El ser humano está llamado a plenificarse en Cristo, quien entregó su vida para que el hombre volviera a ser partícipe de la plenitud de la Gloria del Padre que había perdido por su desobediencia. La santidad es la invitación que Dios hace al hombre constantemente para que este se esfuerce y logre estar al nivel de su Padre. Fruto de las dinámicas sociales, se puede entender que muchas veces se necesita «mucho» para lograr tener un encuentro personal con el Señor.
Sin embargo, esto no es así; Dios se manifiesta en lo sencillo de la vida. Él está constantemente hablando y expresando a sus criaturas el amor que tiene por ellas. Lumen Gentium, en su numeral 40, recuerda que «Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no debido a sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos, y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos».
Con lo anterior, se puede reflexionar en la importancia de vivir una cercanía especial con Dios por medio de la oración, de la lectura de la Palabra de Dios y de la contemplación. El catecismo de la Iglesia, en el numeral 2014, explica que el fortalecimiento de la vida espiritual tiende a llevar a una relación más íntima con Cristo y la refiere como la mística.
La experiencia mística es la plenitud del encuentro con el Señor. No son los tratados de teología más desarrollados, ni tampoco los discursos más elaborados. Es el encontrarse con Dios de manera ordinaria o extraordinaria en el corazón para que él hable; es sentarse con oídos de discípulos ante los pies del maestro para ser instruidos y pedir a su Espíritu Santo que sea el que guíe sus pasos.