Desde que Dios creó el mundo y al ser humano, se ha esmerado en demostrar su amor y su misericordia. Él, en todo momento ha buscado la manera de expresar con acciones su infinita bondad. Dicha misericordia no solo se limitó a su pueblo escogido, sino se amplió a todo el género humano por medio de Jesucristo.
Cristo es el rostro misericordioso del Padre:
Las acciones cargadas de amor por parte de Dios, que a veces pasaron desapercibidas, se volvieron más tangibles en el Nuevo Testamento gracias a la persona de Jesús. Él es enviado por el Padre para dar cumplimiento a la misión y predicar la conversión para gozar de la Salvación. Dios NO es selectivo ni desprecia a los que tienen problemas. Él anhela que las personas tengan un corazón sencillo y humilde para dignificarlos y levantarlos.
La sanación y consuelo más puro:
Su amor supera toda experiencia negativa, por más mal que se haya hecho, aunque los pecados sean los peores; jamás juzga ni condena. Por el contrario, encontramos imágenes como la de Jesús que se acerca a los leprosos, a los ciegos, a las mujeres adúlteras y a los que eran vistos como nada para su sociedad. Esto es un mensaje claro para todos los cristianos y está en consonancia con: Misericordia quiero y no sacrificios. Estas palabras del Maestro condensan en gran medida la praxis del Evangelio, buscar que el Reino de Dios llegue a todos, recordar que su amor es generoso e ilimitado para todo aquel que se quiere acercar a él y por último que el ama a todos sin importar su condición. Por eso nuestra tarea es alinearnos con los preceptos del Señor, no por imposición, sino como respuesta a Su misericordia.»