PASO A PASO EN LAS ÚLTIMAS HORAS DE JESÚS
Estudio de la Pasión según san Mateo (Mt 26-27)
(Segunda lección)
- Fidel Oñoro, eudista
Repasemos…
La primera parte del relato de la Pasión según san Mateo es un preludio en que la esta pasión es anunciada e interpretada con palabras y acciones simbólicas (26,1-16).
Hay que ponerle atención a lo que se dice y se hace en cada una de estas tres escenas iniciales. Cada una de ellas arroja una luz sobre el sentido de la Pasión:
- Predicción final de la Pasión y conspiración de las autoridades (26,1-5)
- Una unción para la sepultura en Betania (26,6-13)
- La traición por parte de “uno de los Doce” (26,14-16)
En la primera escena (26,1-5) pudimos ver el contraste entre las palabras de Jesús (“El Hijo del hombre será entregado para ser crucificado”) y la de las autoridades judías que en el complot secreto intentan poner una fecha para la captura de Jesús, diciendo de forma equivocada que no debe ocurrir durante la fiesta de pascua para que el pueblo no arme un tumulto. Y mientras las palabras de Jesús serán cumplidas puntualmente, “dentro de tres días” esto ocurrirá, las de las autoridades que dicen que no ocurrirá en esos mismos días resultarán fallidas.
Continuemos con las otras dos escenas: el gesto amoroso de la unción de Jesús por parte de una mujer anónima en Betania (26,6-13) y el gesto pérfido de “uno de los Doce” quien traiciona a Jesús (26,14-16). La infidelidad es la otra cara de la moneda del amor, es el reverso que lo desdice.
1.2. Una unción para la sepultura en Betania (26,6-13)
“6Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, 7se acercó a él una mujer que traía un frasco de alabastro, con perfume muy caro, y lo derramó sobre su cabeza mientras estaba a la mesa.
8Al ver esto los discípulos se indignaron y dijeron:
«¿Para qué este despilfarro?
9Se podía haber vendido a buen precio y habérselo dado a los pobres.»
10Mas Jesús, dándose cuenta, les dijo:
«¿Por qué molestáis a esta mujer?
Pues una «obra buena» ha hecho conmigo.
11Porque pobres tendréis siempre con vosotros,
pero a mí no me tendréis siempre.
12Y al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo,
en vista de mi sepultura lo ha hecho.
13Yo os aseguro:
dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero,
se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya.»”
Los contrastes mordientes con los que inicia el relato de la pasión continúan. La narración se desplaza ahora a Betania, un pequeño pueblo al oriente de Jerusalén, construido sobre las estribaciones de lado oriental del monte de los Olivos. El evangelista Mateo ya nos había dicho en 21,17 que allí Jesús y sus discípulos se alojaban cuando se encontraban en la zona de Jerusalén.
Los cuatro evangelios nos refieren una escena similar a esta. Las cuatro versiones se parecen mucho, excepto la de Lucas, quien se desvía bruscamente: él la anticipa en el capítulo 7 de su evangelio y pone la unción, no en relación con la pasión, sino como un ejemplo elocuente de la misericordia y la voluntad de perdón de Jesús. Esta versión de Lc 7,36-50 es preciosa, allí la mujer, una “pecadora”, unge los pies de Jesús con un gesto notable de ternura, lo cual suscita las protestas indignadas del fariseo que lo hospeda. Pero Lucas no habla de Betania, el contexto hace pensar que esto ocurre más bien Galilea; además hace actuar al fariseo que hospedaba a Jesús.
Los otros evangelistas, por el contrario, sí colocan el lugar donde sucede la unción en Betania, en Judea, y también lo ponen en relación con la muerte inevitable de Jesús. Mateo sigue su fuente, que es el evangelio de Marcos, muy de cerca (Mc 14,3-9); pero le quita el estilo “periodístico” que le es habitual, esto es, algunos de sus coloridos particulares. Por ejemplo, omite el dato de que el perfume era de nardo; también el dato de la suma exacta de treinta denarios por lo cual podía ser vendido. Con todo, en nuestro relato de Mateo lo sustancial del episodio permanece.
Veámoslo despacio. Mientras Jesús está en casa de Simeón el leproso, una mujer se le acerca con veneración. Fuera del hecho de que Simón haya sido leproso, no se dicen más nada del anfitrión. Eso sí, hay un dato que lector atento de Mateo no puede olvidar: que el primer gran milagro de Jesús fue precisamente el de la curación de un leproso, como se puede ver en Mt 8,1-4.
