Juan 11,45-57: ¿Para qué murió Jesús?

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

Juan 11,45-57: ¿Para qué murió Jesús?

El texto de hoy nos pone ante el tema del sentido de la muerte de Jesús. Es un texto importante que merece una lectura detallada.

Aprovechemos la ocasión para ambientar con él la Semana Santa que está a punto de comenzar.

Sigamos paso a paso el desarrollo narrativo para que veamos la grandeza de esta lección.

1. El contexto (Jn 1,45-48)

El relato de la resurrección de Lázaro terminó con el hecho de muchos judíos que vinieron a darle el pésame a las hermanas de Betania, terminaron creyendo en Jesús cuando vieron el signo de la resurrección (11,45).

La manifestación de la gloria de Dios en la resurrección de Lázaro (11,15.40-42) les permitió reconocer en Jesús a un hombre que venía de Dios.

Pero otros no creyeron y fueron a informarle a los fariseos (11,46).

La noticia debió causar pánico entre las autoridades que, de prisa, convocaron una reunión del Sanedrín.

Uno. ¿Qué es lo que genera inquietud?

Si la curación del ciego de nacimiento pudieron ponerlo en tela de juicio, a la resurrección de Lázaro no. El que hubiera vuelto a la vida después de cuatro días de muerto, era un hecho incontestable. Peor, había ocurrido delante de un buen número de testigos.

Con su característica ironía el narrador pone en boca de los adversarios de Jesús una frase que es una crítica, pero que en la práctica admite su grandeza: ‘Este hombre lleva a cabo muchos signos’ (11,47).

No era posible negar las evidencias. Y no les quedaban sino dos alternativas: o los signos de Jesús no eran auténticos o habría que admitir que él no era una persona cualquiera.

Las evidencias imponían la segunda opción: Jesús es un enviado de Dios.

Los adversarios no sólo no llegan a la fe, sino que deciden eliminar de raíz el problema quitando a Jesús de en medio, mejor dicho, suprimiendo la verdad.

Dos. La reunión del Sanedrín (11,47-48)

La reunión comienza. La discusión que sigue es de carácter eminentemente político, aunque no deja de reflejar en asunto religioso.

Sobre la mesa se ponen dos hechos. El primero es que Jesús ‘hace muchos signos’ (11,47).

El miedo del Sanedrín es que “todos” (11,48) crean en Jesús.

Habría que preguntarse: ¿Y por qué Jesús implicaría un riesgo? ¿Por qué los romanos tendrían que intervenir militarmente por causa de este Galileo si no ha propuesto ideas ni programas de revolución?

El segundo es la eventualidad de una intervención militar romana:

‘Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación’ (11,48).

 ¿Esto es históricamente cierto?

Sabemos que los romanos intervenían, sí, pero cuando olfateaban que estaría en juego el orden público y se pusiera en duda la autoridad de Roma. Una destrucción del templo o de toda la nación no estaba en el programa de Roma, a menos que hubiera una guerra declarada. Una guerra ocurrió 40 años más tarde, pero no por causa de Jesús.

Lo que más bien se discute al interno del Sanedrín es la ruptura de ese equilibrio político entre la autoridad romana y el pueblo de Israel, logrado diplomáticamente antes por el rey Herodes el Grande.

Este equilibrio, varias veces puesto en peligro por conatos de revuelta, garantizaba tanto el orden público como la defensa de ciertos privilegios para las familias aristocráticas; además del funcionamiento del templo y la libertad religiosa que comprendía la enseñanza de la ley por parte de los fariseos.

Ellos razonan así: ¿Qué es preferible, perder a Jesús o perder el país?

¿Cómo se resuelve el dilema?

2. La profecía en boca de Caifás (11,49-52)

El dilema lo resuelve Caifás, el sumo sacerdote encargado ese año. Su intervención es áspera, pero tiene un efecto impresionante. Caifás era un político muy astuto, así lo retratan los historiadores, de Flavio Josefo en adelante.

Caifás echa mano de un argumento de ‘conveniencia’:

‘No os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que perezca toda la nación’ (Jn 11,50).

Esta frase de Caifás presupone el conocimiento del orden jurídico israelita.

La legislación del Deuteronomio prohibía hacer morir a una persona en lugar de otra (Dt 24,16). Sin embargo, argumenta una excepción, valiéndose del principio de que es esto posible cuando está en juego el bien común. Y uno agregaría: y cuando coincide con los intereses de quien toma la decisión.

Y aquí viene otra ironía. Resulta que, sin saberlo, Caifás repite lo que había dicho Jesús sobre el dar vida dando la propia (ver 10,11-15).

Caifás se convierte en un profeta que anuncia el valor salvífico y universal de la muerte de Jesús. Es el matador quien usa este término tan Rico de significado: ‘profetizó que Jesús iba a morir por la nación’ (11,51).

Lo mismo pasa con la otra frase de Caifás: ‘para no sea arruinada toda la nación’ (11,50). De nuevo, sin quererlo, resulta haciéndole eco a las palabras de Jesús, quien dijo que no había perdido a ninguno de los que el Padre le había confiado (10,28-29; 17,12).

