Mc 12, 28 – 34: Amar, amar y amar

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

 

Mc 12,28-34: Amar, amar y amar

 

El amor es la experiencia más estremecedora y decisiva de nuestra vida. Quizás la única experiencia en la que percibimos una fuerte resignificación de nuestra existencia.

 

En boca de Jesús escuchamos hoy una de las lecciones más potentes sobre el amor. Lo interesante es que Jesús no añade nada nuevo a la antigua ley y, con todo y esto, hace sentir toda una novedad.

 

Veamos el texto.

 

1. Una cuestión de prioridad

 

En el contexto de las controversias en el Templo de Jerusalén, un escriba que ha quedado admirado con la sabiduría de Jesús demostrada en su respuesta anterior (Mc 12,18-27), se acerca a preguntarle: ‘¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? (12,28).

 

La pregunta nace de una exigencia difundida en el ambiente religioso del tiempo de Jesús: hacer una síntesis de los preceptos divinos presentes en la Toráh (612, según el Talmud babilonense).

 

Esto se hacía con el fin de llegar a lo esencial, a lo que constituye la intención profunda del corazón de Dios, de su oferta de vida y de sentido para toda la humanidad.

 

Jesús responde citando como primer mandamiento la primera parte de la gran profesión de fe israelita, conocida como el ’Shemá’ (=Escucha…):

 

‘Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’ (Dt 6,4-5).

 

2. ¿Cómo acontece este amor?

 

Siguiendo el texto podemos ver:

 

Uno, la primacía absoluta de la escucha. La escucha obediente es el fundamento del amor.

 

Dos, un itinerario que, partiendo de la escucha (‘Escucha, Israel…’) lleva a la fe (‘El Señor es nuestro Dios’); esta fe lleva al conocimiento (‘El Señor es el único’); y este conocimiento da solidez al amor (‘Amarás…’). Escucha, fe, conocimiento y amor. ¡Esta es la ruta!

 

Tres, al Dios que nos ama con amor eterno (Jr 31,3) se le responde con un amor libre y lleno de gratitud, que parte de la escucha obediente, fuente de la fe.

 

De aquí que el impulso del amar a Dios y del abandonarse en él proviene de él mismo, quien es amor. El amar a este Dios porque se le cree a su amor por nosotros, deja ver que la fe y el amor son inseparables.

 

¿Qué mueve, entonces, este amor a Dios? En la tradición cristiana se han dado dos explicaciones.

 

La primera proviene de San Agustín. El amor a Dios es un amor de deseo, una dinámica por la cual el creyente va en búsqueda del amor. Se trata de amar al que es el Amor. Esto tiene apoyo en las oraciones sálmicas (Sal 18,2-3; 42,3; 63,2).

 

Dios es ese ‘tú’ que con su amor primero arranca en uno el amor como respuesta, un amor superior al que se le tiene a cualquier otra persona. Este amior no excluye otros amores, más bien los reorienta.

 

La segunda explicación lee el amor a Dios como un acto de obediencia. Obedecer y escuchar es lo mismo en la Biblia. No se trata, entonces, tanto de un sentimiento sino de una adhesión a la voluntad de Dios expresada en su Palabra.

 

En este caso, el acento cae en el amor al prójimo mandado por Dios: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (Lv 19,18).

I

3. ¿Dónde está la innovación de Jesús?

 

La decisiva innovación que lleva a cabo Jesús está en la unión del amor a Dios con el amor al prójimo.

 

Los dos pasajes citados de la Toráh, el del Deuteronomio y el del Levítico nunca aparecen juntos en toda la literatura judía antigua.

 

Jesús junta el amor a Dios y al prójimo, pero le pone un orden. Pone el amor a Dios encima de todo. Pero discierne que esto no es posible sin el amor al prójimo.

 

El escriba entiende esta propuesta de Jesús y le completa la idea. Dice que precisamente este amor ‘vale más’ que el culto del Templo, que era el acto de adoración por excelencia a Dios: ‘Vale más que todos los holocaustos y sacrificios’ (12,33).

 

Esta comprensión y complementación le merece al escriba la felicitación final de Jesús: ‘No estás lejos del Reino de Dios’ (12,34). ¡Qué bien!, trata de decirle, ¡has dado con la novedad del Reino que se está manifestando en mí!

 

El punto es que la persona completa, la persona que entra en el Reino, es aquella que, amando a Dios con todo su corazón, con toda su mente y con todas sus fuerzas, sabe amar al prójimo como a sí mismo.

 

En fin…

 

El tema del amor tiene con Jesús un novedoso planteamiento.

 

La novedad está en el hecho de que los dos mandatos sobre los dos amores fundamentales forman una solo. Quizás el haberlos separado sea la causa de tantos males.

 

La raíz del mandamiento es una invocación, no una orden. Dios pide ser amado. ’Escucha, Israel’. Notémoslo: Dios habla como una persona que pide: ‘Escúchame, por favor. Ámame’.

 

Amar es tener un fuego en el corazón. Implica un a quién, un cómo y para qué.

 

¿Amar a quién? En primer lugar amo al que es el Amor.

 

Si amo a Dios, amo lo que él es: vida, compasión, perdón, belleza. Entonces amaré cada detalle hermoso que descubra a mi alrededor, cada acto valiente, cada abrazo. Y lo más importante, amaré lo que él más ama: al ser humano, de quién él está orgulloso.

 

¿Amar cómo? Jugándosela por entero: corazón, mente, alma, fuerza.

 

Hacer esto ya es una sanación de la persona. Porque quien ama así descubre la unidad de sí mismo, su plenitud.

 

¿Amar para qué? Para llevar a cabo lo que la voluntad de Dios estableció para cada uno de nosotros y que es una plena realización.

 

No hay otra respuesta al deseo profundo de felicidad del ser humano, ninguna otra respuesta al mal del mundo que en el hecho de amar.

 

Y casi como un tercer mandamiento, expresa en otros el amor que tienes por ti mismo, así no caerás en el narcisismo.

 

Así como quieres para ti libertad y justicia para ti, también así lo querrás y promoverás para tu hermano.

 

Así como buscas amistad y dignidad, y quieres que florezcan los talentos, también se lo favorecerás a tu prójimo.

 

Ama esta polifonía de la vida y harás resplandecer la imagen de él que hay dentro de ti.

 

Porque el amor transforma, cada uno se convierte en aquello que ama.

 

Si amas a Dios será como él, o sea, creador de vida, porque ‘Dios no hace más que esto, todo el día: está en su lecho de parturiente y genera’ (M. Eckhart).

 

Pues sí, amarás, porque el amor genera vida en el mundo.

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3 comentarios
  1. Clarita Perdomo

    Excelente. Llega a lo profundo del corazón. Excelente Exégesis y excelente Hermenéutica.

  2. Luz Aida Martinez

    En los últimos tiempos estamos comprobando que la informatica, nos Acerca cada vez más al conocimiento de la palabra, y este es uno excelente… Gracias por compartir.

  3. Pedro

    Hermosa reflexión del amor a Dios, a nuestro prójimo como a mi mismo todos tres en uno solo gracia padre Fidel me encanta escuchar sus exégesis de los textos

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