Is 25, 6-10: El banquete de la vida servido para todos

Lectio divina ‘Palabra Vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

Isaías 25,6-10: El gran banquete de la vida servido para todos

Leemos otra profecía extraordinaria. Con alto impacto en los evangelios. Se trata de una imagen espléndida de la nueva humanidad.

¿Qué ve y anuncia ahora el profeta Isaías?

El monte Sión, el lugar de las visiones y de los amplios horizontes, donde se capta lo que Dios hace y quiere hacer por su pueblo, en el cual convergen las naciones en busca del proyecto ‘comunidad’ (profecía de anteayer) y en el que el Mesías hace brotar una nueva vida en la justicia y la fraternidad (profecía de ayer), se convierte hoy en el escenario de un gran banquete festivo en el que:

• Dios, presentado como rey, reparte sus mejores dones (25,6-8).

Y…

• La comunidad salvada entona un cántico de victoria al Señor (25,9-10ª).

La obra salvífica de Dios y la liturgia de la comunidad se aúnan en una nueva y maravillosa escena bíblica. El tema: los signos de los nuevos tiempos que trae el Mesías.

Veamos algunas particularidades de esta profecía:

1. La invitación a la fiesta (v.6)

Notemos la imagen. Dios se presenta con la grandeza de un rey, quien, en su magnificencia, durante la fiesta de su entronización, hace gala de su generosidad:

• La lista de los invitados no tiene límites, incluye a ‘todos los pueblos’.

• El menú es variado, abundante y de la más alta calidad: los manjares son ‘frescos’ y ‘suculentos’, los vinos son ‘añejos’ y ‘seleccionados’.

La cita, como ya dijimos, es en el monte del Señor, allí donde el pueblo se hizo comunidad y donde, desde el conocimiento del Señor, se comenzó a tejer la paz.

Ahora se da un paso hacia delante: Dios invita a todos los hombres a hacer de la vida una fiesta y para ello ofrece sus dones en calidad y abundancia.

Dios responde a las necesidades humanas, pero no de cualquier forma. Como lo muestran los detalles de esta escena de banquete, todos quedarán satisfechos.

2. Los regalos de la fiesta (vv.7-8)

Ocurre como en la antigüedad: una vez que comienza la fiesta, el anfitrión pasa frente a los invitados repartiendo sus regalos. Así también es Dios.

Las imágenes de la comida que no se raciona, sumado al hecho de que alcance para todos, contrasta con el espectáculo habitual de una humanidad en la que se pasa hambre y los bienes se reparten de manera desigual.

Dios viene al encuentro de las esperanzas humanas y va mucho más lejos de lo que en un primer momento se podría aguardar. Él no sólo ofrece bienes, sino que sus dones están relacionados consigo mismo y éstos eliminan las necesidades más profundas del hombre. El mayor don de Dios es Dios en persona.

Es tan honda la acción de Dios que la profecía presenta el efecto de sus dones con la repetición del verbo “aniquilará”. Se aniquilará (1) “el velo que cubre a todos los pueblos” y la (2) “muerte definitivamente”.

Los regalos de Dios tienen un valor incalculable y son:

Uno, el don de su misma presencia y manifestación (v.7).

Con la imagen de un “velo” que se quita, se quiere decir que se destapa el ‘rostro’ de Dios de manera que pueda ser conocido.

El gesto representa una invitación a la amistad basada en el conocimiento y el gozo de la contemplación.

Nada puede ser mayor que la relación, en permanente cercanía, con Dios, fuente de todo bien.

Dos, el don de la vida eterna.

Ahora se quita el ‘velo’ del ser humano.

Este segundo ‘velo’ representa el vestido de luto que cubre a los que están haciendo duelo.

Pues bien, Dios lo arranca porque al concederle la vida plena por medio de la comunión con Él, el hombre ya no tiene motivos para llorar: ‘Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros’.

Y no se trata de consuelos pasajeros, porque la muerte, la primitiva maldición (ver Génesis 3), la mayor contradicción en la historia del hombre, se aniquilará para siempre.