En 26,7 leemos: “se acercó a él una mujer”. El término “acercarse” aparece una 50 veces en Mateo para describir cómo la gente se acerca a Jesús, sobre todo en casos de curaciones milagrosas. Entre ellas podemos recordar, por ejemplo:
- En Mateo 8,25, en medio de la tempestad, los discípulos “se le acercan” a Jesús para despertarlo y pedirle ayuda.
- En Mt 9,20 la mujer hemorroisa “se le acerca” a Jesús por detrás para tocarle la orla del manto.
- En Mt 9,28 “se le acercan” los dos ciegos que en el camino le venían gritando ayuda.
- En Mt 17,14, cuando baja de la montaña de la transfiguración, “se le acerca” el desolado papá de un niño a quien le atormenta un demonio, un demonio que los discípulos no han podido expulsar.
- En Mt 21,14, cuando Jesús expulsa a los vendedores del Templo, Mateo agrega algo inaudito, que justo ahí en el Templo “se le acercan” algunos ciegos y cojos, y que a ellos los cura.
Entonces el acercarse de la mujer no deja de tener una connotación especial. Ella viene cargada con todo su amor representado en un precioso perfume, pero también viene como una representante de todos los que han venido en búsqueda de salvación en Jesús a lo largo de todo el Evangelio.
Pues bien, el v.7 dice que la mujer se acerca y luego derrama un frasco de alabastro lleno de óleo caro sobre la cabeza de Jesús, en cuanto él está a la mesa.
¿Cómo entender el gesto de la mujer?
Vale aquí hacer una conexión. Este gesto confirma lo que el Maestro acaba de predecirle a sus discípulos en la escena anterior, ya que la unción tiene el significado de una preparación para la sepultura, como efectivamente se confirma más adelante en 26,12: “Al derramar ella este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho”.
Si vamos por un instante hasta la conclusión del relato de la pasión, notaremos que la descripción que Mateo hace allí aclara este detalle. De hecho, las mujeres que van a la tumba la mañana de Pascua, no van a ungir el cuerpo de Jesús (como ocurre en Mc 16,1), sino simplemente a “visitar el sepulcro” (28,1). Podríamos entender que para este evangelio la unción ya se presupone realizada.
Entonces, y en este orden de ideas, esta mujer de Betania, de la cual no sabemos el nombre, ha cumplido con una obligación sagrada del judaísmo: el embalsamar el cuerpo de Jesús en vista de su muerte y sepultura.
Algunos intérpretes de este pasaje han visto un posterior simbolismo en el hecho de que el óleo sea derramado sobre la cabeza de Jesús. Se sabe que la unción de la cabeza con óleo perfumado hacía parte del rito de coronación del rey judío, como podemos ver en 1 Samuel 16,12-13 con relación al rey David. De ahí que algunos biblistas se pregunten: ¿Quería Mateo en esta escena aludir a la dignidad de Jesús como Mesías, “El Ungido”?
Hagamos nuestro análisis. El sentido del episodio no se capta simplemente en los detalles del servicio de amor realizado por la mujer, sino también en las voces de protesta de los discípulos que no comprenden lo que está ocurriendo.
Según la versión de Mc los que critican este acto, considerado demasiado generoso, son llamados genéricamente “algunos” de los presentes (Mc 14,4). En cambio según Mateo estos “algunos” se identifican bien, se trata de los mismos discípulos de Jesús, quienes se indignan al considerarlo un despilfarro. Veamos Mt 28,8-9:
“Al ver esto los discípulos se indignaron y dijeron: «¿Para qué este despilfarro?
Se podía haber vendido a buen precio y habérselo dado a los pobres»”.
Generalmente el evangelio de Mateo, siempre que puede, atenúa los comentarios negativos que aparecen en Marcos sobre los discípulos de Jesús. Pero esta vez hace lo contrario: ellos quedan mal parados en la escena. Los discípulos lamentan hipócritamente el hecho de que el ungüento se hubiera podido vender “a buen precio y habérselo dado a los pobres”.
En el resto de este pasaje, el narrador da la palabra a Jesús, quien defiende con energía a la mujer (26,10-13). Es interesante que toda la segunda parte del pasaje esté consagrada a las palabras de Jesús.
