Ayer, Mariana Pajón y Carlos Ramírez conquistaron dos medallas representando al país en la XXXII versión de los Juegos Olímpicos que se están llevando a cabo en Tokio, Japón. Verlos morder las medallas nos llena de emoción, pero detrás de estas sonrisas hay un camino de luchas, caídas y heridas hechas de tanto golpear la roca.
En 2018, Mariana Pajón sufre una lesión compleja que la aleja de las pistas y que la llevó a pensar que todo había terminado.
«Cuando supe eso me angustié mucho. Sentí un dolor fuerte que nunca había experimentado. Por Dios, de inmediato pensé en Falcao, todo el tiempo que duró sin jugar, recuperándose, se me vino todo encima”
Casi un año en recuperación, enfrentarse a la realidad de saber que como seres humanos no somos invencibles, luchar contra los dolores y la ansiedad por competir, llevaron a Mariana a tomar una actitud diferente. Decidida a levantarse de nuevo, se armó de paciencia y esperanza y comenzó su camino de regreso a las competencias. “Fue muy difícil y por momentos desesperanzador”, tanto así, que pensó en guardar la bicicleta. Pero su familia y el apoyo de su esposo la trajeron de vuelta a las competencias donde conquistó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Lima en 2019. La pandemia le dio tiempo para entrenarse aun más para luego consagrarse en Tokio como la deportista latinoamericana con más preseas olímpicas obtenidas.
La clave para construir un triunfo está en persistir, golpear la roca hasta que se rompa. Rodearse de personas que nos ayuden a levantar con amor pero también con autoridad y pelear nuestras batallas mentales de la Mano de Dios, como atletas de la fe que somos en Cristo.
Recordemos las palabras de un gran atleta de la fe como lo fue el Apóstol Pablo:
“…pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la Vida Eterna. 1 Timoteo 6:12”
La vida cristiana no es fácil pero bien vale la pena luchar por obtener ese galardón prometido a los que con fe perseveran hasta el final. Levántate, hoy puedes volver a empezar, tu carrera aun no termina.