Lc. 18, 9 -14: La Oración que realmente transforma…

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

Lc 18,9-14: La oración que realmente transforma

¿La oración cambia mi vida, o se queda en una simple reza? Estar dispuesto a dejarse cambiar por Dios o no, ¡esa es la cuestión que plantea esta página del Evangelio de Lucas!

Esto Jesús lo ilustra con una parábola que se desarrolla entre el ‘subir’ y el ‘bajar’ y en la que contrapone a un típico piadoso con otra persona rotulada socialmente con la etiqueta de pecador.

El relato gira en torno a nuestra manera de presentarnos ante Dios y también sobre la manera como Dios nos ve. De principio a fin se escenifica lo que ocurre en el secreto de la oración: la imagen que nos creamos de Dios y de nosotros mismos.

Fijémonos bien en la ironía que se hace notar en el comienzo y el final de la parábola.

‘Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano…

El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no’.

En un itinerario geográfico, la subida al templo, los dos personajes escenifican un itinerario interior. El geográfico es idéntico para el fariseo y el publicano, el interior aparece como completamente opuesto

1. La escenificación de la oración de un ‘justo’ y de la de un ‘pecador’

El comentario inicial del narrador da la clave de lectura. Jesús se dirige frontalmente ´A algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás’.

Enseguida vemos el contraste entre estos dos personajes que representan dos extremos de la religiosidad y de la ética, el fariseo y el publicano. Finalmente, llama en causa a un tercero, a Dios mismo, el que escucha o no la oración, y quien es el que decide cómo es que se entra en la correcta relación con él.

El paralelo expone dos maneras de estar ante Dios y ante la vida. Esto se nota en tres detalles:

– En el lugar que ocupan en el templo. El fariseo se pone delante y el publicano detrás.

– En la posición física que adoptan. El fariseo se queda de pie y el publicano se postra con el rostro en el suelo. Soberbia vs. humillación.

– Y en el contenido de la oración. El fariseo expone sus logros y el publicano pide perdón (con el comienzo del Salmo ‘Miserere’).

El punto crítico salta al aire cuando el fariseo se permite compararse con pecador, emitiendo un juicio positivo sobre sí mismo y negativo sobre el otro: ‘Yo no soy como ese’. Una simple frase que, al marcar distancia frente al otro, cree afirmar su cercanía con Dios.

2. El pinto de vista de Dios

Veamos el final…

Jesús comenta la historia diciendo cómo sale cada uno de la oración, ‘Uno volvió a su casa justificado y el otro no’, y con la sentencia: “El que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado’.

Esta conclusión, que viene de la boca de Jesús, nos da una sorpresa: cuál es el punto de vista de Dios. Al mismo tiempo enseña cuál el verdadero rostro de Dios que hay que buscar en la oración.

Por boca de Jesús, el actor final es Dios quien se posiciona ante la oración recibida.

Dios invierte las situaciones: al publicano que admitió que era un pecador, Dios lo proclama justo; y al fariseo que ‘pagado de sí mismo’, Dios lo despoja de la justicia que creía poseer.

El cobrador, orando a Dios en la humillación, recibe el perdón; mientras que el fariseo resultó pecando y precisamente con una oración, una oración perversa en la que se arroga el poder de juzgar a una persona, con lo cual le niega a Dios la posibilidad de perdonar y al hombre la de ser redimido.

¿Quién es Dios?

Jesús no elogia la mala vida del publicano, como tampoco desprecia las obras del fariseo. Se fija en la imagen de Dios que cada uno tiene.

El Dios revelado por Jesús es un Dios cuyo amor no pone condiciones, que perdona al pecador sin pedirle nada en anticipo.

En cambio… El Dios del fariseo no sólo no es el Dios de Jesús, es que ni siquiera es el Dios de Israel revelado en la Sagrada Escritura.

 La imagen de Dios que el fariseo proyecta está unida a una lógica retributiva, un Dios incapaz de gratuidad y discriminante.

Para el publicano, en cambio, Dios es compasión y abraza a toda persona independientemente de quien sea, simplemente porque él es bueno.

Es curioso, se puede mentir aún cuando se crea estar orando. No siempre una actitud devota implica el hallar gracia a los ojos de Dios. Porque podemos inventarnos una imagen de Dios y falsear nuestra realidad.

3. Una contundente lección sobre la oración

La parábola advierte claramente la profunda incompatibilidad que hay entre una auténtica justicia y el desprecio de los otros. Reconoce que el uso de la conjunción ‘y’ es contradictoria: ‘Confiaban ser justos *y* (o sea, ‘al mismo tiempo’) despreciaban a los otros’.

¿Cómo es posible cumplir con la voluntad de Dios (la ‘justicia’ en sentido teológico) y al mismo tiempo sustituirlo en la valoración de la gente, considerándola un nada?

Con Dios no cabe la arrogancia de aquel pretende una auto-perfección. Dios no acepta la soberbia. Nada aleja tanto de Dios como la piedad segura de sí.

No es posible ser creyente sino a partir de una certeza profunda: he sido amado cuando todavía era pecador.

La oración del fariseo aparece como una auto-certificación. Irónicamente lo hace delante de Dios que es el único garante de lo que va de acuerdo o no con su corazón. Una oración así hace de Dios un testigo mudo de los logros de carrera, un ‘convidado de piedra’, y no el que se ocupa de ti, te crea y recrea.

El orgullo pudre la oración. Arrastra dos peligros, también representados en la parábola:

– Uno, construir un púlpito desde donde se juzgan las existencias de los otros que no están a la altura.

– Dos, pensar que no necesitamos pedir perdón.

En fin…

El fariseo, incapaz de un serio examen de conciencia, resulta haciendo un examen de complacencia.

El publicano pondera su vida con sinceridad y reconoce con dolor sus errores y, consciente de su fragilidad, se fía de la misericordia de Dios.

¿De qué lado habría que ponerse?

Reconocer la verdad sobre sí mismo, aunque a veces sea incómodo, le permite a uno presentarse ante Dios con las manos vacías necesitadas de ser colmadas con su maravillosa misericordia.

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1 comentario
  1. Javier Reyes González.

    Muchas gracias, Padre, por la reflexión!

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