Eclo 48,1-4.9-11: De Elías a Juan, los profetas de fuego

Lectio divina “Palabra vivificante”. P. Fidel Oñoro cjm

Eclesiástico 48,1-4.9-11: De Elías a Juan, los profetas de fuego

La liturgia de la Iglesia nos invita hoy a descubrir el perfil del profeta Elías, el profeta del Carmelo, de quien el libro del Eclesiástico dice que era “Un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno ardiente”.

A diferencia de los días anteriores, hoy no leemos una profecía, sino que contemplamos la personalidad del profeta. En contraluz con Elías comprenderemos mejor al último de los profetas que prepara el camino del Mesías: Juan Bautista.

El profeta Elías no escribió ningún libro, pero las historias que la Escritura ha conservado acerca de él (1 Reyes 17 a 22 y 2 Reyes 1-2), nos interpelan fuertemente.

El texto del libro del Eclesiástico que tomamos como referencia, tiene cuatro partes que describen la personalidad profética de Elías:
Primero: su personalidad de “fuego” (48,1),
Segundo: algunos detalles de su vida (48,2-4.9),
Tercero: el efecto de su profecía para el futuro de Israel (48,10),
Cuarto: su proyección como figura de esperanza relacionada con la llegada del
Mesías (48,11).

Retomemos estos cuatro puntos:

1. Una síntesis de la personalidad del profeta: “Un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno ardiente” (48,1). Elías tenía una personalidad fuerte, un temperamento ardiente. Hablaba duro, sus palabras golpeaban con fuerza, tenían la capacidad de estremecer.

2. Algunos detalles de su vida. El libro del Eclesiástico nos recuerda estos tres:

Uno, “A los pecadores los hizo pasar hambre” y “Por orden de Dios cerró el cielo para que no lloviera”.

El profeta hizo su debut en el Reino del norte con el anuncio de una sequía. Lo hizo con la intención de presionar para que se hiciera justicia (1ª Re 17,1).

Dos, “Los diezmó con la llama de su celo” y “tres veces hizo que cayera fuego”.

En la contienda contra los cuatrocientos sacerdotes de Baal en el Carmelo, Dios se manifestó de parte suya enviando fuego para consumir el holocausto (1ª Re 18,38), luego el profeta los ejecutó (1ª Re 18,20-40).

Más tarde, en dos ocasiones más, hizo caer fuego sobre los enviados del rey que intentaron capturarlo (2ª Re 1,10 y 12).

Tres, “Un torbellino te arrebató a la altura, en un carro tirado por caballos de fuego”.

Esta es quizás la gloria en la que ninguno lo puede superar. No se sabe de su muerte, tuvo el privilegio de ser arrebatado por Dios en las alturas.

3. El efecto de su profecía para el futuro de Israel.

El texto menciona tres efectos de la misión de Elías dentro de la vida del pueblo. El autor subraya tres veces la preposición “para” (48,10):

“Para que lo apacigües el día de su ira”: el profeta interviene favorablemente en el Día de Yahvé.

“Para reconciliar a los padres con los hijos”: el profeta toca los corazones para la conversión en el núcleo familiar.

“Para restaurar las tribus de Israel”: el profeta contribuye en la recomposición de la unidad perdida de Israel.

Este último versículo merece algunas anotaciones:

Como puede notarse, llamando al culto del verdadero Dios, el profeta Elías promueve un movimiento de purificación de la idolatría, pero también de los afectos. La palabra profética remueve los cimientos de las relacionalidades que se petrifican, especialmente en el ámbito de relación más estrecho de todos: el mundo de la familia.

La conversión es un replanteamiento de nuestras relaciones, cuando éstas parten del principio del egoísmo, niegan la comunión y hacen daño tanto a los demás como a sí mismo.

La reconciliación de los padres con los hijos es un signo claro de conversión porque en ella, la más estrecha de las relaciones, se notan más las pasiones y la posesividad, los celos y el acaparamiento del otro; hay, por lo tanto, más espacio para la agresividad.

La conversión es, en otras palabras, un camino de purificación del amor por los caminos de la Palabra y con el fuego que viene del corazón de Dios.

Lo que se busca es despertar el espíritu de servicio, la disponibilidad gratuita frente al otro. No hay mayor alegría que ver a los otros contentos, ver que las iniciativas funcionan bien, que el entorno de nuestras relaciones está en ordenada y en una clara dinámica que nos permite a todos crecer juntos en la dirección del proyecto creador de Dios.

4. Elías es el profeta del tiempo final

La tradición bíblica nunca olvidó que Elías no murió, sino que fue arrebatado vivo al cielo. De ahí que el pueblo esperase su regreso.

El regreso del profeta “arrebatado a las alturas” se convirtió en signo de la llegada del Mesías. En el trasfondo está el texto de Eclesiástico que acabamos de leer y también la predicción profética de Malaquías sobre el final de los tiempos: “He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible” (3,23).

Por eso el profeta Elías se convierte en figura mesiánica: “¡Dichoso el que te vea antes de morir y más dichoso tú que vives!” (48,11).

El sueño de todo israelita es ver la llegada del Mesías, contemplando primero la de Elías, el profeta siempre “viviente”.

Conexión con el Evangelio: Elías y Juan Bautista

Este pasaje del libro del Eclesiástico no se capta completamente sin la lectura del Evangelio, donde se establece una conexión entre los dos profetas: Elías y Juan Bautista.

En la escena de la transfiguración Elías es mencionado dos veces. Primero aparece en la escena central, en primer plano, conversando con Jesús. Luego, en el diálogo entre Jesús y sus discípulos mientras bajan de la montaña (Mt 17,10-13), el tema es el regreso de Elías.

Jesús confirma el regreso de Elías: “Ha de venir a restaurarlo todo” (Mt 17,11). Pero enseguida hace una precisión: “Elías vino ya, pero no le reconocieron” (v.12). Enseguida comenta el evangelista Mateo: “Los discípulos comprendieron que se refería a Juan Bautista” (v.13).

La venida de Jesús está estrechamente conectada con la misión de Juan Bautista. El bautista le ha preparado el camino a Jesús mediante un llamado a la conversión que pasa por la reconciliación de la familia, como leeremos dentro de poco: “Irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos” (Lc 1,17).

Y no sólo recompone las relaciones familiares, sino también la de toda la sociedad, cuyo pilar debe ser la práctica de la justicia, tema preferido de su predicación.

Pues bien, este es el adviento del Mesías preparado por Juan Bautista, a quien mejor comprendemos a la luz del profeta Elías.

Oremos…
“Jesús, que vives en María,
Ven a vivir en nosotros
con el espíritu de santidad,
con la plenitud de tu poder,
con la perfección de tus caminos,
con la fuerza de tus virtudes,
con la participación de tu misterio.
Por la fuerza de tu Espíritu
triunfa en nosotros sobre todo poder adverso”.
Amén.
(J. J. Olier)

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