3. Los cánticos de la fiesta (25,9-10ª)

Una vez realizada la comida y recibidos los dones, la comunidad festiva estalla de alegría y alborozo con canciones alegres.

Unos a otros se invitan a cantar. Se celebra la victoria de Dios sobre sus enemigos ―en un difícil combate― representados simbólicamente en el pueblo de Moab (v.10b). Este enemigo, real en la historia de Israel, simboliza todo lo que causa tristeza, dolor y luto en la gente.

Es sobre estas realidades que se proclama la victoria de Dios y de su pueblo.

La letra de la primera canción tiene como tema ‘la salvación’ y dice, en pocas palabras, que quien era la esperanza ha llegado por fin como salvación para su pueblo (25,9).

La comunidad tiene clara conciencia de lo que es la salvación.

Al final, una nueva imagen repunta en la letra de la canción, dando un nuevo colorido. Se trata de la mano de Yahvé’ (25,10ª).

Es la ‘mano’ poderosa del Dios de los ejércitos (en hebreo: Yahvé Sebaot’) que combate contra mil manos enemigas en cada batalla.

Los factores generadores del hambre, del dolor, de la muerte y de la tristeza de la gente son muchos, pero no son más poderosos que Dios.

Curiosamente la ambivalencia del símbolo muestra al mismo tiempo que la mano que castiga al enemigo es también la mano tierna, paterna y protectora de Dios que cuida con amor a su pueblo.

Y esta profecía se realiza en Jesús, el Mesías (Mateo 15,29-37)

En el relato de la multiplicación de los panes y de los peces, ocurrido también en un monte (v.29), Jesús preside la fiesta de la vida que cambia el destino de una humanidad que sufre (“cojos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros”, v.30), entre los cuales están los que pasan hambre (vv.32-37). La cantidad y la calidad de los dones de Jesús son evidentes.

Frente a ese panorama de la realidad humana, primero dice ‘siento compasion’, y enseguida da pasos concretos:

(1) Cura y alivia el dolor de la gente.

(2) Alimenta a ‘una multitud muy grande’ en el desierto.

(3) Hace recoger las sobras de la cena para que haya siempre comida para todos, incluso para los que no han estado en la cena.

Tanto en la profecía de Isaías, como en su realización en Cristo, prima lo que Dios ‘hace’ por nosotros.

Jesús transforma la vida humana a fondo, sanando las penas de cada uno y formando comunidad, como un pastor que cuida y congrega a su rebaño.

Y esta obra de Jesús también nos compromete a nosotros. A fin de cuentas, el verdadero milagro es el gesto del compartir, no reteniendo nada para sí. Lo poco que damos basta para muchos. Por eso parece impropio hablar de multiplicación. Para la fe, los recursos se multiplican en la medida en que no se guardan en el bolsillo.

Pues buen, cuando ponemos la vida bajo el cuidado de Jesús y obramos en sintonía con él, ocurre el don más grande de toda Biblia, profetizado por Isaías: ‘Aniquilará la muerte para siempre. Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra’ (Is 25,8).

Alimento para todos, banquete inclusivo, fiesta de comunidad… la alegría de la vida en cantidad y calidad. De este modo la venida del Señor tiene sabor a Pascua.

Oremos…
‘’Jesús, que vives en María,
Ven a vivir en nosotros
con el espíritu de santidad,
con la plenitud de tu poder,
con la perfección de tus caminos,
con la fuerza de tus virtudes,
con la participación de tu misterio.
Por la fuerza de tu Espíritu
triunfa en nosotros sobre todo poder adverso’.
Amén.
(J. J. Olier)

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1 comentario
  1. Pedro

    Padre Fidel, gracias por sus palabras, llenas de una esperanza inmensas, pedimos en este momentos que suenan clarines de guerra y destrucción de unos contra otros, prevalezca esta profecía de la acción de Dios por Jesùs en nuestras vidas

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