apostólico y la Santísima Virgen María, este acontecimiento tiene lugar el día de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua. Pentecostés, o fiesta de las Semanas, es una de las celebraciones judías más importantes (Cf. Dt 16, 9-10). Para los cristianos esta fiesta es considerada como la nueva alianza, sellada con el Espíritu Santo, donde se da el nacimiento de la Iglesia y cuya experiencia tan bella no puede quedar como un hecho del pasado, sino que debemos renovarla y hacerla actual.
De la experiencia de Pentecostés se pueden extraer tres prodigios que nos ayudan hacerla actual: En primer lugar, el Espíritu Santo reúne la comunidad con un mismo objetivo, puesto que El Espíritu de Dios trae unidad mas no división y el objetivo que propone es evangelizar, llevando a todas las personas y naciones el Reino de Dios. Dicho esto, al ser personas portadoras del Espíritu Santo, estamos llamados a promulgar la unidad con el objetivo de ser auténticos testigos del Resucitado en todos lugares que lleguemos. En segundo lugar, el Espíritu Santo nos hace hablar en el lenguaje del amor, esto significa que El Consolador nos hará hablar ese lenguaje para que nos logremos entender, aunque seamos diferentes y pensemos diferente: este mismo lenguaje nos hará proclamar las grandezas de Dios. En último lugar, el Espíritu de la Verdad da la fuerza para evangelizar, puesto que Él, es el primer evangelizador y anima a hacerlo con poder, de una manera distinta, permitiéndonos ser “testimonios de fuego” para los demás y, así, sus corazones también se enciendan con el fuego del Espíritu.
Elvivir estos prodigios nos tienen que transformar interiormente, para después ser testigos eficaces que llevarán el Nombre de Dios hasta los confines de la tierra (Cf. Hechos 1, 8), viviendo y entendiendo estos prodigios nos tiene que confirmar que Jesús si cumple sus promesas. Pentecostés debe de ser una constante en nuestro vivir diario, para que el Espíritu Santo renueve en nosotros todos los prodigios que ocurrieron en el primer pentecostés de la Iglesia, sabiendo que el mayor prodigio es la unidad en el amor, la unidad en el Dios que es amor (Cf. 1 Juan 4, 8) y que con su Espíritu Santo nos congrega (Cf. Mateo 18, 20).