PASO A PASO EN LAS ÚLTIMAS HORAS DE JESÚS
Estudio de la Pasión según san Mateo (Mt 26-27)
(Cuarta lección)
- Fidel Oñoro, eudista
Nos encontramos en la tercera parte del itinerario narrativo de la Pasión de Jesús según san Mateo. Se trata de dos escenas que tienen lugar en el mismo espacio geográfico: el Getsemaní. La primera es la oración de Jesús (Mt 26,36-46) y la segunda el arresto (26,47-56).
En la lección anterior quedó en suspenso lo que iba a ocurrir en la oración de Jesús en el Getsemaní. Entonces, sigamos adelante.
3.1. La oración en el Getsemaní (26,36-46)
Recordemos la escena completa:
“36Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos:
«Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
37Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.
38Entonces les dice:
«Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.»
39Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así:
«Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa,
pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.»
40Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro:
«¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?
41Velad y orad, para que no caigáis en tentación;
que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.»
42Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así:
«Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad.»
43Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados.
44Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras.
45Viene entonces donde los discípulos y les dice:
«Ahora ya podéis dormir y descansar.
Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre
va a ser entregado en manos de pecadores.
46¡Levantaos!, ¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca.»”
Ayer comentamos la introducción narrativa de la escena (26,36). Continuemos con nuestro análisis.
(a) Los que acompañan a Jesús
“Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo” (26,37a)
Como hace saber Mateo, un grupo restringido de discípulos acompaña a Jesús en el huerto de los olivos. En esto no es diferente de la versión de Mc.
No es la primera vez que este restringido grupo recibe un tratamiento particular. Pedro y los dos hijos de Zebedeo (26,37) fueron los primeros discípulos en ser llamados por el Maestro, junto con Andrés, hermano de Simón (ver 4,18-22 y su puesto en la lista de los apóstoles, 10,2).
El mismo trío había tenido el privilegio de estar con Jesús en la cima de la montaña durante la transfiguración (17,1-8).
Es interesante notar que precisamente estos discípulos son los que en una ocasión anterior dejaron ver su dificultad para aceptar la cruz de Jesús:
– Pedro, después de la primera profecía de la pasión hecha por el Maestro (16,22), hizo una fuerte protesta.
– Inmediatamente después de la tercera profecía de la pasión, los hijos de Zebedeo le piden a Jesús, usando la mediación de la mamá, que les conceda puestos de prestigio en su Reino (20,20-28). Observemos que en la versión de Marcos son Santiago y Juan quienes hacen la solicitud personalmente (Mc 10,35).
Pues bien, la presencia de estos mismos en el Getsemaní, puestos aparte por Jesús, quizás tenga que ver con lo que se espera que el lector llegue a comprender a fondo en este relato: los que antes han sido testigos de la gloria de Jesús, también experimentan lo que significa compartir su “cáliz”, el único medio auténtico para entrar en la gloria con él (ver 20,22-23 y en 26,27.42).
(b) La angustia de Jesús (26,37b-38a)
Enseguida el narrador hace avanzar la narración exponiendo de forma abrupta el tormento de Jesús, una emoción que es descrita con vigor: “Comenzó a sentir tristeza y angustia” (26,37)
Jesús expone lo que ocurre en su interior con una confidencia a los discípulos que le acompañan palabras a los discípulos: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad” (26,38).
No se trata de un retrato sicológico, sino de una identificación de carácter teológica. Estas palabras son un eco del Salmo 42, una de las oraciones más elocuentes del AT. En ella el orante expresa un anhelo que emerge de la profundidad del sufrimiento y del temor de la muerte:
“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente:
¿Cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan, día y noche,
mientras todo el día me preguntan: ‘En dónde está tu Dios?’…
¿Por qué te entristeces, alma mía, por qué te me turbas?
Espera en Dios que volverá a alabarlo, salud de mi rostro, Dios mío”
(Salmo 42,3-4.6).
La sombría frase “hasta la muerte”, no se encuentra en el texto original del Salmo y quizás corresponde a una adaptación cristiana de este Salmo, el cual era leído en las comunidades cuando se recordaba la oración hecha por Jesús, antes de su muerte. Conviene recordar que los primeros cristianos adaptaron libremente el Antiguo Testamento para que correspondiera a las circunstancias de la vida de Jesús y su experiencia personal. Y Mateo no es la excepción de la regla.
Dejándose guiar por Marcos, Mateo no duda en presentar a un Jesús que eleva una oración constituida por una lamentación, una de las formas más vigorosas de la poesía hebrea. Así como antes de él lo habían hecho generaciones y generaciones de hebreos sostenidos por su fe, Jesús también ora en medio de una situación de crisis, expresando con sinceridad su miedo y su desasosiego ante la oscuridad de la muerte.
(c) La instrucción a los discípulos (26,38b)
A los tres discípulos Jesús les pide: “Quedaos aquí y velad conmigo” (26,39b).
El término “conmigo” es propio de Mateo (ver la diferencia en Mc 14,34). Aquí podemos ver el énfasis que el evangelista pone sobre el vínculo estrecho que existe entre Jesús y sus discípulos, un tema recalcado en todas las escenas de apertura del relato de la pasión, como en 26,18 (“con mis discípulos”), en 26,20 (“con los doce discípulos”) o en 26,29 (“con vosotros”).
El mandato “velad” o, literalmente, “estad despiertos”, nos recuerda dos pasajes anteriores:
– Las instrucciones urgentes del último discurso de Jesús, donde le ordenó a los discípulos que fueran como dueños de casa atentos y que velaran “porque no sabéis qué día vuestro Señor vendrá” (24,42-43).
– La parábola de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes, la cual concluye con el mismo tipo de exhortación: “Velad, por tanto, porque no sabéis ni el día ni la hora” (25,13).
Los dos pasajes anteriores se encuentran en el último gran discurso de Jesús. Esta concordancia entre el último discurso y el relato de la pasión, refleja la convicción del evangelista de que la muerte y la resurrección de Jesús son los acontecimientos decisivos de la historia sagrada. El juicio final que la comunidad debía esperar velando, está a punto de llegar, ya que el momento del arresto de Jesús está cerca.
Este es el “kairós” profetizado por Jesús, éste es el tiempo oportuno que Jesús esperaba, como dijo en 26,18: “Mi tiempo está cerca”. Este es el momento en el que su acto de amor decisivo y fiel va a conducir al mundo a la salvación definitiva.
