Lectio divina ‘Palabra Vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm
Isaías 26, 1-6: ¿Cómo reconstruir la ciudad arrasada y la comunidad dividida?
Israel pasó muchas veces por guerras e invasiones que devastaron el país. Por eso tuvo que afrontar el desafío de la reconstrucción de su tejido social e incluso de volver a poner en pie sus ciudades, especialmente su capital, Jerusalén.
Aprendió, entonces, que cuando de reconstruir se trata, la cuestión mayor no es poner ladrillos sino que el trabajo refleje su ideal de comunidad y que éste no se deshaga.
¿Cómo lograrlo?
El método del que se vale el profeta es la enseñanza de una canción. Por eso esta profecía comienza así: ‘Aquel día se cantará este canto en tierra de Judá’.
La letra de este canto diseña la maqueta de la nueva ciudad, infunde valor para aunar los esfuerzos de todos y se propone una metodología.
Interesante esta manera de educar valiéndose de un canto.
Este canto es diferente del canto de victoria con que terminó la profecía de ayer. Ya no es la canción que brota espontáneamente porque las cosas salieron bien, se trata de una canción de compromiso que necesita ser aprendida y puesta en práctica en el ejercicio cotidiano de la fe.
Se trata de una canción de caminantes, inspirada en la de los peregrinos, quizás antiguos exiliados que regresaban contentos a su espacio vital, después superar los factores adversos, para reconstruir la comunidad.
Veamos los detalles de este canto para que lo pidamos interpretar:
Primero, la sintonía entre el cielo y la tierra
Lo primero que notamos es que virtualmente se traza una especie de eje vertical que comienza en las manos poderosas de Dios (25,10) y que culmina en la tierra en los pies descalzos de los humildes peregrinos -pobres y mendigos- que participan de la victoria obrada por Dios (26,6).
Al desplazamiento horizontal del caminante se le agrega este desplazamiento vertical que conjuga la acción de Dios con la suya.
Como quien dice: en la medida en que caminan, con sus pasos firmes, porque son dirigidos por Dios, se va afirmando la victoria.
Segundo, el
Contraste entre dos ciudades
El juglar luego expone lo que capta en el trasfondo espiritual del escenario. Para ello se vale de la comparación entre dos ciudades: la ciudad rebelde (26,5-6) y la ciudad santa (26,1-4).
En ambas ciudades podemos contemplar lo que le da identidad a ésta. Externamente se pueden ver sus ‘murallas’. Pero lo que le da consistencia interna es su proyectos, lo que el profeta llama ‘su orgullo’ y ‘sus esfuerzos’.
Para destacar lo más importante, que no es el hecho de la derrota del enemigo sino la construcción de una realidad nueva y salvífica en el pueblo, el cantor invierte el orden cronológico: primero exalta la ciudad de Dios y luego cuenta el fracaso de la ciudad pérfida.
Exploremos un poco el canto de la ciudad de Dios.
La ciudad santa no es un conglomerado de casas, sino una una construcción unificada, bien planeada, ideada por un único arquitecto que ha pensado en sus aspectos más importantes (26,1).
Lo más bello es que de repente se nota una trasposición metafórica que hace del corral de piedra y de los baluartes de defensa militar, una imagen de Dios mismo como salvador de su pueblo.
En un momento dado la construcción-refugio es lo de menos y lo que sobresale es la comunidad reunida por Dios y que se identifica con Dios.
El río humano de los peregrinos llega a las puertas del Templo, que es el corazón de la ciudad, y la procesión realiza su rito de entrada (como en el Salmo 118,19ª).
En el canto alternado entre los sacerdotes y el pueblo, éstos exponen su compromiso, que básicamente consiste en ser un “pueblo justo” (26,2).
Tercero, en la nueva ciudad entra un pueblo que practica la justicia
Llegamos al punto central: el retrato de la nueva comunidad: es una comunidad que asume un compromiso.
Este compromiso se basa en tres actitudes que hay que vivir en la cotidianidad:
(1) La ‘fidelidad’ constante en el camino del Señor.
(2) La ‘fuerza de voluntad’ para sostener la fidelidad.
(3) La ‘confianza’ en Dios, que nutre internamente la fuerza de voluntad.
Este apoyo fundamental, que viene de la confianza en Dios, en realidad es la experiencia de la fe. Esto es lo más importante y es la garantía del don de la paz: ‘Y tú, Señor, velas por su paz’ (26,3).
La fe de la comunidad será el hilo conductor que la sostendrá en la realización de sus propósitos comunes: ‘Confíen siempre en el Señor’ (26,4).
Este pueblo, humilde pero recto, que redescubre su proyecto en la historia a la luz de su fe, es el que más tarde exaltará María en su Magníficat (ver Lc 1,50-53). María le dará voz a este canto.
El canto inculca permanentemente esta convicción al pueblo: no están solos, su fundamento es el mismo Dios, quien es roca fuerte e inamovible, quien no cambia de idea de un día para otro, quien es siempre fiel. No hay mejor ni más seguro apoyo en la vida.
En fin, a esta ciudad-comunidad, donde se realiza el sueño de Dios para su pueblo, se entra mediante la práctica fiel de sus enseñanzas y la confianza total en Él.
Sólo los que están dispuestos a ser justos pueden atravesar el umbral de sus puertas.
Y esta profecía se realiza en Jesús
La parábola que contrapone la casa construida sobre la roca con la casa construida sobre la arena (Mt 7,24-27), traslada a la persona de Jesús, el MESÍAS, la profecía isaíanica.
Como enseña el mismo Jesús en Mt 7,21, no basta la oración vocal, es necesario el compromiso de vivir según el querer de Dios (la “fidelidad”).
Es en el seguimiento del Maestro, esto es, mediante la escucha y la puesta en práctica de sus enseñanzas, que se forma la nueva y definitiva comunidad, el pueblo justo que inaugura el mundo nuevo. Esta es la Roca.
¿Qué tan sólida es nuestra vida familiar y comunitaria?
¿Sobre qué está apoyada?
¿Qué compromisos nos pide el Señor, de manera que podamos realizar nuestro proyecto de ser comunidad?
Padre Fidel. Maravilloso espacio de reflexión el que podemos compartir con su homilia todas la mañanas…
Gracias!!!!