Jn 9,1-41: El camino de la fe del ciego de nacimiento

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

 

  1. Jn 9,1-41: El camino de la fe del ciego de nacimiento

 

El relato del ciego de nacimiento nos lleva de la mano por un precioso camino de fe, que podemos seguir paso a paso.

 

Veamos primero cómo se desarrolla la historia.

 

Primero tenemos la descripción del ‘signo’. Jesús pone en los ojos del ciego barro hecho con su saliva y lo manda a lavarse en la piscina de Siloé. Este hombre queda curado (9,1-7).

 

Luego asistimos a una serie de controversias que ponen en el centro al hombre que ya ha recuperado la vista (9,8-34). Tenemos cuatro interrogatorios.

– Es interrogado por los fariseos (9,13-17).

– Son interrogados sus progenitores acerca de la verdad del hijo nacido ciego (v.18-23).

– Es interrogado por los fariseos (9,24-34), quienes lo expulsan de la sinagoga.

– Finalmente es interrogado por Jesús (935-38).

 

El encuentro final de Jesús con el ciego ya curado concluye con una la declaración del mismo Jesús sobre los motivos de su venida (9,39-41). Dice que él vino para que todos los seres humanos tengamos la vista, pero también para someter a juicio a quienes dicen que ven.

 

En esta historia en que se pasa de la ceguera a la visión, de la oscuridad a la luz, del desconocimiento al conocimiento de Jesús y, por tanto, a la fe, la lección proviene precisamente estos fuertes contrastes, pero sobre todo del proceso en el que de forma proporcionalmente inversa, un ciego llega a la fe y los que creen ver resultan estar en pecado.

 

1. 1. Una revelación y un juicio

 

Los dos ejes tensores del relato son la revelación y el juicio (‘krisis’). Son dos hilos de oro que se entrelazan en el desarrollo de la trama.

 

Revelación

 

Una característica del Evangelio de Juan es el hecho de que la principal obra de Jesús es la revelación. El símbolo de la luz recoge bien esta intención. Por eso es que en este pasaje Jesús se define a sí mismo como ‘la luz del mundo’ (9,5).

 

Pues bien, si la luz brilla de verdad, no puede más que revelar la realidad y mostrarla a quien antes no la veía, como de hecho le ocurre al ciego de nacimiento.

 

Pero ocurre también la otra cara de la moneda.

 

Juicio

 

La revelación de Jesús es la del Padre, quien mandó a su hijo para dar luz al mundo. Pero la revelación, la luz, comporta inevitablemente un juicio.

 

Ocurre que aquello que está escondido continúa oculto cuando falta la luz, pero apenas la luz resplandece, todo se vuelve claro y visible: ‘Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos’ (9,39).

 

Así son desvelados los corazones de todos los hombres, entre ellos aquel grupito de fariseos (9,40), quienes con su reacción negativa ante Jesús dejan ver todo el pecado que llevan por dentro: ‘Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora decís: «Nosotros vemos»; por eso vuestro pecado permanece’ (9,41).

 

1. 2. ¿Quién peca realmente?

 

Podemos notar cómo el tema del pecado ocupa gran parte de nuestro relato:

– El tema del diálogo inicial de los discípulos con Jesús (9,1-3).

– Luego, los fariseos tildan a Jesús de ‘pecador’ (9,16.24).

– Lo cual el ciego ya curado objeta con un argumento (9,30-33).

– Entonces, los fariseos señalan al ciego como nacido en pecado (9,34).

– Finalmente, Jesús hace notar que los que están en pecado son los fariseos (9,41).

 

Observemos el principio y el final.

 

Al principio el tema del pecado aparece en el diálogo entre los discípulos y Jesús: ‘Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego?’ (9,2).

 

Lo primero que se hace notar es que el pecado no se encuentra allí donde uno cree que está. Sería fácil pensar, como también lo hacen los discípulos (v.2), que la enfermedad y todos los males que le sobrevienen a uno son la consecuencia de un pecado. Es una conclusión a la que se puede llegar muy a la ligera.

