El coronavirus: una mirada desde san Juan Eudes

Entre los años 1627 y 1631, Francia vivió un momento de gran desolación a causa de la peste que azotó diversas parroquias: San Cristóbal, San Pedro de Vrigny, San Martín de Vrigny, de Avoines y otras vecinas. A tan sólo dos años de ordenado sacerdote, el futuro santo, Juan Eudes, era probado en el servicio a Dios y a los hermanos que vivían esta situación tan compleja. Hoy, en el 2020, nos está interpelando una nueva situación: el coronavirus o COVID-19.

Los coronavirus son “una extensa familia de virus que pueden causar enfermedades tanto en animales como en humanos”. Por otra parte, la COVID-19 “es la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus que se ha descubierto más recientemente. Tanto el nuevo virus como la enfermedad eran desconocidos antes de que estallara el brote en Wuhan (China)en diciembre de 2019”, según recuerda la Organización Mundial de la Salud , en su sección de preguntas y respuestas.

La propagación de la enfermedad ha generado un revuelo mundial: desde la suspensión de actividades comunitarias y que impliquen aglomeraciones en torno al Papa Francisco, hasta los diferentes protocolos que se han adoptado, a nivel civil y a nivel eclesial, para evitar el brote. En Colombia, hace algunos días se detectó una persona en situación de enfermedad en la ciudad de Bogotá, posteriormente ocurriría también en Buga. Con tal motivo, la Conferencia Episcopal de Colombia reiteró el llamado para acoger varias medidas preventivas.

De esta manera, el 10 de marzo de 2020, los obispos colombianos sacaron un comunicado en el que expresan: “hemos invitado a comulgar preferiblemente en la mano, previa catequesis sobre la manera como se debe hacer. No obstante, también podrán comulgar en la boca quienes, por distintas razones, manifiestan su deseo y opción de recibir la Eucaristía de este modo. Como lo ha enseñado la Iglesia, no se impondrá una u otra manera de comulgar” y, finalmente, pide a Nuestra Señora de Chiquinquirá por el bienestar de todos los colombianos.

Esto me hizo recordar una situación que menciona san Juan Eudes en su Memoriale Beneficiorum Dei (me referiré a él de ahora en adelante como el MBD), donde presenta una situación similar: una peste que está azotando la región y qué hizo como sacerdote. No me había animado a escribir hasta que hace pocos días una persona afirmó: ¿qué haría san Juan Eudes si viviera? Por eso estas pistas no pretenden obviar las distintas recomendaciones que las entidades expertas nos comunican, sino que también podamos pensar en un llamado de atención como discípulos de san Juan Eudes.

• En primer lugar, san Juan Eudes le pide autorización al R.P. Pedro de Bérulle, su superior, porque los enfermos estaban privados de todo auxilio espiritual. El cardenal de Bérulle se la concede (MBD 18). Esto nos lleva a pensar en la urgencia de no descuidar la asistencia espiritual por los momentos que se viven; todo lo contrario, deben lanzarnos a una campaña de compromiso socio-espiritual, de manera que los hermanos que padecen esta urgencia puedan encontrar en la Iglesia, no una entidad que no quiere contagiarse, sino una comunidad preocupada por ellos.

• En segundo lugar, san Juan Eudes celebraba diariamente la Eucaristía en la capilla de San Evroult, no lejana de su residencia, junto con otro sacerdote, luego “ponía enseguida las hostias que había consagrado en una cajita de hojalata, que conservo en el fondo de mi baúl, la que llevaba al cuello. Íbamos luego, este sacerdote y yo, por las parroquias, en busca de los enfermos; los confesábamos y en seguida yo les daba el Santísimo Sacramento” (MBD, 18). Así lo hizo hasta que la peste cesó. Sin dudas, san Juan Eudes, en su coherencia de vida cristiana que predicaba, se aseguró de contemplar en sus hermanos el rostro sufriente del Señor: es un examen de conciencia para nosotros hoy. ¿Vemos el rostro sufriente de Cristo en nuestros hermanos enfermos o corremos a escondernos para que no nos toquen?

• Finalmente, uno de los sacerdotes, el padre Gaspar de Répichon, superior del Oratorio de Caen, fue atacado por la peste. Ante ello, “Dios me concedió la gracia de asistirlo en su enfermedad, administrarle los sacramentos y acompañarlo en su agonía y muerte” (MBD 18). Afirma que después de este cuidado, tuvo que atender a dos más: uno se alentó y el otro murió, pero Dios lo preservó de todo mal. Sin fanatismos, sino con misericordia, nosotros estamos obligados a acompañar y a asistir a nuestros hermanos. Por eso, aún en situación de virus y de enfermedades, nuestra mirada estará puesta en Cristo que sufre en aquellos que han padecido este sufrimiento.

Que estas situaciones nos impulsen a ver más allá de la enfermedad y poder servir con generosidad y entrega, de tal manera que lleguemos a ser misericordiosos como el Padre.

P. Hermes, cjm

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