En el v.11 se escucha una frase que infelizmente está entre las más maltratadas en la exégesis del Nuevo Testamento. Jesús les recuerda a sus discípulos que siempre tendrán pobres con ellos, pero que a él no siempre lo tendrán (26,11). La finalidad de estas palabras no es la de de afirmar que la pobreza sea inevitable y que por eso no habría que preocuparse mucho por el asunto. Una lectura así sería lamentable, precisamente porque el Evangelio de Mateo, de acuerdo con el resto del Nuevo Testamento, afirma todo lo contrario y es claro con relación al compromiso con la justicia y con la responsabilidad con le hermano necesitado mediante el don de la limosna. Basta leer por ejemplo los memorables pasajes de Mt 6,2-4; 19,21.
Aquí, pues, el enfoque es otro y se nota claramente desde las primeras palabras de Jesús en el v.10: “¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una ‘obra buena’ ha hecho conmigo”.
El punto es que la mujer ha realizado un acto de amor hacia Jesús y que encaja entre las obligaciones sagradas del judaísmo. Lo que se quiere decir es que los discípulos tendrán muchas otras ocasiones para demostrar su preocupación por los pobres; pero que ahora el momento de la pasión ha llegado y requiere una respuesta urgente.
No podemos excluir, en nuestra interpretación, que ese pobre que requiere de atención en este momento sea Jesús. Pero, atención, no nos desviemos, el enfoque del texto va sobre todo en la dirección de la comprensión de la persona del Mesías: quién es Jesús. Él es “El Ungido”. En Jesús, precisamente en él, en su vida entregada hasta el fin, Dios lleva a cabo su obra de salvación.
En otras palabras, la mujer ha “realizado una obra buena” con Jesús (26,10) porque ella y sólo ella ha entendido en medio de un auditorio de discípulos “fuera de onda”, que el “kairós”, el tiempo decisivo de la salvación, ha llegado.
La escena se concluye con un extraordinario tributo a esta mujer sin nombre: Leamos el v.13:
“Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya.»” (26,13).
¿Qué quiso decir Jesús?
En la versión de Mc, el término utilizado es “evangelio” (14,9). La frase de Mateo es más precisa: “este evangelio”, “esta Buena Nueva”. ¿Será que Mateo intenta referirse a su propio evangelio, en cuanto relato, y no a las referencias de Marcos a la predicación cristiana del kerigma en general? Aquí no estamos seguros, titubeamos para dar una respuesta precisa. Sabemos que cada vez que Mateo usa el término “Evangelio”, procura cualificarlo de cualquier manera con un complemento. Por ejemplo, en Mt 24,14 se dice: “Este evangelio del Reino”. Por eso pensamos que más que aludir a relato evangélico, lo más probable es que Mateo use aquí la expresión “esta buena nueva” para referirse a la “buena nueva” proclamada a través del relato de la pasión.
El término griego “euangélion” (en griego), “evangelio”, significa de hecho “buena nueva”, y se refiere a la proclamación de la salvación cristiana. Sólo más tarde fue aplicado a los cuatro “Evangelios” entendidos como exposición, bajo la forma de un relato, de aquel mensaje de salvación. Lo más probable es que el título “evangelio” para denominar a estos relatos se haga mucho después que Mateo escriba el suyo. Por eso afirmamos que con la expresión “este evangelio”, Mateo quizás intenta aludir al drama mismo de la pasión.
En conclusión, la esencia del Evangelio se encuentra tanto en el compromiso de Jesús de dar su vida, como en el amor sensible y reverente de esta mujer que comprende la realidad de la cruz. Su acto de discípula que se pone al servicio de la unción mesiánica de Jesús, dejan en claro el sentido salvífico de esta muerte y se convierte en parte integrante de esta historia de salvación.
La pasión salvadora de Jesús es valiosa en sí misma, pero requiere de personas que, como la mujer de Betania, sepan comprender y apreciar este valor, así esto les cueste una incomprensión, incluso de personas que rodean a Jesús y que se hacen llamar sus discípulos.
Qué bellas resuenan las palabras de Jesús en la segunda escena de la apertura de la pasión según san Mateo para todos los lectores vamos a seguir leyendo “esta Buena Nueva”:
“Yo os aseguro:
dondequiera que se proclame esta Buena Nueva,
en el mundo entero,
se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya.»” (26,13).
1.3. La tradición por parte de “uno de los Doce” (26,14-16)
“26,14Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes,
15 y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?»