En boca de su mayor enemigo, se enuncia el valor salvífico de la muerte de Jesús.

Pero una nueva ironía aparece. La muerte de Jesús ocurrirá, pero no porque sea lo que más conviene para el pueblo, sino porque así lo había establecido el proyecto de Dios.

Jesús morirá por el bien y por la salvación de su nación, Israel, pero no sólo por ellos, también por la humanidad entera.

A diferencia de Caifás, quien había presentado su punto de vista como una razón de estado, repitiendo los términos “pueblo” y “nación” (11,50), y pensando siempre en los que viven dentro del perímetro del país, el narrador da cuenta de una interpretación que amplía el horizonte del valor salvífico de la muerte de Jesús al incluir a ‘todos los hijos de Dios dispersos’ (11,52).

El tema de la reunificación del pueblo de Israel que estaba en la dispersión o diáspora está por detrás. Pero el evangelista Juan la ve desde otro nivel: los que son reunidos son ‘los hijos de Dios’, y para él estos hijos son los que creen en Jesús (1,12).

El evangelista está pensando en la dispersión de los ‘hijos de Dios’ que pertenecen a todos los pueblos de la tierra. Todos bajo una misma paternidad y con casos para la fraternidad. Ese el efecto de la muerte de Jesús según este texto.

La muerte de Jesús es como la bandera que el Señor alzará entre las naciones, para recoger de los cuatro ángulos de la tierra a todos estos hijos de Dios dispersos (12,32; cf. Is 11,12; 49,22).

Estos hijos de Dios son los hebreos y los paganos de todas las naciones, lo que acogen la Palabra de Jesús y entran a formar parte de su familia.

3. La decisión de matar a Jesús (11,53-47)

‘Así, desde aquel día decidieron darle muerte’ (11,53).

La condena de Jesús se pronuncia de forma ilegal.

La Ley manda procede así:

‘No haréis en juicio acepción de personas; escucharéis tanto al pequeño como al grande; no os dejaréis intimidar por nadie, pues el juicio pertenece a Dios’ (Dt 1,17).

No se puede condenar sin ser escuchado y sin que haya sentencia formal. En cambio, el Sanedrín decide matarlo, así, sin otro argumento que el de la ‘conveniencia’.

Y para colmo de la ironía, deciden también eliminar a Lázaro (11,47), para quitar de en medio una evidencia.

¿Se puede sacrificar una vida por eso?

El narrador convida a ver el otro nivel, el teológico. Jesús muere ‘por’ otros, da su vida para que Israel y mundo entero tengan vida. La ‘conveniencia’, desde el punto de vista de Dios es otra.

Como colofón del relató el narrador informa que Jesús se entera de la decisión en su contra y decide no dejarse ver más en público.

Betania deja de ser un refugio seguro. Pero no se va muy lejos, se va a Efrain (probablemente la actual Ofra), porque aguarda la celebración de la Pascua que está cerca (11,54). Esta será la última Pascua, en la que se cumplirá el destino del Hijo del hombre.

Ya vemos ver los ríos de peregrinos subir hasta Sión. Y muchos de ellos tienen la esperanza de ver a Jesús, quien ya es famoso, entre ellos (11,56).

Si por un lado se deja sentir una gran admiración por Jesús, por otra se nota la terca decisión de las autoridades de matarlo, hasta el punto de que están dispuestos a recibir denuncias sobre su paradero (11,57).

En fin…

A pesar de la contundencia de lo signos de Jesús, los responsables del

destino religioso del pueblo se cierran hasta el punto de decidir que ‘conviene’ que muera.

Cuando no se quiere creer no hay argumentos que valgan y, peor, se comienzan a lanzar ataques para silenciar al que pone en crisis mi conciencia.

Sin embargo, sobre este mismo hecho de la muerte de ‘uno’ en favor de ‘todos’, mejor aún, en nuestro lugar, Dios tiene otro punto de vista: no el de la ‘conveniencia’ política, sino que éste es su plan de salvación más completo.

La muerte de Jesús no sólo es ‘por’ Israel, sino ‘por todos los hijos de Dios dispersos’. Una gran congregacion de todos los que son hechos hijos de Dios por mediación de la fe en Jesús.

El hecho de que un personaje discutible y deshonesto como Caifás sea quien lo ‘profetice’, permite ver cómo, a pesar de la circunstancia, Dios no le niega el carisma y habla por medio de su voz desafinada para hacerle decir una gran verdad.

¿Qué es lo que realmente ‘conviene’? O mejor, ¿lo que me ‘conviene’? Una buena pregunta como para un retiro de inicio de la Semana Santa.

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1 comentario
  1. César Zuluaga

    Muchas gracias padre Fidel por todos sus palabras, hace muy poco que lo escucho, para decir la verdad desde que comenzó esta cuarentena, y me ha servido mucho para comprender y meditar la palabra de Dios y aplicarla de la mejor manera a mi vida. Dios lo bendiga siempre.

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