Lectio divina ‘Palabra Vivificante’. P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm
Isaías 11,1-10: Un retoño del tronco de Jesé
‘Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará’
¿Se imagina Usted el hermoso espectáculo de una vaca y una osa que se vuelven comadres o del lobo y el cordero que, después de larga enemistad, llegan a ser amigos?
La visión profética de Isaías, que leemos hoy, tiene la osadía de ver el mundo así: a los viejos enemigos, de los cuales alguna vez pensamos que jamás llegarían a cambiar de actitud, de repente los vemos hacerse amigos, aprendiendo una sana y fructífera convivencia.
Es el sueño de la reconciliación, de la paz definitiva, de la humanidad querida por Dios.
Este sueño lo realiza el Mesías: ‘Saldrá una rama del tronco de Jesé’ (11,1).
En él retoña ―después de largo tiempo de aridez por el invierno o quizás por una tremenda sequía―, como un árbol, una nueva humanidad.
En el Mesías, Dios retoma desde la raíz su proyecto sobre el mundo. ¡Su venida nos devuelve la esperanza del fin de las guerras e inaugura el nuevo proyecto de humanidad!
¿Cómo podremos contemplar la venida?
Sigamos el hilo de la profecía isaiánica:
El v.9 nos da una pista que conecta muy bien con la invitación que recibimos ayer para subir al Monte Sión: ‘Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi monte santo’ (11,9).
Desde el monte consagrado por la presencia de Dios, en comunión con Él, se ve cómo hace surgir el mundo nuevo que a veces no conseguimos vislumbrar.
Subiendo junto con el profeta Isaías luego contemplamos asombrados este espectáculo:
• Sobre la tierra semiárida de Palestina el paisaje vegetal, cósmico y humano se transforma: primero un tronco retoña (11,1).
• Enseguida soplan los vientos desde los cuatro puntos cardinales; éstos ya no pasan derecho sobre el árbol sino que se posan sobre el retoño comunicándole su vitalidad (11,2).
• Con esta fuerza el retoño se levanta y le hace justicia a los pobres de la tierra (11,3-5).
• Entonces la justicia genera paz y reconciliación entre los irreconciliables de la tierra (11,6-9).
• Finalmente el retoño (que es el Mesías) se vuelve estandarte que responde a las búsquedas de todos los hombres de la tierra (11,10).
Detengámonos en cada uno de estos cuadros:
1. Del tronco de Jesé brota un retoño (11,1)
La promesa de Dios vivifica la cepa de la historia de la salvación. Los orígenes del Mesías descendiente de David son humildes, pero hay que ver en él la obra de Dios.
El viejo árbol no ha muerto, la savia ―la fuerza de la vida― es perenne, aun cuando no se note, ella siempre ha estado ahí y Dios la vuelve a manifestar.
2. Los cuatro vientos de la tierra se posan sobre el retoño de David (11,2)
Los vientos simbolizan el Espíritu de Dios que unge al Mesías. Se trata del Espíritu que hizo posible la creación (ver Génesis 1,1-2) y que suscitó líderes para Israel (ver Números 11).
Su don es cuádruple, número que hace referencia a una realidad completa:
• Es el mismo Espíritu del Señor.
• Es Espíritu de sabiduría e inteligencia: éste le da al Mesías la capacidad de percibir la realidad como Dios la ve, con mirada de justicia y de verdad; esto es lo primero que necesita un líder.
• Es Espíritu de prudencia y valentía: se trata del criterio para el buen gobierno y del valor para emprender grandes acciones que implica su alta responsabilidad, ya que no es suficiente ver lo que hay que hacer sino que es necesario, ante todo, ponerse en acción sacando adelante los proyectos.
• Es Espíritu de conocimiento y temor del Señor: el líder obra con una actitud de humildad profunda ante Dios, porque es el Señor quien verdaderamente lo sabe y lo puede todo.
3. Surge en medio del pueblo un líder íntegro y justo (11,3-5)
Cuando entra en acción, el Mesías se pone del lado del desprotegido, de aquél a quien les son negados sus derechos.