Ellos le asignaron treinta monedas de plata.
16 Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle”.
El curso de la narración da un paso brusco. En el mismo momento en el que la mujer unge con amor el cuerpo de Jesús para la sepultura, Judas Iscariote va donde los sumos sacerdotes para contratar la traición de Jesús (obsérvese el “entonces”; “tóte”, en griego). Mateo pone en evidencia la escandalosa tragedia de aquel instante: el versículo comienza con “Uno de los Doce” (Mc 14,10).
El evangelista parece tener un interés especial por la figura de Judas. Cada vez que el discípulo predestinado aparece en el relato de la Pasión, Mateo amplía de modo significativo el material marcano (por ejemplo aquí y en 26,20-25.49-50): añadirá también la trágica descripción de la muerte de Judas (27,3-10). Esto representa el lado oscuro del seguimiento, el traidor potencial en que puede transformarse todo creyente que se encuentre ante un momento crítico.
Mientras Marcos se ha limitado a referir el hecho del contubernio de Judas con los sacerdotes, Mateo, reporta el diálogo. Al final el lector sabe que el dinero era una de las motivaciones de la traición (ver la pregunta: 26,15).
El evangelio de Mateo había denunciado claramente el poder corruptor de la riqueza. Jesús había advertido a sus discípulos que no acumularan tesoros sobre la tierra sino en el cielo (6,19-21). En un pasaje particularmente duro para Judas, Jesús observa (6,24). Los discípulos no debían preocuparse por la posesión de bienes materiales; ante todo debían buscar “primero el Reino y su justicia” (6,34). El joven que quería ser perfecto se había ido triste cuando Jesús le dijo que vendiera sus posesiones y lo diera a los pobres, porque “tenía muchas riquezas” (19,22). Y Jesús enseguida exclamó: “En verdad os digo que difícilmente un rico entrará en el Reino de los cielos” (19,23).
Mateo deja entender que la avidez de Judas por el dinero lo llevó a abandonar el único tesoro por el cual valía la pena dar la vida. Irónicamente ahora ocurre lo inverso: Judas, a cambio de Jesús, recibe “treinta monedas de plata”. Este detalle mateano, refuerza la naturaleza corrupta de la traición de Judas.
Pero este detalle también escenifica un pasaje del Antiguo Testamento. Esta es la primera alusión a textos de Antiguo Testamento de una serie que viene enseguida en el relato de la pasión. El texto parece ser de Zacarías 11,12. En la alegoría de los pastores de Zacarías –muy oscura-, al buen pastor se le da la paga de un esclavo (treinta monedas –siclos- de plata, según 21,32), una suma mezquina que el pastor volverá a arrojar en el tesoro del templo… Un texto que Mateo va a utilizar más tarde en el relato del trágico destino de Judas (27,9-10). La alusión a este pasaje bíblico indica una convicción fundamental del evangelista: mientras que la traición de Jesús y su muerte parecen ser el triunfo del mal, en realidad hacen parte misteriosamente del gran designio de la salvación de Dios.
El pacto entre Judas y los sumos sacerdotes pone en movimiento el plan que llevará a Jesús al arresto y, finalmente, a la muerte. Mateo subraya este instante decisivo con una frase que recurre frecuentemente para retomar algunos puntos clave del evangelio: “desde ese momento”. Cuando Jesús comenzó su ministerio en Galilea, Mateo puso en evidencia el momento: “desde ese momento Jesús comenzó a predicar” (4,17). Igualmente 16,21. Ahora que Judas y los sacerdotes han hecho un pacto entre ellos y los eventos de la pasión han comenzado su curso irreversible, el momento es de nuevo subrayado. Está por comenzar la última parte del relato del evangelio.
Judas sigue adelante la ruta de su traición. Después de haber dejado a los sacerdotes “buscaba la oportunidad para entregarle” (v.16). El término utilizado es “ocasión propicia”, en griego “eukairían” (una variación con relación a lo dicho en Mc 14,11: “Judas buscaba un modo oportuno para entregarlo”). La raíz de esta palabra es “kairós”, un término griego que significa “tiempo oportuno” y que es usado frecuentemente en el NT para referirse al juicio final (por ejemplo: Mc 13,33; Mt 24,45), cuando tendrá lugar la decisiva acción salvífica de Dios. Más adelante, Mateo hará que Jesús se refiera a su muerte como “mi kairós” (26,18), o sea, “mi tiempo oportuno”.