 

En el caso del ciego de nacimiento, los discípulos plantean el problema de si el que pecó fue el mismo afectado o lo que lo que le ocurrió es herencia del pecado intergeneracional.

 

Jesús muestra que no está de acuerdo ni con lo uno ni con lo otro. Como hace notar al final, el pecado está en la actitud negativa de quien se niega a ver la luz que es él. El pecado es la resistencia para cambiar de punto de vista.

 

El pecado se anida precisamente allí donde es difícil arrancarlo, trabaja generalmente lejos de cualquier visibilidad, excava un espacio precisamente en quien cree que es inmune: ‘Si fueran ciegos, no tendrían ningún pecado; pero como dicen -Vemos-, el pecado que ustedes tienen permanece’ (v.41).

 

1. 3. El camino de la fe

 

Pero curiosamente la trama principal de este relato no es la del pecado, sino la de la obra de Dios que sirve de base a la confesión de fe. Jesús dice: ‘Ni él pecó ni tampoco sus padres, es para que se manifiesten el él las obras de Dios’ (9,3).

 

¿Cómo brilla esta obra de Dios? Pues brilla en la identidad de Jesús que poco a poco se va a descubrir.

 

El verdadero eje del relato no es el de la oscuridad del pecado que se acusa, sino el de la luz que brilla en el descubrimiento de quién es Jesús. Es lo mismo que pasa en relato de la Samaritana, como vimos hace una semana, donde el tema es el descubrimiento de la identidad de Jesús.

 

Al principio, el ciego de nacimiento adquiere enseguida la vista cuando obedece a Jesús y pasa por el baño del agua. Pero lo más importante es lo que sigue: poco a poco, progresivamente, crece en la comprensión de la realidad y de quién le ha desvelado esta realidad.

 

Los pasos son:

– En un primer momento el ciego piensa que Jesús es simplemente ‘un hombre’, uno más, y del cual no sable nada (9,11-12).

– Después lo reconoce como ‘un profeta’ (9,17).

– Más adelante como ‘un enviado de Dios’ (9,33).

– Finalmente lo reconoce como ‘Hijo del hombre’ y ‘Señor’ (kyrios) (v.37-38).

 

Lo que Jesús revela con su luz es su misterio. En el centro está su filiación divina. El Padre envió la luz al mundo y esta luz es su Hijo que viene para que el mundo sea salvado por medio de él (3,19). Lo que se revela, entonces, es la comunión entre el Padre y el Hijo, y cómo nosotros somos sumergidos en esta misma comunión gracias a la obra de Jesús en nosotros.

 

Pero resulta que con los fariseos ocurre lo contrario que con el ciego de nacimiento. Ellos viven un proceso paralelo, en lugar de captar la revelación plantan su ceguera ante Jesús; lo cual provoca el juicio sobre ellos: ‘¡Ustedes que creen ver, en realidad no ven nada!’.

 

Los fariseos al principio afirman que Jesús no es de Dios (9,16), que es un pecador, e incluso niegan sus milagros (9,24). No están en capacidad ni siquiera de captar de dónde proviene Jesús y mucho menos cuál puede ser es el origen de su actuar con poder (9,20).

 

En su proceso de fe, el ciego de nacimiento logra darle un nombre y una identidad a Jesús. Es capaz de conocerlo en profundidad, hasta el punto de postrarse ante él y de decir que Jesús es el ‘Señor’. Los fariseos, en cambio, se la pasan demasiado presos en su apologética, poniendo todo en discusión, exhibiendo así tercamente la realidad de su pecado.

 

En fin…

 

Nuestro pasaje es un punto firme en el camino cuaresmal. El ápice del descubrimiento del ciego de nacimiento está en su confesión de fe: ‘Creo, Señor’ (9,38).

 

Es lo mismo que ocurre todavía hoy en el rito bautismal, cuyo culmen está en la renovación de las promesas bautismales. Es la experiencia que renovaremos en la celebración de la próxima Vigilia Pascual.

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