(d) La oración de Jesús (26,39)
“Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú»” (26,39)
Ahora Jesús comienza a orar, poniendo en práctica en primera persona lo mismo que les había enseñado a los otros. De hecho, en Mateo 21,22, Jesús había enseñado a sus discípulos: “Y todo lo que pidáis con fe en la oración, lo obtendréis”.
La insistencia sobre la necesidad de poner en práctica aquello que se enseña, es un tema que reaparece en el Evangelio de Mateo, por ejemplo, en 5,19; o la condena a los fariseos que “dicen, pero no hacen” (23,3).
Alejándose un poco de los tres discípulos “cayó rostro en tierra”, literalmente es “se postró con pegando el rostro a la tierra” (26,39). En Marcos apenas se dice: “se arrojó en tierra” (14,35), que es una frase que la Biblia usa para expresar intensa adoración y respeto (por ejemplo Gn 17,3.17; Nm 14,5; 2 Sm 9,6; 1 Re 18,39).
Jesús ora así:
“Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú”
El espíritu y el contenido de esta primera oración de Jesús están tomados de Marcos (14,36), sin embargo, Mateo modela la oración de Jesús según su propia teología de la oración, tal como la ha venido exponiendo en su evangelio.
Jesús se dirige al Padre llamándolo: “Padre mío”, que es la traducción de la palabra aramea tan íntima “Abbá”, que también usa Marcos.
Ya en dos ocasiones en el Evangelio de Mateo, Jesús se había dirigido directamente a Dios como “Padre” suyo, en un contexto de oración. La primera vez ocurrió en el Sermón de la Montaña, donde les enseñó a los discípulos el Padre Nuestro (6,9-13). El espíritu y la forma de esta oración fundamental ciertamente tienen su influjo sobre la versión que Mateo nos da de la oración en el Getsemaní. Ambas son oraciones de obediencia: “Venga tu Reino”, “Hágase tu voluntad”. También, como allí, aquí se pide la liberación de la “tentación”, de la prueba final y del “mal”.
Jesús se dirige también en 11,25 al “Padre” en una maravillosa oración de agradecimiento, porque él ha escondido la revelación a los “sabios e inteligentes” para la darles la revelación y porque ha sido generoso con él.
La costumbre de llamar a Dios con el nombre de “Padre” es característica del evangelio de Mateo (aparece 53 veces en Mateo y solamente 6 en Marcos). Esto está en armonía con el énfasis igualmente marcado sobre su identidad de “Hijo de Dios”, como característica de la identidad de Jesús.
Como lo veremos más adelante, el acento que Mateo pone sobre la metáfora Padre-Hijo sirve para definir mejor la descripción de Jesús, el israelita obediente que busca con fidelidad la justicia de Dios, aunque le cueste una muerte.
Esta es la atmósfera del Getsemaní: a pesar de que Jesús lucha contra el espectro de la muerte que llega y suplique ser liberado de ella, él se dirige a Dios ante todo como Hijo fiel.
“Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú”
Lo que Jesús pide con ímpetu en su oración, es que Dios le quite el “cáliz”. El cáliz se refiere claramente a los sufrimientos y a la muerte (ver 20,22-23; 26,27-28). El evangelio no dice que la fuente de la angustia de Jesús sea el espectro de los pecados futuros de la humanidad, como a veces me da la impresión que sugieren algunos comentarios de este pasaje. Aquí se está afirmando algo mucho más desconcertante y provocador: que Jesús, el fiel Hijo de Dios, es también el hijo de la humanidad y por eso teme la muerte que amenaza su existencia mortal. La oración del Getsemaní es un fuerte antídoto contra todas las descripciones que tratan de diluir la humanidad de Jesús.
Y la oración termina diciendo:
“Pero no sea como yo quiero, sino como quieras tu”.
Mientras que Jesús pide con ansia ser liberado de la muerte, ora también para que se haga la voluntad de Dios. La auténtica espiritualidad cristiana siempre ha estado caracterizada por una mezcla de fe y de fragilidad.
Las frases “si es posible” y “pero no como yo quiero, sino como tú quieras”, recalcan con energía el espíritu de obediencia que ha animado al Jesús de Mateo desde las primeras escenas del Evangelio. Recordemos que cuando hicimos la introducción general a la pasión según san Mateo subrayamos que la obediencia es uno de los temas que representan a Jesús.
A lo largo del Evangelio, Jesús les enseñó a sus discípulos que “quien haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” y no quien se limite a pronunciar palabras piadosas entrará en el Reino de los cielos (7,21).
Además, en 12,50: “Quienquiera que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” pertenece a la familia de Jesús, porque este era el espíritu que configuraba toda su vida (12,50).
En 5,17, había dicho que no había venido a abolir” sino a darle cumplimiento a las Escrituras, buscando en ellas la voluntad de Dios, y traduciéndola después fielmente en sus obras.
Pues bien, aunque Jesús se postra en tierra como presa del dolor y de la angustia, este espíritu de fidelidad arraigado en él no se extingue jamás.
(e) El sueño de los discípulos (26,40-41)
“Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro:
«¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?
Velad y orad, para que no caigáis en tentación;
que el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (26,40-41)
Terminada la primera oración, Jesús regresa donde los tres discípulos y los encuentra “dormidos”. Las palabras dirigidas a Pedro ponen en claro que el problema no sólo tiene que ver con el sueño fisiológico.
En lugar de permanecer despiertos en la oración y de prepararse para la venida del “kairós”, del tiempo oportuno de la intervención salvífica de Dios, los discípulos más bien resultan vencidos por el sueño y, peor aún, al final serán “mandados fuera”, según la advertencia de Jesús en 24,36-44.
La causa de esto no es un espíritu de resistencia o que los discípulos sean reacios frente a la oración sino, como deja bien claro el texto, se trat de “la debilidad de la carne”: “El espíritu está pronto, pero la carne es débil” (26,41).
Esta polaridad de “carne” y “espíritu” representan dos componentes que no se pueden separar en el ser humano. No se trata del famoso dualismo griego, ya que la Biblia y, ni se diga Mateo con su pensamiento semita, piensa la persona más bien como una unidad. Aquí se refiere a dos tendencias opuestas en el ser humano, dos tendencias en combate que luchan dentro de uno por tener el predominio.
