Lc 4,21-30: Jesús al borde de la muerte en un barranco

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro

Lc 4,21-30: Jesús al borde de la muerte en un barranco

La gente en la sinagoga pasó rápidamente de la admiración a la indignación, del orgullo por su coterráneo más famoso al desprecio, hasta el punto de expulsarlo. El furor popular resulta homicida. ¿Qué fue lo que pasó?

El narrador se limita a registrar el cambio, pero de las palabras de Jesús se puede deducir. Todos estuvieron de acuerdo con el ‘qué’ de su misión, no en el ‘cómo’. Todos aprobaron que se ocupara de los pobres, de las sanaciones, liberaciones y de que hiciera presente el año de gracia del Señor. Les costó entender su manera de llevarlo a cabo. Como quien dice: muy bien todo lo que propones, pero no lo hagas así.

Algo similar ocurre en la entrada a Jerusalén. La misma multitud que lo aclama entusiasmada como rey, pide unos días después su crucifixión.

Con todo y esto, y en la línea de la tradición bíblica, la persecución ratifica la autenticidad de la vocación del profeta (ver la primera lectura, el caso de Jeremías).

El final del relato, donde Jesús pasa en medio de la gente enfurecida y sigue adelante su camino, exhibe su libertad y lo que ocurrirá en la conclusión del evangelio entero, a partir de la muerte y resurrección, la Palabra nunca podrá ser apagada, seguirá su camino.

Analicemos en el texto esto del ‘cómo’, que resulta chocante para la gente, pero que es la clave de la misión de Jesús.

1. La expectativa de los milagros

En la prolongación de su discurso programático en Nazaret, Jesús pone el dedo en la llaga cuando indica dónde está el error más dramático de la gente.

‘Haz aquí los milagros de Cafarnaún’. La expectativa de la gente se enfoca en los milagros. No buscan a Dios sino al taumaturgo (milagrero), al que te resuelve tus penurias pero no te exige compromiso de vida.

El problema es la imagen de Dios y por tanto del Mesías. Un Dios pronto a intervenir en los pequeños o grandes naufragios, que sorprenda con efectos especiales, que resuelva problemas pero que no cambie el corazón. Pero ese no es el Dios de los profetas.

Jesús, por su parte, narra cómo es el Dios de la gran profecía bíblica.

Un Dios que tiene como casa toda tierra extranjera. Su casa es el dolor y la necesidad de toda persona, no importan quién sea. No es Dios de orgullos nacionales, representativo de una pequeña élite religiosa, él siempre va más allá. Y por eso el profeta Elías se ocupa de una viuda en el extranjero y Eliseo de un general del ejército enemigo de Israel.

Esto es lo que Jesús hará a lo largo de todo el evangelio cuando se ocupe de los marginados, pecadores, impuros, enemigos, e incluya a todos los que la comunidad que se cree ‘santa’ pone de lado.

Jesús no teme desilusionar a sus coterráneos, con tal de que comprendan la gran apertura de su Evangelio. La ironía del proverbio popular ‘Médico cúrate a ti mismo’ parece hacer eco al pensamiento de la época: cuando una persona que no cede para privilegiar su propia ciudad se parece al médico que no quiere curar su propio cuerpo (así decía el historiador antiguo Dion Crisóstomo en el Discurso 49,13).

El siguiente proverbio, ‘Ningún profeta es agradable en su propia tierra’, dice con precisión la modalidad del estilo mesiánico de Jesús. Por tanto, si quieres entender al Mesías debes liberarte de tus propios prejuicios y abrirte a su novedad.

El peligro siempre está en pensar que el mundo se reduce al propio campanario.

2. Jesús al borde de la muerte en el barranco

La furia de la gente se desencadena en tres pasos: (1) se llenaron de ira, (2) se levantaron y (3) lo empujaron fuera para despeñarlo en el barranco que queda al pie de Nazaret.

El comportamiento de la gente no es una simple asonada popular, tiene un argumento. Según la Toráh (Dt 13,2-12; 17,2-7) los que se presentaban con falsas visiones y llevaban a la gente a adorar a otros dioses, debían ser expulsados y condenados a muerte (lo mismo en Hch 7,59; 14,19). Pero, ¿era el caso de Jesús?

De repente llega la sorpresa final: ‘Pasando en medio de ellos sigue su camino’. Jesús ni se deja amedrentar ni huye, ni se calla ni cambia de estrategia misionera, mucho menos se esconde para salvar su integridad.

Él ‘Pasa en medio’ de la lluvia de críticas y manos agitadas, se abre camino como el sembrador que abre un surco en la tierra, mostrando que nada puede ponerle obstáculo ni bloquear la profecía. Una alusión a la victoria pascual. Nada puede detener el viento de Dios.

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