El Poder del Santo Rosario
Una evolución difundida en la Iglesia católica, y muy recomendada por los romanos pontífices, es un Rosario, meditación contemplativa y amorosa de la vida de Jesús, compendio del Evangelio, tejida de alabanzas y peticiones, al tiempo que es corona de flores en honor a la Virgen María.
Para el rezo del Rosario, se han escogido veinte momentos privilegiados de la fe, organizados en cuatro grupos. Se les llaman Misterios, dando a esa palabra el sentido de vivencias de Jesús o de María que se convierten en fuentes de gracia para todos. Son cinco misteriosos gozosos, cinco luminosos, cinco dolorosos, y cinco gloriosos, asignados por temas a los días de la semana.
En el rezo del rosario se suele comenzar con la señal de la Cruz, se va enunciando cada misterio, luego se recita el Padrenuestro, enseguida diez veces el Ave María y se culmina con el Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Es normal comenzar y concluir el Rosario con invocación de las personas divinas, pues alrededor de ellas gira la fe cristiana: somos hijos del Padre, discípulos hermanos del Hijo hecho hombre, y Templos santificados por la presencia del Espíritu Santo.
El Padrenuestro u oración dominical enseñado por Jesús a los discípulos, se rezó desde el cristianismo tres veces al día. Luego su número fue aumentando. En el siglo XV, el cartujo Enrique Esser introdujo el Rosario para iniciar cada grupo de diez Avemarías.
El Avemaría es una bella oración, que con el Magníficat, el Ángelus y algunas otras fórmulas piadosas, caracteriza nuestra piedad Mariana. La primera parte de esa plegaria se compone de los saludos dirigidos a María por el Ángel Gabriel y por Santa Isabel. Unidos en una sola fórmula, se usaron al menos desde el siglo V, que se divulgó en la comunidad cristiana a partir del siglo XII. Algunos atribuyen al Papa Urbano XI el agregado el nombre de Jesús, predicado después del siglo XV por San Bernardino de Siena.