Él, con la fuerza de su palabra pondrá en evidencia al culpable y hará justicia poniendo en su sitio a los que hacen imposible la paz, los que siempre están generando división y discriminación porque actúan según sus intereses.
Una vez que lo logra, se reviste solemnemente con las insignias reales de la justicia (‘Justicia será el ceñidor de su cintura’) y la verdad (‘Verdad será el cinturón de sus flancos’).
4. La no-violencia se convierte en un estilo de vida dinámico en el que se tejen relaciones constructivas entre los antiguos (y ancestrales enemigos (11,6-9)
Este nuevo estilo de vida, que ya no depende del impulso natural de venganza o de dominio sobre el otro sino de una fuerza interna que lleva respetar y amar promoviendo la vida, se simboliza en la reconciliación de los animales salvajes con los animales domésticos:
• Los animales depredadores están dispuestos a cambiar de dieta con tal de no hacer daño.
• En medio de ellos el hombre ―cuya vida está siempre amenazada por los animales salvajes― aparece como un niño débil e indefenso ante quien las fieras, e incluso la más indomesticable de todas, la serpiente, se vuelven mansas y comparten con confianza sus espacios como en un juego infantil.
Sin cambiar su ubicación en la montaña, finalmente la profecía amplía progresivamente la visión, como cuando se contempla la amplitud de un océano, para anunciar la reconciliación del mundo: entre los animales salvajes, entre los a veces no menos salvajes que son los hombres, y finalmente entre los hombres y Dios: “Nadie hará daño, nadie hará mal… porque la tierra estará llena del conocimiento de Yahveh” (11,9).
5. En el centro de toda esta obra está el Mesías, la “bandera” que buscan los pueblos (11,10)
La profecía no pierde de vista la persona del Mesías, la “raíz de Jesé”. Él aparece visible como una ‘bandera’.
En una bella trasposición de símbolos, la ‘raíz’ aparece también como “bandera” militar, expresión de su vigor y anuncio de su victoria sobre el mal.
Junto al Mesías los pueblos no combaten entre sí sino que se unen a la única batalla que vale la pena librar unidos: la promoción de la vida y la fraternidad.
También al final, la profecía nos hace ver cómo los paganos que buscaban a Dios en lo alto del monte Sión (ver la lectura de ayer), ahora lo buscan de manera concreta en la “raíz de Jesé”, el sucesor de David.
La “morada gloriosa” del Mesías, es el punto de encuentro de todas las naciones buscadoras de Dios y su justicia.
En esta “morada” hay paz y descanso, porque sólo en Él encuentran reposo, esto es, tienen su realización y plenitud todos los proyectos humanos.
Y la profecía se realiza en Jesús (Lc 10,21-24)
JESÚS es el MESÍAS que realiza lo anunciado por el profeta.
Lo reconocemos por un detalle: como nos enseña hoy el Evangelio de Lucas, sobre él se posa el Espíritu Santo con el don del gozo (10,21) y del conocimiento de Dios (10,22).
Los pequeños en su sencillez se abren ante la Palabra que trasmite el “conocimiento” de “quién es el Padre” y “quién es el Hijo”, la cual les llega por boca de los predicadores.
En la Buena Nueva de Jesús se realiza lo que el profeta Isaías anunció pero no vio y lo que los gobernantes de la tierra quisieron lograr pero no consiguieron.
Oremos…
‘’Jesús, que vives en María,
Ven a vivir en nosotros
con el espíritu de santidad,
con la plenitud de tu poder,
con la perfección de tus caminos,
con la fuerza de tus virtudes,
con la participación de tu misterio.
Por la fuerza de tu Espíritu
triunfa en nosotros sobre todo poder adverso’.
Amén.
(J. J. Olier)
Hermoso mensaje P. Fidel. Gracias por animarnos, por ayudarnos a preparar el nacimiento del Señor Jesús en nuestro corazón- en nuestras comunidades construyendo la paz.