La Misión comienza en casa: Evangelizar con el ejemplo

Muchas veces pensamos que ser misioneros significa viajar lejos, ir a otros pueblos o países para hablar de Dios. Sin embargo, la verdadera misión comienza en el lugar más cercano a nosotros: nuestro hogar. Allí, entre los que más amamos y nos conocen tal como somos, se juega la autenticidad de nuestra fe. No hay misión más difícil ni más hermosa que evangelizar con el ejemplo dentro de casa.

Evangelizar con el ejemplo no consiste en imponer, corregir o repetir palabras religiosas, sino en reflejar el amor de Cristo en lo cotidiano. Es ser paciente cuando otros pierden la calma, servir sin esperar nada, perdonar con sinceridad, escuchar con ternura y orar en silencio por los que nos rodean. La familia se convierte así en el primer campo misionero, en el lugar donde la fe se siembra con gestos y no solo con discursos.

Jesús mismo pasó la mayor parte de su vida en el hogar de Nazaret, viviendo en la sencillez del trabajo, la obediencia y el amor familiar. Allí santificó la vida ordinaria y nos enseñó que la misión no comienza en los templos ni en las plazas, sino en el corazón de cada hogar. Si en casa aprendemos a amar, a perdonar y a servir, estaremos preparados para llevar ese mismo amor al mundo.

Cada palabra amable, cada acto de bondad y cada oración compartida son semillas de Evangelio. Cuando un padre ora con sus hijos, cuando una madre bendice su mesa, cuando los hermanos se reconcilian o los abuelos enseñan con sabiduría, el Espíritu Santo actúa y transforma ese hogar en un pequeño santuario de fe.

Evangelizar con el ejemplo es un desafío permanente. No siempre es fácil mantener la coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos. Pero el Señor nos recuerda: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14). Y esa luz debe brillar primero en casa, iluminando con amor y esperanza a quienes conviven con nosotros cada día.

Por eso, antes de salir al mundo, dejemos que el Evangelio transforme nuestro hogar. Que la alegría, la oración, el perdón y la paz sean el lenguaje cotidiano de nuestra familia. Solo así podremos decir con verdad que la misión ha comenzado, y que Cristo vive en medio de nosotros.

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