Esta visión evangélica de los discípulos como prisioneros de las tensiones entre “carne” y “espíritu” es coherente con la descripción que Mateo nos da de ellos a lo largo de todo el Evangelio.
La frase particular que el evangelista usa para definir a los discípulos es el de hombres “de poca fe”. Los discípulos están a mitad de camino en la experiencia de la fe: no es que sean incrédulos (como a veces sí se dice en Marcos), pero tampoco es que sean plenamente creyentes.
Un buen ejemplo de esto lo vemos en la escena de la tempestad en que Jesús camina sobre las aguas en Mateo 14,28-31, allí Pedro deja ver que tiene miedo y que duda cuando se baja de la barca pero comienza hundirse cuando ve que la tempestad parece superarlo, “miedo” y “duda” son las dos debilidades que afectan la fe.
Pues bien, el “miedo” y la “duda” pueden doblegar la fe de una persona, así como lo vemos también ahora, cuando llega la hora de la pasión de Cristo.
(f) Nueva instrucción a los discípulos (26,41)
“Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil”
Jesús les pide que oren “para que no caigan en tentación”.
Esta frase le hace eco a la sexta petición del Padre Nuestro: “No nos dejes caer en tentación” (6,13). En ambos casos la palabra que generalmente se traduce como “tentación” es el término griego “peirasmós”, o sea, “prueba”.
En el Padre Nuestro, así como aquí, tentación o prueba no se refieren a las seducciones pasajeras del mal, sino a aquella prueba definitiva, a la crisis de los últimos días, cuando serán examinadas tanto la fuerza como el compromiso real de la comunidad cristiana.
Puesto que el contexto y las dificultades de la historia pueden ser tales que arrollen al creyente (por ejemplo Mateo 24,9-13; 15,24; especialmente 24,22.24), hay que pedirle a Dios que nos libere de un mal tan terrible.
Esto no se dice por terrorismo espiritual. Lo que el evangelio nos presenta es una sobria valoración del mal, una ponderación que se hace con un lenguaje que está tomado del simbolismo apocalíptico de las palabras de Jesús, pero refleja sin duda la experiencia turbulenta de la comunidad de Mateo, que es la primera lectora de estas palabras del Evangelio.
(g) Jesús insiste en su oración
“Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: «Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad»’
Jesús deja a sus discípulos y regresa por segunda vez a la oración (26,42).
En este punto de la escena, aparece claro el interés particular de Mateo, en contraste con el relato de Marcos. Marcos parece centrar la atención sobre el descubrimiento repetido, por parte de Jesús, de los discípulos dormidos. Marcos no nos cuenta de la segunda venida de Jesús y afirma simplemente que Jesús ora “diciendo las mismas palabras” (Mc 14,39), mientras que el retorno a los discípulos aparece numerado con la expresión “por tercera vez” (14,41). En cambio, Mateo se concentra en el contenido y en la repetición de la oración llena de fe de Jesús, en lugar de su regreso donde discípulos que se han quedado dormidos.
El contenido de la segunda oración es similar al de la primera:
«Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad.» (26,42). Sin embargo, hay una novedad en las palabras “Si esta copa no puede pasar sin que yo la beba”, mostrando así la creciente aceptación de Jesús ante lo inevitable de su muerte (26,38: “si es posible, pase de mí este cáliz”).
El espíritu del “Padre Nuestro” se respira con fuerza también en esta segunda oración. La petición “hágase tu voluntad” es idéntica a la del Padre Nuestro (6,10), exactamente las mismas palabras. Pues sí, Mateo continúa presentándonos a Jesús como el ejemplo viviente de la oración que él mismo había enseñado.
(h) De nuevo dormidos… por tercera vez orando (26,43-44)
“Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados.
Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras”
Ahora vemos cómo la escena procede rápidamente hacia su conclusión. Jesús regresa y encuentra una vez más a sus discípulos dormidos (26,43). La explicación de Mateo, “pues sus ojos estaban cargados”, es mucho más benévola y tolerante que la de Marcos, quien anota: “y no sabían cómo responderle” (Mc 14,40).
Y vemos cómo Jesús regresa de nuevo a la oración, como dice el v.44
“Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras”.
Mateo construye este versículo arreglando el texto de Marcos, de manera que logra que el foco recaiga sobre la oración repetida de Jesús y no sobre el sueño de los discípulos.
(i) Conclusión (26,45-46)
“Viene entonces donde los discípulos y les dice:
«Ahora ya podéis dormir y descansar.
Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre
va a ser entregado en manos de pecadores.
¡Levantaos!, ¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca»”
Cuando completa la triple oración, Jesús regresa donde la comunidad completa de los discípulos y les avisa que está a punto de explotar el momento del “kairós” precisamente allí, bajo los árboles del huerto de los olivos (26,45).
Una vez más, Mateo describe a Jesús como uno que se comporta con majestad frente a las amenazas de la muerte. La oración confiada lo ha despertado y lo mantiene vigilante para afrontar la hora decisiva que llega presurosamente.
Las palabras de Jesús identifican la hora con la llegada de Judas: los versículos siguen un estrecho paralelismo: Mirad que… Mirad que…
El arresto, el momento de la entrega, que a lo largo del evangelio ha sido el hilo de las predicciones proféticas de Jesús y la fuerza de muerte ahora están a punto de encontrarse, en el momento en que Jesús perderá su libertad y comenzará un viaje, rápido y fatal, hacia la muerte.
La noche del arresto era de verdad el momento de la llegada del “kairós” decisivo de Jesús. La escena que sigue, por su parte, será una clara demostración de la diversidad de reacciones de parte de Jesús y de parte de los discípulos.
3.2. El arresto (26, 47-56)
“47Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. 48 El que le iba a entregar les había dado esta señal:
«Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle.»
49 Y al instante se acercó a Jesús y le dijo:
«¡Salve, Rabbí!», y le dio un beso.
50 Jesús le dijo:
«Amigo, ¡a lo que estás aquí!»
Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron.
51 En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja.
52 Dícele entonces Jesús:
«Vuelve tu espada a su sitio,
porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán.
53 ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?
54 Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?»
55 En aquel momento dijo Jesús a la gente:
«¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me detuvisteis.
