La pasión según San Mateo – El anuncio pascual

 

PASO A PASO EN LAS ÚLTIMAS HORAS DE JESÚS

Estudio de la Pasión según san Mateo (Mt 26-27)

(Octava lección)

 

 

  1. Fidel Oñoro, eudista

 

 

 

 

 

Ninguno de los evangelios termina con la muerte de Jesús. Mateo, así como Mc antes de él, concluye su relato con el anuncio triunfante de la resurrección (28, 1-15) y con el envío misionero, de forma definitivo, de la comunidad (28, 16-20). Veamos el modo como Mt presenta al final de su evangelio el paso de la muerte a la victoria.

 

Nuestro propósito inicial era la lectura del relato de la Pasión (Mt 27-28), con todo invitamos a descubrir algunos detalles de la página final del Evangelio, sin ellos no captaríamos todo lo anterior en su aspecto kerigmático, como buena nueva de salvación.

 

Pues sí, Mateo sostiene rotundamente en la narrativa que el final no es la muerte, es la Resurrección.

 

En esta lección vemos cómo los relatos pascuales (Mt 28,1-20) están redactados en estrecha continuidad con el de la Pasión y, sobre todo, cómo la gran expectativa se cumple: el Mesías e Hijo de Dios, quien ha hecho el camino del Hijo del hombre sufriente ha coronado su obra salvífica y ‘le ha sido dado todo poder en el cielo y la tierra’ (28,18).

 

 

  1. Conclusión: La Resurrección de Jesús y la misión universal (28, 1-20)

 

 

8.1. El anuncio de la Resurrección y de la congregación de la comunidad (28, 1-15)

 

En el caso de Mt, este anuncio de la resurrección tiene algo de “anticlimax”. Los acontecimientos dramáticos que explotaron en el momento de la muerte de Jesús ya habían proclamado el triunfo del Evangelio. La muerte obediente de Jesús había sido exaltada por la intervención de Dios, quien había rasgado el velo del Templo y liberado a los muertos de las tumbas (cf. 27, 51-54).

 

Al describir el efecto redentor de la muerte de Cristo, Mateo había dicho que los santos salían de los sepulcros y entraban en Jerusalén, apareciéndose a mucha gente (27, 53). Sin embargo, para mantener la precedencia en orden de tiempo de las apariciones de Jesús resucitado y su impacto en la fundación de la Iglesia, el evangelista había debido matizar la dramática descripción con la frase clarificadora “después de su resurrección (de Jesús)” (27, 53). En realidad, los santos habían debido esperar en sus tumbas que hubiera resucitado Jesús. Es evidente que la teología de Mateo y las exigencias de su narración están en contraste aquí. Pero ahora que le relato de la pasión está completo, Mateo puede retomar el hilo del discurso y llevar el evangelio a su final.

 

Como hizo durante todo el relato de la pasión, Mt usa el material de su fuente, pero le imprime su sello personal distintivo. En el caso de la resurrección, Marcos no reporta sólo el hallazgo de la tumba vacía (Mc 16, 1-8). Mateo le agregará a ésta, tradiciones particulares, refiriendo el encuentro de Jesús con las mujeres que fueron al sepulcro (28, 9-10), los intentos repetidos de los adversarios de Jesús para contrarrestar el anuncio de la resurrección (28, 11-16) y la aparición final de Jesús a los discípulos sobre una montaña en Galilea, con el momento culminante en el que les entrega su misión de enseñar a todas las naciones (28, 16-20).

 

Cada uno de estos segmentos del relato, lleva adelante la visión de las cosas característica de Mateo. Las mujeres que fueron a la tumba son precisamente las mismas que habían permanecido fielmente junto a Jesús y habían asistido a su muerte y su sepultura (cf. 27, 55-56. 61). Al amanecer del domingo, después del sábado, van a “visitar el sepulcro” (28, 1). Según Mc, va para “embalsamar” a Jesús (Mc 16, 1), pero Mateo ya ha declarado con claridad al comienzo del relato de la pasión (26, 6-13) que la mujer de Betania había ungido el cuerpo de Jesús para la sepultura.

 

En el sepulcro la atmósfera está llena del mismo dramatismo apocalíptico que había circundado la muerte de Jesús. En el relato de Marcos, el significado de la tumba ya vacía está explicado con un tono bajo por un “joven” que se sienta con calma sobre la piedra rodada (Mc 16, 5). En Mateo, en cambio, el lector participa del drama. Se desencadena otro terremoto (28, 2; cf. 27, 51) y un “Ángel del Señor” baja del cielo para remover la piedra de la tumba. Este mensajero celeste asemeja el “fulgor” y sus vestidos son “blancos como la nieve” (28, 3). A la vista de esta aparición, los soldados que vigilan la tumba (cf. 27, 66) tiemblan por el miedo y se quedan “como muertos”.

