Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm
Mateo 21,1-11: El Mesías humilde entra en Jerusalén
Vamos a hacer la Lectio de la entrada de Jesús en Jerusalén. La lectura orante de la Palabra ya es una forma fuerte de ‘memoria’ viviente y actualizante del acontecimiento.
Jesús es retratado por Mateo, en su entrada en Jerusalén, como Mesías y con un gesto de humildad, en esto los cuatro evangelios coinciden.
En Mateo rasgo de la humildad de Jesús había sido subrayado previamente: ‘Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus vidas’ (11,25-30). Aquí, junto a la humildad, se subrayó el rasgo de la ‘mansedumbre’.
Ahora bien, en la descripción de la entrada en la Ciudad Santa, este rasgo de Jesús es recalcado de dos maneras:
– Uno, con la cita de cumplimiento del libro de la profecía de Zacarías 9,9, en la que se recalca el adjetivo ‘manso’.
– Dos, través de la imagen gráfica de una entrada montado en una asna. Dos, según Mateo, la asna y un borriquillo.
Estas dos peculiaridades distinguen a Mateo de los otros tres evangelistas. Pero Mateo va más allá de la humildad y de la mansedumbre. Lleva al lector hasta una confesión de fe en la identidad de Jesús.
1. Una entrada a la luz de la profecía
El texto de Zc 9,9, citado por Mateo (21,5) dice:
‘Decid a la hija de Sión:
«Mira, tu Rey viene hacia ti
con mansedumbre,
sentado sobre un asna,
sobre un borrico,
hijo de animal de carga»’.
El contexto de esta profecía es el anuncio de que Dios expandirá su dominio sobre todos los pueblos. Para ello hace su aparición en un asno y en calidad de rey que se distingue por ser ‘Justo’ (ver Mt 27,19), ‘Salvador’ (o ‘Salvado’; traducciones: ‘Victorioso’) y ‘Manso’.
La profecía de Zacarías arroja más adelante otra luz. Señala un ‘monte sobre’ el cual tendrá lugar la manifestación del Señor:
‘Aquel día plantará sus pies en el monte de los Olivos,
que está frente a Jerusalén, al oriente;
el monte de los Olivos se hendirá por mitad,
de levante a poniente,
en un valle muy grande…
Entonces vendrá el Señor, mi Dios,
y con Él todos los santos’ (Zc 14,4-4).
En la narración de Mateo, se hace notar el cumplimiento. Pero con una diferencia. Jesús no es un rey guerrero que combate y juzga a las naciones, sino el Señor poderoso que salva y cuyo reinado es humilde y pacífico.
2. El detalle de la asna y el borrico
El segundo elemento distintivo está en la descripción del animal que Jesús monta.
El gesto de escoger una mula, animal indispensable y preferido por los campesinos palestinos para el trabajo cotidiano y de pedirla prestada, con la promesa de devolverla (21,3), nos hace pensar. En esto Jesús también marca diferencia con los reyes de la época.
Cuando un rey o general entraba a tomar posesión de una ciudad conquistada, ellos no pedían prestado, sino que confiscaban, se apoderaban de los caballos y de otros medios de transporte. Es lo que Samuel advirtió a los que pidieron la monarquía (1 Sm 8,16-18).
Ahora, bien, ¿Por qué Mateo dedica tanto espacio, de forma desproporcionada, a contar estos detalles? ¿Qué sentido tienen?
Las fuentes judías antiguas pueden darnos una pista.
Por una parte, en tiempo de Jesús se creía que el Mesías de Israel iba a llegar a Jerusalén o sobre las nubes del cielo (como dice Jesús en 26,64) o sobre un asno.
Por otra, el gesto de Jesús contradice lo que estaba prescrito para las peregrinaciones de Pascua. Estaba regulado que a Jerusalén se entraba a pie (ver la Mishná, Hagiga 1,1).
Y a esto se suma que Jesús se vale, no de uno, sino de dos animales. Lo que ocurre es que en el texto de Zacarías la frase está construida sobre un paralelismo, donde cada línea menciona al animal, pensando en el mismo. Mateo lee literalmente y piensa en dos diferentes.