56 Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.»
Entonces los discípulos le abandonaron todos y huyeron”
En el mismo instante en que Jesús despierta a sus discípulos del sueño y les avisa que ha llegado la hora fatal, Judas y el grupo armado entran en el Getsemaní (26, 47).
Como ya hizo antes durante el relato de l pasión, el evangelista pone en evidencia el conocimiento profético y la potencia majestuosa de Jesús, que se manifiestan incluso cuando él parece ser la víctima de sus enemigos. Esto será particularmente verdadero en esta escena importante, el comienzo real del “kairós”. En el instante preciso en que es arrestado, Jesús declara su propia y absoluta libertad para llevar a cabo su misión mesiánica de acuerdo con la voluntad de Dios.
De nuevo, se pone ante el lector la tragedia de la traición de Judas: él es “uno de los Doce” (26, 47), todavía está entre la gente armada “de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo” (26, 47), los mismos que habían urdido la conjura final contrala vida de Jesús (cf. 26, 3-5).
Más trágico todavía es el hecho que Judas use un símbolo de amistad como señal para la traición. Él da instrucciones a la gente armada: “Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle” (26, 48).
Mateo continúa mostrando su interés particular hacia la persona de Judas. Como en el relato d Marcos, el traidor se aproxima descaradamente a Jesús y lo besa. Con todo, Mateo agrega algo al beso que Judas le da a Jesús. Judas distorsiona el saludo cordial: “¡Salve, Rabbí!”, transformándolo en una señal de muerte (26, 49).
Uno no puede menos que recordar la pregunta que Judas le hizo a Jesús durante la última cena: “¿Soy yo acaso, Rabbí?” (26, 25) y pensar en el significado negativo que tiene el uso del término “Rabbí” en el Evangelio de Mateo.
La respuesta de Jesús (26, 50), que sólo se encuentra en este Evangelio de Mateo, no es clara en el texto griego. Quizás la mejor traducción sea: “Amigo, es para esto que estás aquí”, o sea, “Amigo, es para darme este beso que has venido”. Notemos que Jesús se dirige a Judas como a un “Amigo”, aún si este supuesto amigo lo está traicionando, violando así de forma cruel el vínculo de amor y de respeto entre el Maestro y el discípulo.
Al mismo tiempo Jesús muestra que tiene conciencia de lo que está pasando. Al anotar que Jesús responde al beso de Judas, el evangelista da tiempo en la narración para que la multitud no se precipite sobre la persona de Jesús sino hasta cuando él haya terminado de hablar (a diferencia de Mc 14, 46, donde la gente le manda la mano a Jesús apenas Judas le da el beso). Es sólo “entonces” o “ahora” (como se podría traducir mejor) cuando la gente es libre para acercarse a Jesús para capturarlo (26, 50b). Aún cuando Jesús parece haberse convertido en su víctima, la gente no ejercita un poder real sobre él.
La importancia que esta escena tiene para la teología de Mateo la podemos ver en los hechos que ocurren después del arresto.
El evangelista se extiende de forma significativa contándonos el extraño episodio de la espada, que también Marcos refiere (Mc 14, 47). En la versión de Mc el uso de la espada parece accidental: “Uno de los presentes” saca una espada y le vuela la oreja al siervo del Sumo sacerdote. Marcos no parece referirse a un discípulo sino a una persona desconocida que está entre la multitud.
La frase “uno de los presentes” no se refiere a los discípulos, ya que precisamente la multitud fue identificada como gente que portaba “espadas y palos” (cf. Mc 14, 43. 48). Por eso podemos decir que para Mc el incidente hace parte de los daños realizados por la multitud; el caos y la violencia llevan a Jesús a reprochar a los que lo capturan: “¡Como contra un delincuente, con espadas y palos, habéis venido a prenderme!” (Mc 14, 48).
Este reproche de Jesús a la multitud y la neta distinción entre el propio comportamiento y la violencia de quien lo captura, le dan a Mateo la oportunidad de insertar algunas enseñanzas importantes. El incidente aparece introducido con una expresión dramática: “En esto…” (26, 51; “y he aquí que…”). Y ya no es un miembro de la multitud armada el que saca la espada, sino “uno de lo que estaban con Jesús”. La violencia de la multitud parece haber contagiado a los mismos discípulos, y uno de ellos, con un vano y débil intento de proteger al Maestro, hiere a uno de sus enemigos.
Este uso de la violencia por parte de un discípulo provoca las palabras de Jesús que encontramos sólo en Mateo 26, 52-54:
«Vuelve tu espada a su sitio,
porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán.
¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?
Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?”
Este es un instante cargado de una enseñanza tan importante. Demuestra la coherencia y la honestidad absoluta del Jesús de Mateo: él siempre pone en práctica lo que dice. Y es una de las cosas sobre las cuales este evangelio más pone el acento (cf. 5, 19, y en sentido negativo 23, 3). El uso de la violencia es claramente rechazado por Jesús, incluso cuando se quiere usar para proteger su vida. La espada debe volver a su lugar “porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán”. La frase suena algo así como un proverbio, y algunos han notado semejanza con el texto de Ap 13, 10: “Quien debe ir a prisión, a prisión irá; quien debe ser matado a espada, a espada sea matado”.
Sin embargo, estas palabras de Jesús bien podrían estar inspiradas en un pasaje anterior de este Evangelio de Mateo. En el Discurso de la Montaña, Jesús declaró abiertamente que la violencia no debe ser practicada por aquellos que quiere vivir según la ley de Dios. Él vino para “darle cumplimiento a la Ley y a los Profetas”, o sea, para darles una interpretación nueva y definitiva de lo que Dios le pide a su pueblo.
De este nuevo tipo de “santidad”, literalmente “justicia” (cf. 5, 20), tenemos ejemplos concretos en el capítulo 5 de Mateo (las llamadas antítesis), donde la nueva interpretación que Jesús hace de la Ley está en contraste con la anterior, o quizás sea mejor decir que hace una “intensificación”:
– Mientras la ley del talión (“ojo por ojo y diente por diente”) pretendía vengar la ofensa con la represalia, fijando la compensación de forma directamente proporcional a la ofensa recibida, la nueva enseñanza de Jesús rechaza completamente una reparación así de violenta: “Pero yo les digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra…” (5, 39-40).
