Is 40, 1-11: Consolad a mi pueblo

Lectio divina “Palabra vivificante”. P. Fidel Oñoro cjm

Isaías 40,1-11: Consuelen a mi pueblo

Nos ponemos a la escucha de una de las profecías más célebres de Isaías, el anuncio de la “consolación”, el profeta Isaías nos plantea con todas sus fuerzas el pregón del Adviento: ¡Consolad! ¡Consolad! Y anuncia cambios maravillosos que están a punto de suceder. Por razón de espacio iremos solamente a lo esencial de esta página bíblica.

¿Qué es la consolación?

En la experiencia bíblica, la consolación es mucho más fuerte y radical que la que acostumbramos a ofrecernos entre nosotros. Por más que uno quiera, por ejemplo, ante la desgracia que vive un amigo o ante un funeral, uno lo más que puede hacer es darle un poco de alivio con la escucha, con la presencia amiga, con una expresión de solidaridad; pero el amigo o los dolientes siguen con el problema.

La consolación que ofrece el Señor es el vuelco que vive una persona y una comunidad, pasando de una triste situación a una de plena realización, gracias a la superación del factor que la originó. No es quedarse en la orilla de los problemas con tranquilizantes pasajeros, sino el comienzo de una nueva etapa positiva.

Según esto, ¿Cuál es la espiritualidad de la consolación que nos invita a vivir el profeta en el adviento del Mesías?

Siguiendo el hilo del texto, podemos hoy concentrarnos en algunas pautas que serán muy útiles para nuestro ejercicio espiritual. Se trata de cuatro pasos:

1. Primer paso. El Señor interpela hasta el fondo, hasta el corazón: “hablad al corazón de Jerusalén” (40,1-2)

Primero que todo se recuperan los ánimos.

Para explicar esto, el profeta presenta a Jerusalén como una bella dama que es conquistada por la palabra penetrante y amorosa de su amante. De esta forma, Dios quiere reconquistar el amor de su pueblo infiel.

La buena noticia que el mensajero coloca en el corazón de Jerusalén es que se acabarán los motivos de su tristeza, esto es, el fin de su aislamiento en la experiencia histórica del destierro. En la historia de Israel, el destierro había venido como castigo por su pecado. La consolación comienza con el don del perdón: “ya ha satisfecho por su culpa”.

Y como es probable que en la situación de castigo se haya llegado a sufrir un poco más de la cuenta, el profeta anuncia que todo este sufrimiento recibirá su recompensa.

2. Segundo paso. El Señor prepara el camino: “En el desierto preparen el camino del Señor” (40,3-5)

Además de la preparación interna ―la buena disposición del corazón― se emprende la preparación externa: el camino de regreso a la tierra por el desierto.

El consuelo no se vive de un momento para otro, tiene su proceso, con sus respectivas etapas, así como lo fue el camino de Israel por el desierto en el éxodo: “todo valle sea elevado, todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie”.

En este espacio geográfico y espiritual del desierto se realizan grandes transformaciones: la gloria del Señor, la “shekinnáh”, que desde antaño habitaba al pueblo, relucirá como nunca y sus rayos sorprenderán a toda la humanidad: “Se revelará la gloria de Yahveh, y toda criatura a una la verá”.

3. Tercer paso. Una pausa de reflexión para tomar conciencia de sí mismo frente a la grandeza de Dios

El pregón de la consolación tiene como contenido la fuerza de la palabra de Dios, la cual es como un fuerte aliento (como “Ruah”) que, si bien genera una nueva creación, por otra parte, no sabemos si podremos resistirlo.

Es como le sucede a la débil hierba mañanera en las estepas de Israel, cuando pasa el viento cálido del desierto queda quemada. Por eso, el profeta se permite un pequeño diálogo (o quizás monólogo) en el que se interioriza esta realidad: frente a la grandeza y la eternidad de Dios, ¿quién soy yo?

Por eso dice: “Todos los mortales son como la hierba y como la flor campestre su esplendor” (40,6-8).

4. La venida del Señor en persona realiza la salvación esperada: “Ahí
está vuestro Dios” (40,9-11)

El profeta que ha hablado amorosamente al corazón del pueblo, que ha dado órdenes para que se prepare el camino y que ha provocado una pausa de reflexión, se convierte finalmente en el alegre mensajero que corre agitadamente el último tramo del desierto abriendo el camino hasta llegar a la tierra. Cuando llega, sube a la montaña más alta de la región de Judá para que lo escuchen en todos los rincones: “Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión”.

El alegre mensajero grita a los cuatro vientos la inminencia de la llegada de Dios y su salvación con estas tres proclamas que van desvelando progresivamente el escenario en el momento en que aparece Dios:
(1) “Mirad a vuestro Dios”;
(2) “Mirad su brazo robusto” (=poder);
(3) “Mirad su séquito en la marcha de la victoria” (=arrastra a los vencidos
y carga el botín de guerra).

Este Dios que se presenta como salvador poderoso, tiene el corazón, la ternura y la delicadeza de un pastor, que lo que más desea es la vida y el bienestar de la comunidad de la cual es responsable: “Como pastor pastorea su rebaño:
(1) recoge en brazos los corderitos,
(2) en el seno los lleva,
(3) y trata con cuidado a las paridas”

Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 18,12-14)

La parábola del pastor que busca en medio de las montañas la oveja perdida, anuncia que el MESIAS, viene precisamente a realizar esta profecía de la consolación.

El Mesías había sido anunciado como un pastor capaz de atención y de ternura con las ovejas más pequeñas a las que les cuesta caminar. Y esto es precisamente lo que distingue a Jesús de Nazaret: su compasión infinita de amor. Un pastor que no teme dejar las 99 ovejas en los montes, no las guarda en el redil, para salir en búsqueda de la que se le ha perdido.

¡Basta una! Para Dios cada persona es preciosa a sus ojos y tiene un valor incomparable. ¿Por qué no contentarse con las 99 que le quedan? Porque “la voluntad mi Padre celestial”, dice Jesús, “es que no se pierda ni una sola de sus ovejas”. Cuando en el “Padre nuestro” pedimos que “se haga su voluntad”, no pedimos otra cosa que ser abrazados por esa pasión de amor que brota de su corazón.

Así mismo, nuestra tarea es pasar la lista cada día para estar seguros de que no se nos ha pedido ninguna de las personas que nos ha sido confiada.

Siguiendo la indicación de Jesús en el evangelio de Mateo, también nosotros somos invitados a participar en la búsqueda de la oveja y animar alegremente su regreso a casa haciendo el camino de esta espiritualidad de la consolación.

Oremos…
“Jesús, que vives en María,
Ven a vivir en nosotros
Con el espíritu de santidad,
Con la plenitud de tu poder,
Con la perfección de tus caminos,
Con la fuerza de tus virtudes,
Con la participación de tu misterio.
Por la fuerza de tu Espíritu
Triunfa en nosotros sobre todo poder adverso”.
Amén.
(J. J. Olier)

Compartir
Deja un comentario

Tu dirección email no será publicada. Los campos requeridos están marcados *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.