Hoy en la Iglesia iniciamos el tiempo de navidad, con el nacimiento del Señor estamos alegres y contentos porque el Salvador ha llegado a cada uno de nuestros hogares. Durante 4 domingos hemos preparado nuestros corazones, nuestra vida y nuestro ser para tan gran acontecimiento. Hemos reflexionado sobre el nacimiento del Señor, esperamos día a día por medio de las novenas, la venida de Cristo. Ha sido un tiempo de compartir, un tiempo de creerle a Dios, al Dios que se encarnó en la Bienaventurada virgen María, un Dios que depuso todo lo grande, lo sublime para nacer en un pesebre; nuestro corazón.
Nuestra fe está mediada por la entrega al misterio del Señor, Él no nos pide más que un corazón agradecido, un corazón entregado que sea capaz de amarlo, de amar al otro y de amar al Padre. La venida de Jesús hace eco del misterio pascual, hoy celebramos el nacimiento del que entregará su vida por nuestros pecados y por la redención del mundo.
Estamos llamados a vivir en el amor, a comprometernos más con el Señor y a poder entregar alma, vida y corazón sin esperar nada a cambio. No son tiempos fáciles, en muchas ocasiones, estamos a la merced de la sociedad consumista, de la sociedad que quiere apartarnos del bien y busca hacer el mal sin importar nada. Nosotros, los cristianos, estamos llamados a trabajar por el mundo, a ser luz: así como Jesús es luz para nuestras vidas. Vivir el Evangelio es una tarea de cada día, no es fácil, pero el Niño que hoy ha nacido en un pesebre nos anima constantemente.
Navidad es un tiempo de alegría, es un tiempo de paz y de amor, navidad es un tiempo para compartir en familia las promesas del Señor. No permitamos que la división, que los problemas o que las carencias nos aparten del Rey de la vida. Estemos fuertes y confiados de que Dios nos ama y hace todo lo imposible por estar con nosotros; aunque muchas veces no lo queramos.