– En otro pasaje de importancia capital en el Evangelio de Mateo, Jesús dice: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (5, 43-45).
Tanto en el Sermón de la montaña como en el Getsemaní, Jesús descarta explícitamente el camino de la violencia. En lugar de seguir adelante con una cadena interminable de agresiones, donde una brutalidad se resuelve con otra brutalidad (“Todos los que empuñen espada, a espada perecerán”, 26, 52), Jesús de forma profética rompe esa cadena de la violencia. Su poder no es el de la espada. Si así fuera, no habría tenido que depender del juego de esgrima que sus discípulos quieren comenzar a la hora de la captura, él habría podido pedirle a su Padre que tener enseguida “doce legiones de ángeles” (26, 53).
Pero Jesús no acude a la violencia. Si lo hiciera, “¿Cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?” (26, 54).
En el Sermón de la montaña, Jesús ya había dicho que el “cumplimiento” de la Ley y de los Profetas apuntaba hacia un mundo diferente, donde la violencia y la agresión no tenían lugar. El mundo donde Dios reina como soberano no debe estar dominado por la confrontación armada. Y es a este nivel que Jesús estaba muy unido a la voluntad del Padre. Jesús no quería andar por la línea de conducta tan típica de los humanos, el camino de la prepotencia, sino por la línea señalada por el Padre, quien derrama su pasión y su perdón misericordioso tanto sobre buenos y como sobre malos, así como el sol y la lluvia benefician a toda la creación (5, 45).
De esta manera Mateo usa el momento del arresto para reflexionar sobre la respuesta de Jesús a la violencia.
Justo aquí, en su último acto como hombre libre, Jesús convalida su propia enseñanza con acciones concretas. La no violencia, la renuncia al uso de las armas, no era un gesto “pasivo”, sino plenamente “activo”. Jesús no acepta las palabras y los valores de sus enemigos.
Jesús llama al traidor “Amigo” (26, 50) y desafía a los atacantes que lo capturan: “¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar, y no me detuvisteis” (26, 55b). Estar “sentado” (cf. Mc 14, 49) era un signo de autoridad para un docente judío. A lo largo de todos los capítulos 21-23, Mateo había presentado a Jesús en brusco y abierto conflicto con sus oponentes mientras enseñaba en la explanada del Templo de Jerusalén. Las “armas” de Jesús no eran las de la violencia física, sino la fuerza de la verdad y de la compasión. Puesto que temían este tipo de poder y la atracción que ejercía sobre su pueblo, los adversarios de Jesús no se habían atrevido a capturarlo abiertamente (cf. 21, 45-46; 26, 5).
Finalmente, la escena del arresto concluye con una palabra de Jesús y con una acción de los discípulos.
En la versión de Mateo, Jesús declara: “Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas” (26, 56). En la de Mc dice: “¡Por tanto que se cumplan las Escrituras!” (Mc 14, 49). Mateo subraya el alcance de las palabras de Jesús: “todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los Profetas”.
En el momento de la captura parece estar sintetizada toda la Pasión: en ese instante escalofriante Jesús es entregado al poder de la muerte. Quiere decir que “Todo esto”, o sea todo su sufrimiento y su muerte, no es una violencia arbitraria, ni tampoco una tragedia absurda, sino que misteriosamente es un llevar a cumplimiento “las Escrituras de los profetas”.
Esta definición tan única y particular de las Escrituras encaja muy bien con la perspectiva de Mateo. Todas las citas llamadas “de cumplimiento” que están en el Evangelio de Mateo han sido extraídas precisamente de los escritos proféticos del Antiguo Testamento. Y para Mateo todo el Antiguo Testamento está envuelto en un aura profética, porque Jesús era el cumplimiento de sus promesas. Toda la historia sagrada de Israel estaba resumida en Jesús, Hijo de Dios, y encontraba en él su auténtica realización. Por eso el Jesús de Mateo, como ya evocamos, podía decir: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolirlos, sino a darles cumplimiento” (5, 17). Puesto que la Pasión de Jesús era la expresión final de su misión salvífica, el evangelista la presenta como el cumplimiento supremo de las “Escrituras de los profetas”.
La escena termina con una constatación sobria, que lo aterriza a uno desde lo alto de la majestad de las palabras que Jesús está pronunciando. De repente nos encontramos con la realidad tan brutal de la pasión: “Entonces los discípulos le abandonaron todos y huyeron” (26, 56b).
Colocando la fuga de los discípulos después de las frases de Jesús e introduciéndola con el adverbio “entonces”, Mateo parece entender que sólo después que Jesús ha hablado, es cuando los acontecimientos tienen permiso de ocurrir, como de hecho ocurre en el momento del arresto (cf. 20, 50).
Una vez más en el Evangelio de Mateo queda implícito que bajo el caos y la polvareda de esta escena, pulsa la providencia misteriosa de Dios.
- El proceso ante el Sanedrín (26, 57 – 27, 10)
El desarrollo de la acción en el drama de la Pasión ahora se desplaza de la pendiente del Monte de los Olivos a la ciudad de Jerusalén, a la casa de Caifás, el sumo sacerdote. Aquí el conflicto entre Jesús y sus opositores llegará a su expresión más amarga.
Tengamos en cuenta que Mateo no tiene puesta la mirada solamente en los adversarios de Jesús. El centro está en la persona de Jesús, quien, impávido, proclama que es el Mesías, el Hijo de Dios y el triunfante Hijo del hombre. En cambio, sus opositores, Pedro y finalmente Judas, representan un trágico contrapunto a su coherencia.
Tres escenas se desenvuelven en un único lugar, la casa de Caifás:
– El interrogatorio y los escarnios ante el Sanedrín (26, 57-68).
– Las negaciones de Pedro (26, 69-75).
– El veredicto por parte del Sanedrín, el cual decide entregar a Jesús a Pilato (27, 1-2).
El destino de Judas (27, 3-10) constituirá un trágico intermedio, que hace de puente entre la transferencia de Jesús de la casa de Caifás y el juicio romano ante Pilato.
