Dios nos amó a todos

Juan 3, 16 nos dice que Dios amó al mundo tanto, que envío a su único Hijo para que todo aquel que crea no muera, sino que tenga vida eterna. Dentro de este versículo logramos encontrar una promesa intrínseca del Señor que parte de su amor.  

Un amor para todos:

Aunque en muchas realidades de nuestra vida podemos cuestionar porque nos pasan determinadas situaciones que no esperamos y otras no, debemos recordad que el amor de Dios es para todo, para el que cree y para el que no, para el que hace el mal y para el que hace el bien y no discrimina esta providencia para ninguna persona. En todo el mundo, no se puede decir que existe alguien que no es amado. Por el contrario, todos somos amados de una forma excepcional y personal.

Una entrega total:

El Padre ha enviado al Hijo para que este de la plenitud de su voluntad, en el A.T encontramos un “Dios de la montaña” es decir, un Dios que estaba algo distante y que había escogido su amor solo para su Pueblo. Con la encarnación de Cristo en el mundo esta promesa de amplia para todo aquel que desea salvarse, aceptándolo a él como su Salvador y ciñéndose a sus preceptos partiendo del amor.

Nuestro corazón debe estar dispuesto:

Nuestro Creador ha dispuesto todo para que restauremos la relación que se ha perdido a causa del pecado. Es nuestro deber disponernos de corazón para aceptar su voluntad, reconocer la manera en la cual el quiere darnos un nuevo sentido en nuestra vida. Necesitamos dar pasos firmes hacia Cristo y tener la plena certeza de que con él todo estará bien. Nuestras penas, nuestras dificultades y nuestras dolencias se resignifican en el caminar diario y nos ayudan a estar más cerca del Señor.

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