La cuaresma es la oportunidad para reflexionar sobre nuestra condición humana, reconociendo que somos frágiles, y que constantemente estamos expuestos a las tentaciones como lo son: el mundo, el demonio y la carne (Lucas 4-1,13), tres realidades de las que no podemos escapar. Además, hay que tener presente que este camino que emprendemos hacia la pascua del Señor nos debe llevar a morir a nosotros mismos para resucitar con Cristo.
De ahí que Jesús nos invita a negarnos a nosotros mismos, en dejar aquello que no nos permite seguirle. Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. (Lucas 9-23).
Este tiempo también nos lleva a pensar: cómo estamos llevando nuestra vida, a qué debemos renunciar, qué es lo que nos separa de la gracia Dios. Mas aún, ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, y sin embargo pierde o se destruye a sí mismo?» (Lucas 9:24-25). Es por eso, que debemos acoger la cuaresma como un tiempo de gracia, el cual nos ayuda a caminar en la búsqueda constante de la conversión.
Tomemos la cruz de cada día teniendo en cuenta que después del pecado, está el camino que nos conduce a la verdadera salvación.