4.1. Interrogatorio y los escarnios por parte del Sanedrín (26, 57-68)
“57Los que prendieron a Jesús le llevaron ante el Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. 58Pedro le iba siguiendo de lejos hasta el palacio del Sumo Sacerdote; y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver el final. 59Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban buscando un falso testimonio contra Jesús con ánimo de darle muerte 60y no lo encontraron, a pesar de que se presentaron muchos falsos testigos.
Al fin se presentaron dos, 61que dijeron:
«Este dijo: Yo puedo destruir el Santuario de Dios, y en tres días edificarlo.»
62Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo:
«¿No respondes nada?
¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?»
63Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo:
«Yo te conjuro por Dios vivo
que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios»
64 Dícele Jesús:
«Sí, tú lo has dicho.
Y yo os declaro que a partir de ahora veréis
al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder
y venir sobre las nubes del cielo»
65Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestidos y dijo:
«¡Ha blasfemado!
¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Acabáis de oír la blasfemia.
66¿Qué os parece?»
Respondieron ellos diciendo:
«Es reo de muerte»
67Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, 68diciendo:
«Adivínanos, Cristo.
¿Quién es el que te ha pegado?»”
Es difícil determinar la naturaleza exacta de la reunión que ahora Mateo nos reporta. Hay motivos para sospechar que históricamente éste no fue un juicio propiamente dicho, sino una reunión estratégica en la que los jefes hebreos interrogan a Jesús y deciden que línea de conducta seguir contra él. De todas maneras, Mateo recaba su versión del “juicio” de la propia fuente, Marcos, introduciendo –como hace con frecuencia- un cierto número de cambios estilísticos y algunos otros que orientan de manera particular el relato hacia su perspectiva final.
La multitud armada que ha seguido a Judas en el Getsemaní, ahora lo lleva a la casa de Caifás, el sumo sacerdote. Precisamente aquí se habían reunido los miembros de gran consejo, el sanedrín.
Mateo prepara al lector para los agudos contrastes de esta sesión, refiriendo la presencia llena de emoción de Pedro. El jefe de los apóstoles, quien había asegurado: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré” (26, 35), sigue todavía a Jesús, pero “de lejos” (26, 58). Entra en el patio de palacio del sumo sacerdote y se sienta con los guardias “para ver el final”, o sea, en qué iba a concluir todo. Marcos había ofrecido el detalle colorido de Pedro que estaba allí “calentándose en el fuego” (Mc 14, 54).
Mateo, como hace con frecuencia, elimina ese dato de sabor doméstico, prefiriendo una declaración explícita de las intenciones de Pedro. El gesto valiente de insertarse en medio del grupo de los que habían capturado a Jesús será exactamente lo contrario del irse de allí en medio de remordimientos, como veremos en 26,75.
Mateo no mide sus palabras sobre las intenciones del sanedrín: la finalidad de la reunión era “buscar un falso testimonio contra Jesús con el ánimo de darle muerte” (26, 59). Marcos (14, 55), dice las cosas con mayor franqueza. La descripción coherentemente negativa de los jefes hebreos dada por Mateo, continúa. Aunque se presenta un cierto número de falsos testigos, es evidente que sus declaraciones son demasiado torpes para ser válidas en el juicio contra Jesús.
Se dice luego que al final se presentaron dos testigos que lanzan acusaciones teatrales contra el prisionero (26, 60-61). Es significativo que Mateo no los defina como testigos “falsos” (cf. Mc 14, 57-58). Eran dos, porque según la ley judía ése era el número de testigos requerido para emitir una condena de pena de muerte (cf. Dt 17, 6). Ellos acusan a Jesús de haber dicho que podría destruir el Santuario de Dios y reconstruirlo en tres días (26, 61). Esta acusación está dicha con sutileza: la afirmación no es “destruiré” el Santuario sino “puedo destruir” (cf. Mc 14, 58). No existe ninguna distinción entre un templo “hecho por mano de hombre” y uno “no hecho por mano de hombre” (como en Mc 14, 58). En la versión de Mateo, la declaración de Jesús referida por los textos es que él tiene el “poder” de destruir el templo de Jerusalén.
En realidad, un lector sabe en ninguna parte de evangelio de Mateo Jesús ha dicho semejante cosa. Es probable que Mateo, como Mc, considere falso el testimonio. Sin embargo, la formulación del cargo con el cual lo acusan nos permite darnos cuenta con claridad de su irónica verdad:
– Mateo había presentado a Jesús mientras entraba triunfante, entre los aplausos de la gente, en el Templo de Jerusalén, purificándolo de la corrupción y abriéndole las puertas a los “ciegos y cojos” (una reforma revolucionaria de la cual sólo habla el evangelista Mateo, cf. 21, 14).
– Jesús había acusado amenazante a los jefes de transformar la casa de Dios en una “cueva de ladrones”, palabras tomadas de Jeremías (7, 11), con lo cual el profeta le advertía a los jefes del Templo que Yahvé podía destruir el santuario de Jerusalén, precisamente como lo había hecho con el de Silo.
– En el Evangelio no hay prácticamente ninguna duda de que la autoridad mesiánica de Jesús se extiende hasta el Templo mismo, una realidad que los jefes controvierten inútilmente. Recordemos la controversia sobre la autoridad (21, 23-27). Él es el “Hijo del hombre” que es “Señor del sábado” (22, 41-46).
– Todo el discurso sobre el juicio y sobre el futuro del mundo (capítulos 24-25) comienza con las palabras proféticas de Jesús que anunciaban cómo del conjunto monumental del templo “no quedaría piedra sobre piedra que no fuera destruida” (24,2).
Hay pruebas de que algunas tradiciones hebreas esperaban una destrucción purificadora y una reconstrucción del Templo en la era mesiánica. El significado de la acusación contra Jesús en el juicio, podría apoyarse sobre esto: las amenazas que se decían hechas por Jesús contra el Templo estaban acompañadas por sus reivindicaciones mesiánicas. Mateo utiliza la acusación relacionada con el Templo (que ya estaba en Marcos) como un modo para afirmar la potencia mesiánica de Jesús: él está en capacidad de destruir el templo mismo.