 

Estos detalles, la parte de ellos son típicos de las descripciones hebreas del juicio final, le dan al relato de Mateo como una carga eléctrica y refuerzan la impresión de que desde el momento de la muerte de Jesús ha comenzado el tiempo de la salvación. El descenso del “Ángel del Señor”, y la subsiguiente apertura del sepulcro y el espanto de los enemigos de Jesús (en la persona de los guardias), continúan afirmando la exaltación de Jesús y la aceptación por parte del Padre de la muerte obediente de su Hijo.

 

Lo que provoca un terror mortal en los adversarios de Jesús, será fuente de alegría perfecta para sus amigos. Precisamente como, al comienzo del Evangelio, José había superado su angustia por la intervención de un “Ángel del Señor” (cf. 1, 20; 2, 13. 19), así también estas fieles seguidoras de Jesús serán liberadas del miedo gracias a un mensajero parecido.

 

El ángel le explica a las mujeres el significado del sepulcro vacío. El Jesús crucificado que ellas buscan no está en la tumba, lugar de muerte: “Ha resucitado, como había dicho” (28, 6). La frase “como había dicho”, tiene un énfasis particular en Mateo (cf. Mc 16, 6), que desplaza el reflector sobre la certeza de Jesús en su propia victoria sobre la muerte. Cada una de las predicciones de la pasión también incluía una de la resurrección. Y durante la última cena pascual, así como enseguida al responderle al sumo sacerdote durante el juicio, Jesús había proclamado con plena confianza su propia victoria (cf. 26, 29. 64). Así, las palabras del Ángel vuelven a reafirmar sutilmente y convalidar el conocimiento profético que el Jesús de Mateo había demostrado constantemente.

 

El ángel le confía a las mujeres también una misión: deben anunciarle a los discípulos la resurrección y decirles que se reúnan en Galilea para un encuentro con Jesús (28, 7). Al contrario de la interpretación de Mateo, éste no es presentado como una promesa de Jesús. La frase de Marcos “como les dijo” (Mc 16, 7) no se repite en Mateo, si bien Jesús hizo la afirmación durante la última cena (cf. 26, 32; Mc 14, 28). El relato de Mateo, por tanto, no quiere terminar con una promesa, sino con una nota de cumplimiento. El anuncio del Ángel (“Miren, que yo se los he dicho”) prepara las dos apariciones que Mateo de hecho va a narrar.

 

La primera aparición está reservada a las mujeres, mientras dejan el sepulcro “con temor y alegría grande”, para llevar la noticia a los discípulos (28, 8). Esta aparición se encuentra sólo en el evangelio de Mt y revela algunas características de su teología. Ante todo, recompensa la fidelidad de las mujeres que habían permanecido junto a la cruz (evidente contraste con los otros discípulos, que se habían fugado). Su reaccón de “temor y gran alegría” a las palabras del ángel –típica, en la Biblia, si bien paradójica, frente a las revelaciones divinas-, aparece seguida por un encuentro personal con Jesús resucitado, que precede el de los “Once” en Galilea (28, 16).

 

Además de este encuentro con Cristo resucitado mientras las mujeres van a cumplir con su misión, concuerda con un tema que aparece con insistencia en el Evangelio. El Cristo resucitado está presente en su comunidad y particularmente entre aquellos que anuncian el Evangelio mismo (cf. Por ejemplo 10, 40; 28, 20; también 18, 20). De hecho el mensaje que Jesús le confía a las mujeres, quiere animarlas en el cumplimiento de su misión.

 

Cuando se acercan a Jesús y lo adoran –lo que nos recuerda la respuesta de los discípulos a su manifestación sobre el mar (14, 33)- él calma su temor y confirma el mandato del mensajero celeste: “No teman, vayan a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea y allí me verán” (28, 10). La promesa de una reconciliación, ya hecho en el contexto de la cena pascual (26, 32), ahora es confirmada por el Cristo crucificado y resucitado. Jesús toma la iniciativa de reconciliarse con sus “hermanos”, precisamente como les había enseñado a hacer en diversas ocasiones en el Evangelio (cf. 5, 23-24; 6, 12. 14-15; 18, 21-35).

 

En el curioso incidente que sigue, permanece el uso de los violentos contrastes entre Jesús y sus adversarios, adoptado por Mt. Mientras las mujeres parten para cumplir la misión de anunciar el Evangelio, los soldados que habían vigilado el sepulcro refieren su experiencia desconcertante a los sumos sacerdotes (28, 11-15).

