Mc 6,53-56: Tocar el borde del manto

Lectio Palabra Vivificante. P. Fidel Oñoro cjm

Mc 6,53-56: Tocar el borde del manto

‘Y todos los que lo tocaban quedaban sanos’

Pongámonos en contexto. Después de la misión de los Doce y la multiplicación de los panes que vino después, Jesús mandó a los discípulos en barca a Betsaida (6,45). Pero la tempestad en el lago los mandó para otro lado, resultaron en Genesaret (6,53).

Es un detalle que no pasa desapercibido: la misión que se dirigía hacia la otra orilla no logró su objetivo, no llegó a la meta prevista que era Betsaida (6,45). Llegarán en Mc 8,22.

El desvío los obliga a un cambio de planes. Es como si los Doce no estuvieran preparados para dar ese paso. Vendrán nuevas situaciones y los discípulos recibirán más formación.

¿En qué necesitan más formación?

Notemos el contraste entre la actitud de los discípulos y la de la gente.

En medio de la tempestad, los discípulos no fueron capaces de reconocer a Jesús porque tenían el corazón endurecido (6,51b-52). Jesús los tuvo que tranquilizar. En la orilla, en cambio, la gente tiene otra actitud, espera a Jesús con una demostración de fe enorme.

Y esta gente los absorbe.

En el evangelio de Marcos se repite la misma historia, donde quiera que llegan Jesús y los discípulos resultan absorbidos por las necesidades de los más pobres.

Pero, ¡atención!, a diferencia de lo que ocurrió después de la primera misión de los Doce, cuando la gente buscaba a Jesús y a los discípulos sin dejarlos descansar (6,31), ahora sólo busca a Jesús.

Hay tres detalles que sobresalen en esta misión en Genesaret.

1. No hay lugar que Jesús no visite

La geografía del discipulado y de la misión es interesante: tierra firme y mar, campo y ciudad. Se delinea un recorrido que es toda una lección.

(a) Jesús revela su potencia salvífica en tierra firme con una multiplicación de panes (6,35-44).

(b) Luego vuelve a manifestarse en medio del mar de Galilea en medio de otra tempestad (6,45-42).

(c) Finalmente, al volver a la orilla, vemos cómo Jesús pasa de lugares aislados a centros habitados: ‘pueblos, ciudades, aldeas y plazas’.

El misionero itinerante Jesús no deja ningún lugar fuera: campo, mar, poblaciones.

En medio de esta descripción de esta itinerantes misionera, no falta espacio para ir a una montaña para orar, para entrar en diálogo con el Padre (6,46).

2. La actitud de la gente

La gente y Jesús se ponen en movimiento para un encuentro.

‘Lo reconocieron… comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba’ (6,35).

Observemos dos datos…

Uno, el movimiento hacia Jesús

Por una parte, vemos cómo la gente de la región masivamente corre hacia Jesús haciéndose cargo de los que no pueden llegar por sus propios medios.

Los discípulos están en segundo plano, pero la actitud de la gente pobre y necesitada los interpela.

Muchos enfermos no están en condiciones de llegar por sí mismos donde Jesús, pero aparece gente que se los lleva en camillas improvisadas.

Poco antes los discípulos habían hecho lo contrario, cuando Jesús les propuso que se encargaran de la gente hambrienta, ellos le propusieron a Jesús que mejor las despachara para sus casas para resolver por sí mismos el problema.

Por otra parte, el narrador destaca que donde quiera que Jesús desembarca, su persona se vuelve centro de un movimiento que hace tangibles situaciones de enfermedad, debilidad y dependencia.

Dos, el cuerpo de Jesús puesto en el centro

Todas las acciones representadas en estos versículos se dirigen hacia el cuerpo de Jesús, quien aparece en el centro de dos círculos concéntricos:

(1) El más amplio, traza el movimiento de la gente que viene desde las aldeas para traer a los enfermos.

(2) Otro es más interno, traza la disposición para tocar a Jesús por parte los que son colocados delante de él.

Jesús está puesto en el centro. No le saca el cuerpo a ninguno. Pero al mismo tiempo tampoco se deja acaparar. Se separa un poco y la gente apenas puede rozarlo.