Pero, con todo, el hecho de que Mateo haya escrito su Evangelio después del asedio de Jerusalén y la subsiguiente destrucción del Templo en el año 70 dC, le agrega otro matiz de ironía a este momento del juicio. El evangelista Mateo evidentemente interpreta la tragedia como el castigo de Dios a Israel por haber rechazado a Jesús:
– De la versión que Mateo nos da de algunas parábolas de Jesús, podría deducirse esto. El “patrón de la viña” no sólo que quita la viña a los viñadores que expulsan a sus siervos y que matan a su hijo, sino que llega y hace “morir miserablemente a estos malhechores” (Mt 21, 41; cf. Mc 12, 9; Lc 20, 16).
– En la parábola de la fiesta nupcial, el rey se indiga contra los primeros invitados que no sólo habrían despreciado la invitación, sino que además habían golpeado y asesinado a los mensajeros (22,6). Para castigarlos, el rey manda a sus tropas y “mata a aquellos asesinos y hace quemar su ciudad” (Mt 22,7). Un detalle que no aparece en la versión de Lucas (14,15-24).
Como veremos más adelante, Mateo presenta personas que aceptan plenamente la responsabilidad de la muerte de Jesús (cf. 27, 24-25).
Para Mateo, por tanto, el destino del Templo está directamente conectado con la muerte de Jesús. La destrucción del Templo será un evento que marcará la llegada del tiempo final (cf. 27, 51-53). Se puede construir un templo nuevo en tres días, precisamente, porque la muerte de Jesús será transformada en el triunfo de la resurrección.
Pero tengamos en cuenta también que la destrucción del Templo es también un hecho con el cual se castiga la culpa de la negativa para aceptar la buena noticia de la salvación.
Pues bien, la declaración de los dos testigos provoca la intervención del Sumo sacerdote (26, 62). Esta máxima autoridad en el campo religioso hebreo desafía a Jesús, exigiendo una respuesta a las acusaciones. Pero él permanece en silencio (26,63).
Es posible que en este detalle del silencio el Evangelio quiera recordarnos la imagen del Siervo sufriente, quien está en silencio ante lo que han hecho prisionero (cf. Is 53,7).
Este silencio elocuente de Jesús lleva a Caifás a plantear la pregunta decisiva: “Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (26, 63).
Mateo ha reescrito de manera significativa la pregunta del Sumo sacerdote, que en Marcos era: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios bendito?” (14, 61).
En la versión de Mateo, el Sumo sacerdote hace un juramento. ¿Qué implicación tiene? En el Sermón de la montaña, Jesús había enseñado a los discípulos: “No juren de modo alguno, ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el escabel de sus pies, ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey”. Para quienes viven en la verdad es suficiente con decir un simple “sí” o “o” (5, 33-37). Una lección que parece perdida para los escribas y fariseos, a quienes Jesús condena precisamente por haber elaborado un sistema de juramentos (23, 16-22). Ahora el Sumo sacerdote usa la misma forma de expresarse (como hará Pedro en la escena siguiente).
Los términos de la pregunta también son significativos. El Sumo sacerdote quiere saber si Jesús es “el Cristo, el Hijo de Dios”.
Estos dos atributos de gran importancia se encuentran juntos en un pasaje previo del Evangelio, cuando Pedro hizo su solemne profesión de fe en Cesarea de Filipo (16, 16).
El título “Cristo” se refiere, naturalmente, a la identidad de Jesús en cuanto Mesías prometido o rey liberador de Israel.
El evangelio de Mateo insiste en el tema:
– Mateo ha visto claramente en Jesús el cumplimiento de esta promesa desde la primera línea de su Evangelio. El versículo inicial presenta la “genealogía de Jesús Cristo” (1, 1). Toda la narración de la infancia rota en torno a la identidad mesiánica de Jesús, con los Magos que vienen a rendir homenajes de adoración al recién nacido y los intentos de Herodes para aniquilar al supuesto pretendiente al trono.
– Más adelante en el Evangelio, cuando Juan, en la cárcel, oye hablar de lo que hace Jesús y manda sus propios discípulos a preguntarle si él es “aquel que debe venir”, el ministerio de Jesús está sintetizado con la fórmula de “obras del Cristo” (11, 2).
– Cuando Pedro lo confiesa como Mesías, Jesús acepta este calificativo (16, 20) y enseguida comienza a hablar de la pasión a sus discípulos.
Y aunque no miráramos el título explícito, podemos decir que en cada página del Evangelio aparece como evidente que Mateo considera a Jesús como el Mesías que llena las expectativas, las esperanzas mesiánicas de Israel y que introduce el tiempo final de la historia.
En Mateo el título “Hijo de Dios” también es una definición importante para designar a Jesús.
Ya en dos ocasiones los demonios se habían dirigido a Jesús usando este calificativo:
– En el desierto, Satanás comenzó las tentaciones diciendo: “Si eres Hijo de Dios…” (4, 3); una frase que usarán también los que atacarán a Jesús en el Gólgota (cf. 27, 40).
– Cuando Jesús se acerca, los endemoniados de Gadara retrocederán asustados y le gritarán: “¿Qué tenemos en común contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes del tiempo para atormentarnos?” (8, 29).
Las mismas palabras se encuentran también en labios de los discípulos: mientras Jesús camina sobre mar en una tempestad nocturna y sostiene a Pedro que está hundiendo por culpa de su miedo, los discípulos exclaman y hacen un gesto de adoración: “Tú eres verdaderamente el Hijo de Dios!”. Esta vigorosa confesión de Pedro, le hace eco a la del centurión romano junto con sus compañeros en el momento de la muerte de Jesús (cf. 27, 54).
A estos usos de la definición, se podrían agregar las diversas referencias a Jesús como “Hijo”, donde la precisión “de Dios” es implícita. Por ejemplo, cuando “la voz del cielo” exalta a Jesús el día del bautismo (3, 17) y en la transfiguración (17, 5). La estrecha relación que hay entre Dios y Jesús, expresada en el lenguaje de “padre” e “hijo”, esta muy importante para la teología de Mateo. Esto lo vemos claramente en el cap.11, donde Jesús irrumpe con una oración de gratitud con su “padre” que reveló “cosas escondidas”, a él, “el Hijo”, cosas que sólo conocía verdaderamente el Padre (11, 25-27).
Como muestran estos pasajes, para Mateo el calificativo de “Hijo de Dios” exalta la potencia extraordinaria de Jesús y su intimidad con Dios mismo. En el pensamiento hebreo, el Hijo de Dios también era un atributo mesiánico, que se refería al rol especial de “hijo” de Dios, recibido por el rey el día de su coronación como jefe de Israel. Podríamos ver, al respecto, las palabras del Salmo 2, un himno para la coronación del rey: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.