 

Una vez más Mt subraya la mala fe de los jefes. Los sacerdotes y los ancianos se reúnen para un consejo y compran a los guardias, un hecho que tiene paralelos evidentes con la reunión al comienzo del relato de la pasión. En esa ocasión los sacerdotes y ancianos tuvieron “consejo” para hacer morir a Jesús (26, 3-5), y habían usado el dinero para conseguir su finalidad (26, 14-15). Ahora le ordenan a los soldados que digan que, mientras dormían, habían venido los discípulos para robar el cuerpo de Jesús. Y les prometen también que los protegerán si la noticia de que se habían dormido durante la guardia irritase a Pilatos, una promesa que tiene puede sonar estúpida, cuando uno piensa en la indiferencia que los jefes le mostraron a Judas (27, 3-10).

 

El intento de Mateo es evidente. El episodio contrapone la buena voluntad de Jesús y de sus seguidores con la mala fe de los jefes hebreos. Trata también de refutar una falsa interpretación del hallazgo del sepulcro vacío, que con seguridad la comunidad de Mateo había tenido que combatir. Ambas “explicaciones” –la declaración del Evangelio y la insinuación que los discípulos habían orquestado un engaño- presuponen que el sepulcro estaba desierto.

 

 

8.2. La congregación de la comunidad y su envío a la misión universal (28, 16-20)

 

El Evangelio termina con otra escena propia de Mateo, que retoma los temas principales de su Evangelio y los proyecta en la misión futura de la comunidad (28, 16-20).

 

Los Once (notemos que Mt no se ha olvidado del destino de Judas) evidentemente aceptan el mensaje de las mujeres y se reúnen en la cima de una montaña en Galilea, en contraste con la versión de Lc según la cual los apóstoles consideran el relato de las mujeres como “desatinos” y no les creen (cf. Lc 24, 11. 22-24). Cuando los discípulos ven a Jesús, se postran ante él, pero con una frase extraña y difícil Mateo insinúa que también en aquella ocasión su fe es débil y vacilante. “Pero algunos dudaban” es una traducción posible, pero el texto podría también querer decir que precisamente en el momento en que los discípulos se postran, ellos (todos) vacilan o “dudan”. Mateo ha usado este mismo vocabulario en 14, 31, cuando describe la “poca fe” de Pedro que caminaba sobre las aguas agitadas. A pesar de haber reconocido a Jesús, Pedro “dudó” a causa del miedo. Esa mezcla de fe y miedo o vacilación, parece querer notarlo el evangelista todavía cuando los discípulos están apunto de ser enviados para su importante misión.

 

Las palabras de Jesús sirven para confirmar y fortalecer a los discípulos, precisamente como cuando durante la aparición a las mujeres en escena anterior (28, 8-10). Él se presenta a los suyos con plena autoridad, como el Hijo de Dios glorificado y el Hijo del hombre victorioso.

 

Este momento de triunfo en la cima de la montaña, parece ser un anticipo de aquel final de toda la historia, cuando el Hijo del hombre vendrá para juzgar el mundo (cf. 24, 29-31), la misma victoria predicha por Jesús mientras se encontraba frente al sanedrín: “…les digo: de ahora en adelante verán al Hijo del hombre sentado a la diestra de Dios, y venir sobre las nubes del cielo” (26, 64). En la atmósfera de la resurrección, la comunidad de Jesús tiene un sabor de aquel día final.

 

Más aún, entre la gloria de aquel día y la conclusión definitiva de la historia, queda una tarea tan larga como la eternidad: la proclamación del Evangelio y el esfuerzo para reunir al pueblo de Dios (24, 14). Ahora que ha despuntado la nueva era de la resurrección, la misión redentora ya no está limitada a Israel, como lo había estado durante la vida de Jesús (cf. 10, 15: 15, 24), sino que comprende al mundo entero.

 

Su contenido específico incluye notas características del evangelio de Mateo. Los apóstoles deben “hacer discípulos” en todas las naciones, bautizándolos y reuniéndolos en la comunidad: y esto refleja el fuerte interés eclesial de Mateo. Es necesario enseñarles a observar todo lo que Jesús había mandado hacer: un subrayado de la enseñanza y de las buenas obras, típico de Mt.

 

Y mientras trabajan en esta misión de alcance mundial, Jesús resucitado estará “con ellos” hasta el fin del mundo (28, 20). En las escenas de apertura del evangelio, al niño Jesús le había sido dado el nombre de “Emmanuel”, Dios-con-nosotros (1, 23). El versículo final de Mateo reafirma ese fundamento de la certeza de los miembros de la comunidad. Jesús crucificado y resucitado está con ellos mientras ellos van adelante en historia para emprender su misión universal.

 

Para Mateo, por tanto, la conclusión del evangelio continúa la realidad del triunfo sobre la muerte, que ha sido la esencia de la pasión.

 

Que cada uno de los que ha hecho este recorrido por el Evangelio, acompañando paso a paso las últimas horas de Jesús, pueda experimentar ahora este don inmenso que el Resucitado deposita con amor en nuestras vidas y que sigue llegando a nosotros por medio de la proclamación del Evangelio, como ha ocurrido en estos días. Amén.

 

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