JN 8, 51-59: En la Cruz está lo que Dios quiere que sepamos y seamos.

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

 

Jn 8,51-59: En la Cruz está lo que Dios quiere que sepamos y seamos

 

El conflicto contra Jesús estalla por los aires: ‘¿Tú quien te crees?’ (8,53), le dicen. Y una vez más intentan matarlo: ‘Entonces tomaron piedras para tirárselas’ (8,59). Así concluyen los capítulos 7 y 8 del evangelio de Juan, donde Jesús ha revelado con siete expresiones su particular identidad.

 

Los conflictos destapan verdades profundas. Lo que aparece con claridad es la particularidad de Jesús: es Dios desde siempre y sostiene con el Padre una relación que él define con dos palabras: ‘Yo lo conozco y soy fiel a sus palabras’ (8,55).

 

Veamos el contenido de esta revelación y la consecuencia que tiene para el discipulado mirando, primero, como es que resulta la última objeción contra Jesús

 

Todo el evangelio de Jesús está concebido como un largo proceso judicial contra Jesús. De manera especial, en los capítulos 7 y 8, sus adversarios han reaccionado negativamente en nueve ocasiones haciendo señalamientos:

– ‘Unos decían: ‘engaña al pueblo’ (7,12).

– ‘¿Cómo entiende de letras sin haber estudiado?’ (7,15).

– ‘Tienes un demonio’ (7,19).

– ‘¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo?’ (7,41).

– ‘Tú das testimonio de ti mismo, tu testimonio no vale’ (8,13).

– ‘¿Dónde está tu padre?’ (8,19).

– ‘Se va a suicidar’ (8,22).

– ‘Eres samaritano’ (8,48), o sea, ‘cismático’.

– ‘Tienes un demonio” (8,52).

 

La acusación repetida ‘tienes un demonio’, se usaba con frecuencia para indicar a una persona afectada por enfermedades del comportamiento, asimilables a la depresión, la epilepsia, la demencia, y no necesariamente a la posesión diabólica.

 

El hecho es que no logran comprender a Jesús, se les escapa de sus esquemas religiosos estrechos y, por eso, con etiquetas negativas lo ponen aparte, sin permitirse entrar en su novedad ni descubrir el misterio profundo que él está dando a conocer.

 

Con base en este contexto, escrutemos el pasaje de hoy (8,51-59)

 

Respondiendo a la última objeción, Jesús dice: “Yo no tengo un demonio, sino que honro a mi Padre” (8,49).

 

De aquí se parte para la revelación más alta de Jesús: la relación que sostiene con el Padre es única, Él es el Hijo, que existe desde antes de la creación del mundo (ver 1,2-3).

 

De esta relación se derivan en Jesús tres verdades:

(1) su poder de vivificar;

(2) su gloria;

(3) su preexistencia.

 

Uno, su poder de vivificar

 

Es la primera afirmación de Jesús. Porque está unido al Padre, él vivifica: “Si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás” (8,51).

 

Según esto, aceptar a Jesús –entrar en comunión con Él- es adherir a la vida, superar la muerte.

 

Esta comunión vivificante con Jesús no se logra de forma sentimental sino mediante una obediencia efectiva a sus enseñanzas.

 

Lo que Jesús está diciendo es fuerte. El evangelista hace notar enseguida que esta frase de Jesús es suficiente para suscitar la ira de sus adversarios.

 

Al acusarlo de endemoniado o loco, escupen sus razones: “Abraham murió, y también los profetas, y tú dices…” (8,52).

 

Entonces formulan su insinuación de muerte: “¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?” (8,53).

 

La pregunta equivale a “¿Quién eres tú?”, la cual plantea –como venimos diciendo- el corazón del conflicto: la identidad de Jesús.

 

Para un judío nadie en la tierra puede ser superior a Abraham y a los profetas. Pertenecer a la descendencia de Abraham es garantía de ser un pueblo libre.

 

Jesús hace de esto el punto de partida de un llamado de atención: ser descendencia de Abraham no es un simple privilegio sino una llamada a vivir conforme a la actitud del Patriarca, esto es, la obediencia a Dios.

 

Por otra parte, para entender la afirmación de Jesús hay que colocarse en el plano del conocimiento.

 

Como enseña la Biblia: el que “conoce” no es el que sabe sino el que está abierto a una relación profunda y personal con Dios.