También podría referirse al israelita ejemplar, soberano o no, que ha sufrido pruebas y tormentos, pero que permanece fiel a Dios. La teología del “justo que sufre” se encuentra solamente en algunos salmos y en algunos capítulos del libro de la Sabiduría. Como veremos, Mateo utiliza esta tradición para interpretar el significado de la muerte de Jesús.
A estas connotaciones tradicionales del título “Hijo de Dios”, la tradición cristiana primitiva le había añadido nuevos matices de significado. Jesús era la personificación de las esperanzas mesiánicas de Israel; él era el israelita verdaderamente justo y obediente. Peor también estaba dotado de autoridad y de potencia divina especial y gozaba de una extraordinaria intimidad con Dios, su Padre. Por medio de la resurrección, Jesús se reveló como el glorificado que había triunfado sobre la muerte y que estaba de pie a la derecha del Padre.
Todos estos matices están contenidos en la definición de “Hijo de Dios” que en el Evangelio tanto se le atribuye a Jesús.
Por todo lo anterior vemos que la pregunta del Sumo sacerdote contiene importantes afirmaciones del Evangelio sobre la identidad de Jesús.
Ahora bien, como ya había hecho con Judas durante la última cena (26, 25), Jesús responde apuntando el reflector hacia atrás, hacia las palabras mismas de quien lo interroga: “Tú lo has dicho”. Y agrega enseguida una profecía que sorprende: “Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo” (26, 64).
Impacta el paralelismo con la escena de Cesarea de Filipo. También allí Jesús le había agregado a la declaración de Pedro quien lo llamó “Cristo” e “Hijo de Dios”, una referencia al “Hijo del hombre” que debía venir triunfante para juzgar (cf. 16, 27-28). Como en el Evangelio de Marcos, este título misterioso comprende tanto la humillación como la gloria. El “Hijo del hombre” no tiene un lugar donde reposar la cabeza” (8, 20) y sufrirá el rechazo y la muerte (11, 19; 12, 40; 17, 12. 22-23; 20, 18). La misión del Hijo del hombre no es “ser servido, sino… servir y dar su vida en rescate por muchos” (20, 28). Sin embargo, el mismo Hijo del hombre, insiste el Evangelio, es aquel que vendrá triunfante al final del mundo, reuniendo a sus elegidos y presidiendo el juicio de toda la humanidad (10, 23; 13, 41; 16, 27-28; 24, 27. 30. 37. 39. 44; 25, 41). La misión sanadora y de perdón, tan característica de Jesús, era un anticipo de aquel triunfo final de salvación (9, 6; 12, 8).
Esta mezcla de triunfo y de humillación, es expresada muy bien por Jesús cuando está de pie ante sus acusadores. Él es el Hijo del hombre que debe ser entregado y dar su vida en el servicio a los otros. Con todo, él también es el salvador prometido por Dios, cuya muerte traerá una nueva vida extraordinaria. Por eso el Jesús de Mateo proclama sin miedo al Sumo sacerdote su identidad completa: como en Mc 14, 62, la respuesta de Jesús es una mezcla del Salmo 110, 1 y de Daniel 7, 14, lo cual nos hace pensar en un texto que se formó rápidamente gracias a la meditación de los cristianos sobre la identidad de Jesús. Desde este mismo momento, el triunfo del Hijo del hombre se hará sentir. Él estará sentado “a la diestra del Poder” (o de la Potencia; una alusión al Salmo 110, que habla de la exaltación del rey), rehabilitado por Dios y reinante como su Padre en la gloria. Y él vendrá “sobre las nubes del cielo” (Dn 7, 14) para llevar la historia de la salvación a su pleno cumplimiento.
La versión que Mateo nos da esta respuesta de Jesús, intensifica también la inmediatez de sus predicciones: “De ahora en adelante…” o “A partir de ahora…” se verán estas cosas.
En el instante de la muerte de Jesús, Mateo nos va a describir las tremendas señales del triunfo del Hijo del hombre por medio de los estremecimientos cósmicos, el temblor de tierra y la apertura de los sepulcros (cf. 27, 51-53); éstos son una anticipación del triunfo del Hijo del hombre sobre la muerte al final de los tiempos. A través de estos signos, los adversarios de Jesús y, esto es lo que importa, los cristianos que lean el evangelio de Mateo, se encontrarán enseguida de frente a la realidad de la exaltación de Jesús por parte de Dios. Y en la conclusión del Evangelio mismo, el Jesús resucitado se les aparecerá triunfante a sus discípulos en una montaña de Galilea, otro signo del retorno del Hijo del hombre (cf. 28, 16-20).
La impávida confesión que Jesús hace su verdadera identidad sella su destino. El Sumo sacerdote se rasga las vestiduras, un gesto dramático de rabia por las “blasfemias” del prisionero. Ahora el desfile de testigos falsos se puede interrumpir, porque las mismas palabras de Jesús hacen merecedor de la muerte.
Notemos que, aunque el Sanedrín decide que Jesús es culpable, “reo de muerte” (26, 66), no lo condena formalmente. El momento del juicio vendrá en la mañanita del viernes, después de una noche de interrogatorios y torturas (27, 1). En Mc 14, 64, por el contrario, la decisión se toma durante esta sesión.
La escena termina con escarnios (26,67-69).
Mateo continúa subrayando el antagonismo de los jefes hebreos contra la persona de Jesús. No sólo algunos de los presentes los que atormentan al prisionero (Mc 14, 65), sino el Sanedrín mismo que el que comienza a hacer llover ofensas sobre Jesús.
Jesús es mofado, escupido en la cara y abofeteado por haber dicho claramente que era el Mesáis: “Adivínanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?”.
Para el lector del Evangelio, que además estar convencido de que Jesús es el Mesías, ha podido constatar también su conocimiento profético de lo que iba a ocurrir en la Pasión (cf. por ejemplo 26, 1-5. 17-19. 26-29), estos escarnios contienen una ironía terrible. El Sanedrín se burla ciegamente de aquel que es su Mesías, aquel conoce y acepta la realidad del cáliz de amargura que el Padre le propuso beber.
Seguiremos mañana…