A pesar de que esté continuamente rodeado y apretujado, Jesús es un hombre libre y liberador, capaz de sumergir a los más débiles en la experiencia de fe y de la salvación.

3. El contacto salvífico de los enfermos con Jesús

‘Dondequiera que entraba… le pedían que les dejara tocar siquiera el borde de su manto’ (6,36).

¿Qué pasa en este encuentro?

En el evangelio se nota una progresión calculada que ilustra la eficacia del contacto entre la gente y Jesús:

En 3,10: el contacto con Jesús es fuerte, lo apretujan y por eso lo suben a una barca.

En 5,27-28: el contacto de la hemorroísa con el vestido de Jesús le alcanza al sanación.

En 6,56: el contacto con el borde del manto sana a mucha gente de sus enfermedades.

Hasta aquí se da importancia al contacto físico. Pero… luego vendrá un milagro sin contacto, a distancia, el de la hija de la sirofenicia (7,24-30), que muestra de qué tipo de ‘contacto’ se trata.

En la medida en que progresa el evangelio, se va aclarando que lo más importante no es el contacto físico con Jesús, sino la relación con la persona de él y la adhesión de fe a sus palabras. Sólo así es posible aferrar esa fuerza que produce sanación y salvación.

¿Cómo entender, entonces, el gesto de tocar el borde del manto de Jesús?

El gesto no tiene nada de mágico. Ni Jesús ni su vestido son amuletos.

El borde o franja (‘kraspedón’, en griego) del manto probablemente podría corresponder al ‘tzitzit’ que los judíos piadosos usaban (y todavía usan hoy). El ‘tzitzit’ es un mechón de flecos que cuelgan de las cuatro puntas de un manto con el que se revestía (y todavía se reviste) un judío practicante. Según la Ley, estos recordaban los mandamientos (ver Mt 23,5). Durante la oración de la mañana, se usa en cambio una mantilla amplia, que también tiene mechones de hilo, y se llama ‘tallit’.

Parece que esta costumbre proviene de una época anterior. Los hilos que colgaban de las esquinas de los vestidos de los esclavos designaban el patrón al cual pertenecían.

Por tanto, el ‘tzitzit’ es signo de la lealtad a Dios. Si esto esta interpretación fuer correcta, tocar la borde del vestido de Jesús significaría entrar en contacto con la fuerza que brota de su relación intensa y especial con el Padre.

El afán por tocar el manto de Jesús deja ver, por una parte, la situación angustiosa en que estaban los enfermos (y basta haber estado enfermo para entender esto).

Con todo y esto, Jesús no se deja confundir con un curandero como tantos que circulaban en aquellos tiempos ofreciendo soluciones inmediatas a tanto sufrimiento que había en la población..

¿Qué aprendemos?

Jesús es portador de una verdad estremecedora: la salud es importante, pero no es suficiente.

Más que la salud física, que también es concedida por la bondad de Dios, lo que necesitamos es la armonía y la plenitud de corazón. En la última línea el evangelista usó el verbo griego ‘sozō’, que traduce ‘salvar’ (no sólo sanar).

Lo importante, entonces, es entrar en relación profunda con Jesús, iniciar con él un proceso que lleva a la comunión plena con Dios. Este es el puerto al que lleva la fe.

El borde del manto de Jesús se deja tocar en las diversas maneras como lo permiten sus nuevas formas de presencia ahora. Él sigue en el camino. Está ahí para transformar. Sólo un corazón sediento y buscador de Dios lo puede reconocer.

 

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2 comentarios
  1. DULCE MARIA CABALLERO.

    Excelente!! Ahora comprendo mejor éste pasaje de las Sagradas Escrituras. Me llena mucho la palabra del Señor. JESUS Y MARIA LE SIGAN DANDO LUZ Y SABIDURIA A ESTE SACERDOTE.

  2. Elizabeth Bellido

    Gracias, por esta palabra vivificante y me hace sentir la necesidad de cada vez más pedir que Jesús y toque mi corazón para ser portadora de su palabra para que más personas también quieran dejarse tocar. Dios los bendiga.

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