La fe en Dios es vida eterna

Dios es amor, es felicidad y es esperanza, esto nunca lo debemos olvidar, pues el Padre Celestial nos muestra siempre signos de su infinito amor, el hecho de estar hoy vivos, de tener un lugar donde refugiarnos del virus y un plato de comida en la mesa, son unas de las muchas muestras de amor que el Señor nos da día a día.

Es por eso hermanos y hermanas, que Dios nos ha llamado hoy para un fin específico: creer en Él ciegamente para tener vida eterna, porque todo lo que tenemos en este plano terrenal es efímero, tan efímero como lo es nuestra existencia en la tierra, es por eso que debemos recapacitar y pensar en lo que realmente tiene valor, que es la gracia y el amor, dones infinitos de Cristo, que murió por nosotros y resucitó por la voluntad del padre. Hoy estamos llamados a recordar que nuestra existencia acá solo tiene relevancia si se la entregamos a Dios, si creemos en Cristo como nuestro redentor y lo valoramos como a un hermano, si aceptamos que realmente sólo a través de la sangre de Jesús nos podremos bañar en júbilo y si confiamos en el Señor y dedicamos nuestra vida a cumplir su Palabra y multiplicarla.

No debemos asombrarnos si por seguir el llamado de Dios y hacer caso a su Palabra llegamos a ser señalados, o incluso perseguidos, porque esto ya ha ocurrido más de una vez, no seremos los primeros ni tampoco los últimos, ya que, si seguimos arduamente llevando a Cristo en nuestras vidas con nuestras acciones como ejemplo de su Palabra, más y más personas se acercarán a Él y podrán gozar, al igual que nosotros del júbilo eterno de su amor y misericordia.

Dios nos ama tanto que nos ha dado la posibilidad de seguir el ejemplo de su hijo, nuestro hermano Jesucristo, si vemos a Cristo y creemos en Él, tendremos vida eterna, y resucitaremos para estar a su lado, gozando de la dicha de la eternidad bienaventurada.

Pero para creer en Él no basta con decirlo y ya, debemos actuar de tal manera que nuestras acciones reflejen los mandatos de Dios, en no cometer actos que atenten contra su voluntad y en buscar siempre una constante mejora, porque no nacimos inmaculados, pero podemos buscar el camino de la santidad.

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