Al conocer a una nueva persona lo primero que se hace es que esta se presente, se comparte un poco de que hace y así se va distinguiendo quien es, de donde viene y para donde va. En la Sagrada Escritura sucede similar, con una de las personas de la trinidad; el Espíritu Santo. El Santo Padre nos cuenta que este es el nombre que se le ha dado a la tercera persona de la trinidad, pero tiene una gran particularidad y es que está latinizado. En hebreo, la lengua original en la que fueron escritos los libros del Antiguo Testamento el nombre que se le dio al Espíritu Santo es “Ruah”.
El soplo de Dios:
El Papa resalta en su catequesis que es posible que los autores sagrados se hayan basado en la observación del viento para describir al Espíritu Santo. Recordando también que no es casualidad que cuando descendió en Pentecostés, este vino acompañado de «un viento impetuoso». La imagen del viento expresa poder, y en términos bíblicos refiere directamente al Poder de Dios, el cual es una fuerza arrolladora que es capaz de mover océanos y voluntades.
Dónde está él, hay libertad:
Estar con el Espíritu Santo otorga una libertad completamente plena y esta no se debe entender como un libertinaje extremo. Por el contrario, es comprender que este es libre para hacer libremente lo que Dios quiere, es por medio de la aceptación natural y no de la imposición; como hijos de Dios.
La libertad:
Por último, es el Hijo quien ha entregado su vida por todo el género humano quien experimenta la libertad con los hombres, es el junto al Espíritu Santo quien abre el corazón a la persona permitiéndole llenarse de su amor y llevándolo a que se entregue a los demás.