 

Jesús es el “Hijo” que conoce y obedece, de esta forma lleva a plenitud por completo la alianza sellada con Abraham, “Yo sí que le conozco” (8,55).

 

Dos, Jesús es la gloria del Padre

 

“Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada vale. Mi Padre es el que me glorifica, el que decís que es vuestro Dios” (8,54).

 

Y más aún: “Vuestro Padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró” (8,56).

 

El Padre de Jesús es Dios y no Abraham. Pero Abraham se alegra de la llegada de Jesús, el cumplimiento de la promesa (eco de Génesis 17,17: la risa de Abraham, que las interpretaciones tardías relacionan con su apertura a la Palabra salvadora de Dios).

 

Pero los jefes insisten en no profundizar más en ninguna de las palabras de Jesús. Las interpretan superficialmente, menospreciando su origen divino.

 

No las quieren oír y presentan esta objeción. “¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?” (8,57).

 

Olvidan que toda la promesa hecha a Abraham es una promesa de vida, de una alianza perpetua que domina sobre la muerte y extiende el nombre, la memoria y la fe de Abraham a través de mil generaciones.

 

Entonces Jesús proclama terminantemente: “Antes que Abraham existiera, YO SOY” (9,58).

 

Este es el nombre de Dios dado como respuesta a la pregunta de Moisés en el monte Sinaí, antes de ir a presentarse ante el Faraón de Egipto.

 

Este nombre lo contiene todo: su fidelidad, su presencia, su interés por los hombres, su capacidad de dar vida y libertad. En Jesús, el Hijo, se revela este misterio.

 

Viene así la reacción final de los adversarios: intentan lapidarlo (8,59).

 

Según Levítico 24,16, quien blasfeme el nombre de Dios debe ser ejecutado con la pena de muerte. No han comprendido la revelación de Jesús y rechazan abiertamente a Dios en su Verbo encarnado.

 

Las autoridades judías que se proclamaban a sí mismas como conocedoras de Dios, no fueron capaces de reconocer a Dios en su Hijo. Como enfatiza Jesús, no se parecen a su Padre Abraham, quien supo escuchar la Palabra de Dios y respondió con su fe.

 

En adelante, toda relación con Dios se establecerá a partir de Jesús, porque en su Cruz se sella la Nueva Alianza.

 

En fin…

 

Dentro de una semana estaremos celebrando el Jueves Santo y desde hoy ponemos nuestras mirada en el misterio por medio del cual llegamos al verdadero conocimiento de Dios, reconociéndolo en la fracción del pan.

 

En la Cruz eucarística de Jesús aprendemos a reconocer el verdadero rostro de Dios y también nuestra verdadera identidad.

 

Contemplar a Jesús es poder decir: “Así es como Dios quiere que yo viva”.

 

Sólo en Jesús vemos lo que Dios quiere que sepamos y lo que Dios quiere que seamos.

 

 

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En este tiempo de prueba te invito para que oremos juntos:

 

 

Señor y Padre,

tú que no desprecias nada de cuanto has creado

y que deseas que cada persona alcance la plenitud de la vida,

mira con bondad nuestra fragilidad que a veces trata de ceder.

 

Haz que nuestro corazón esté en alto en esta hora de prueba.

Perdona nuestra incapacidad para hacer memoria de todo lo que cada día haces por nosotros.

 

Aleja de cada de uno de nosotros y de nuestros hogares todo mal.

Con Pablo hoy decimos:

‘Si tú estas con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?’

En toda adversidad ‘somos más que vencedores gracias a aquel que nos ha amado’.

 

Ayúdanos a comprender que la belleza que salva al mundo es el amor que comparte el dolor.

 

Bendice los esfuerzos de quienes trabajan por nuestra integridad:

 

Ilumina a los investigadores, dale fuerza a cuantos trabajan en la curación de los enfermos, a quienes se están sacrificando por protegernos a todos.

 

Danos a todos la alegría y la responsabilidad de sentirnos cuidadores unos de otros.

 

Da tu paz a quienes has llamado a ti, alivia la pena de quien llora la muerte de un ser querido.

 

Haz que también nosotros, como tu Hijo Jesús, pasemos en medio de los hermanos haciendo el bien, sanando las heridas y siendo solidarios con quienes la están pasando mal como consecuencia de esta situación.

 

Intercedan por nosotros María nuestra Madre y todos los santos, todos ellos que siempre mantuvieron viva la esperanza de que ‘todo concurre para el bien de los que aman al Señor’.

 

Amén

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