Podría parecer banal. Pero el detalle no pasó desapercibido para los primeros estudiosos del texto, quienes pensaron que no era casual. Como, por ejemplo, san Justino de Nablus, quien pensaba que el asno de asno en Mt 21,5 era un símbolo de los hebreos bajo el yugo de la ley y que el otro borrico representaba al nuevo joven pueblo de Dios proveniente de las naciones.
Es evidente que es una interpretación alegórica no exenta de exageración, pero es interesante. La antigua y la nueva alianza estarían siendo retomadas en el gesto mesiánico de Jesús, el Mesías pacífico que crea la paz entre hebreos y gentiles, entre cercanos y lejanos.
Pero hay más. Como atestiguan otras fuentes rabínicas, Mateo podría haber conocido una tradición que interpreta el borrico a la luz de dos historias bíblicas previas.
– La del asno que usó Abraham cuando fue al monte Moria (luego el monte de Jerusalén) para ofrecer a su hijo Isaac (Gn 22,3).
– La del asno que montó Moisés cuando volvió de Madián para sacar al pueblo de Egipto (Ex 4,20).
Por tanto, el gesto de la entrada en Jerusalén en un asno, podía ser entendido como el signo vivo de un plan de Dios que comenzaba con Abraham, pasaba por Moisés y se llevaba a cumplimiento ahora con Jesús.
Ahora, bien independientemente de la interpretación de uso del asno, el relato de la entrada en Jerusalén ocupa un lugar importante dentro de la narrativa de Mateo. Coincide con un giro decisivo en la misión de Jesús.
3. Un giro decisivo en la manifestación de la identidad de Jesús: ‘¿Quién es este?’ (21,10)
Si nos atenemos al hilo narrativo de Mateo, hasta este momento Jesús nunca había dicho explícitamente que era el Mesías. Su reivindicación mesiánica estaba implícita en la convicción de que sus exorcismos eran la prueba de que Satanás era vencido. Pero no se decía de manera abierta que fuera el Mesías.
En el famoso episodio de Cesarea de Filipo, Jesús interrogó a sus discípulos acerca de la identidad más profunda de su persona. Y Pedro lo confesó como “el Mesías, el Hijo del Dios Vivo” (Mt 16,16). Pero Jesús no se lo confirmó de forma explícita.
Ahora la situación es diferente. Con la evocación de la profecía de Zacarías, la entrada en Jerusalén es una invitación explícita para reconocerlo como el rey davídico anunciado por el profeta.
La persona de Jesús es presentada con energía como un rey manso que practica la no violencia, tal como lo había enseñado desde el Sermón de la montaña. Como un rey que no combate para matar, sino que da su propia vida. Y con todo y esto, que pareciera debilidad, tiene los rasgos del Mesías esperado.
La gente supo reconocerlo. Por eso salen a buscar enseguida palmas y ponen a su disposición sus mantos para armarle un camino triunfal (21,8-9). Es toda una confesión de fe. La última frase del pasaje reporta este reconocimiento: ‘Este el Profeta Jesús, de Nazaret de Galilea’ (21,11).
En fin…
Este domingo, que conmemoramos sin procesiones, podeos revivir de todas maneras el sentido profundo del acontecimiento.
Jesús ‘¡viene!’. Viene como Rey Mesías. Esa es lo aclamamos.
Jesús entra en la Jerusalén de nuestras vidas, de nuestros hogares y de este planeta que tanto lo necesita.
No vamos donde él, es él quien viene a nosotros.
Y ofrecemos recepción con una declaración de fe que podemos hacer escuchando y meditando este evangelio y cuyo mensaje es:
Jesús, el rey manso y humilde, quiere entrar en la vida de cada hombre y mujer en este tiempo difícil pero precioso.
Él entra sin hacer violencia y sin someter a la fuerza, sólo con la fuerza seductora de su amor.
Pude entender muchas cosas relacionadas con el AT. Y con el Rey que seguimos. Lo que dice de las mujeres que contemplan valientemente el nacimiento de la Iglesia en el Crucificado