Ayer, 08 de agosto, se dieron por finalizados los Juegos Olímpicos Tokio 2020 en su XXXII edición, unas justas caracterizadas por el esfuerzo, la tenacidad pero por sobre todo la unidad. Nos quedan postales para el recuerdo como la asombrosa remontada de la atleta etíope nacionalizada holandesa Sifan Hassan en la prueba de los 1500 metros en atletismo, quien faltando 400 metros para la meta se cae pero se levanta y retoma su ritmo apretando el paso y dejando en el camino a las demás competidoras. Toda una muestra de que levantarse siempre será la mejor opción.
Otro evento que queda para la posteridad en el primer lugar compartido en la competencia de salto alto, cuando los atletas Gianmarco Tamberi y Mutaz Essa Barshim de Italia y Qatar respectivamente decidieron compartir su medalla al quedar empatados en el último salto, una gran muestra de solidaridad y unión que traspasa fronteras.
Pero no podemos despedir estas justas sin las muchas ocasiones en que los atletas agradecieron a Dios por sus logros. Ya sea con los brazos levantados, con el rostro postrado en tierra o con una oración adornada con lagrimas de agradecimiento, en todas las disciplinas pudimos ver varias ofrendas de gratitud a nuestro Señor y la manifestación pública de fe y confianza en Él.
Se bajó el telón y la llama de Olimpia se apagó, pero no los ejemplos de perseverancia y constancia, de lucha y tesón que cada uno de los deportistas nos enseñó a lo largo del desarrollo de las justas. Felicitamos a todos nuestros deportistas, les bendecimos y les agradecemos por dejar en alto el nombre de nuestra nación. Los Juegos Olímpicos son una muestra perfecta de los atributos propios que Dios ha puesto en su más alta creación, el ser humano: Fuerza y nobleza en un solo corazón.
Esperamos ver más de lo mejor del corazón del ser humano en París 2024, para levantar junto a los atletas una ofrenda de gratitud que glorifique a Dios.