Así, casi irónicamente, Jesús y Judas buscan el mismo kairós, la entrega del Hijo del hombre en manos de los pecadores. Judas lo hace para embolsillarse treinta monedas de plata; Jesús, en cambio, para dar su vida por la salvación de muchos.
Una vez más los acontecimientos aparentemente arbitrarios de la pasión se recogen bajo el misterio de la voluntad de Dios.
- La última pascua (26,17-35)
Entramos en el segundo paso del itinerario narrativo de la Pasión.
En este segundo bloque narrativo, una serie de escenas se articula en torno a un hilo común: la celebración de la Pascua hebrea. Sobre este trasfondo, Jesús hace gestos inéditos que exponen ante sus discípulos el sentido de la Cruz.
Leamos el texto:
“26,17El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron:
«¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos
para comer el cordero de Pascua?»
18El les dijo:
«Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle:
«El Maestro dice:
Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos.»»
19Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
20Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce.
21Y mientras comían, dijo:
«Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.»
22Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno:
«¿Acaso soy yo, Señor?»
23El respondió:
«El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará.
24El Hijo del hombre se va, como está escrito de él,
pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!
¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»
25Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle:
«¿Soy yo acaso, Rabbí?»
Dícele:
«Sí, tú lo has dicho.»
26Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo:
«Tomad, comed, éste es mi cuerpo.»
27Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo:
«Bebed de ella todos,
28porque ésta es mi sangre de la Alianza,
que es derramada por muchos para perdón de los pecados.
29Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid
hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.»
30Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.
31Entonces les dice Jesús:
«Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche,
porque está escrito:
Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño”.
32Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea.»
33Pedro intervino y le dijo:
«Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré.»
34Jesús le dijo:
«Yo te aseguro: esta misma noche,
antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.»
35Dícele Pedro:
«Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré.»
Y lo mismo dijeron también todos los discípulos”.
Cuatro escenas se reagrupan en torno a la última cena pascual que Jesús celebra con sus discípulos. Esta parte del relato da una poderosa interpretación teológica de la muerte de Jesús.
Mientras la fiesta se acerca, Jesús, con majestuosa autoridad, anuncia que “el tiempo está cerca” y ordena a los discípulos que se preparen para la pascua (26,17-19).
Luego viene el momento solemne del banquete (26,26-29), el cual está inserto en medio de un doloroso contexto de predicciones de traiciones, deserciones y negaciones. Antes de la cena, Jesús anuncia la traición de Judas (26,20-25). Y después de ella, Jesús predice el abandono de parte de los discípulos y las negaciones de Pedro (26,30-35).
Nos resultan entonces las siguientes cuatro escenas, todas ellas en el marco de la cena pascual:
(1) El “Kairós” está cerca: los preparativos para la pascua (26,17-19)
(2) El anuncio de la traición: “Uno de vosotros me entregará” (26,20-25)
(3) La última pascua: el Cuerpo partido… la sangre derramada (26,26-29)
(4) El anuncio de la deserción: “Vosotros todos os escandalizaréis por mi causa” (26,30-35)
2.1. El “Kairós” está cerca: los preparativos para la pascua (26,17-19)
“26,17El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron:
«¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos
para comer el cordero de Pascua?»
18El les dijo:
«Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle:
«El Maestro dice:
Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos.»»
19Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua”.
Esta breve escena prepara la atmósfera de lo que sigue. Estamos en las vísperas de la Pascua, el “primer día de los Ázimos” (26,17). Así se llamaba la solemnidad que coincidía con la Pascua.
Ambientemos un poco lo que ocurre en la vigilia de preparación de la gran fiesta pascual hebrea.
El jueves todas las familias hebreas sacaban de la cocina y botaban los panes que tenían levadura, para celebrar de forma conveniente la Pascua, con pan ázimo, o sea, sin levadura (lo más parecido a una galleta). Así lo manda el libro del Éxodo 12,14-20:
“14Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre».
15«Durante siete días comeréis ázimos; ya desde el primer día quitaréis de vuestras casas la levadura. Todo el que desde el día primero hasta el día séptimo coma pan fermentado, ese tal será exterminado de en medio de Israel.
16El primer día tendréis reunión sagrada; también el día séptimo os reuniréis en reunión sagrada. Ningún trabajo se hará en esos días, salvo la comida para cada uno. Esto es lo único que podréis hacer.
17Guardad la fiesta de los Ázimos, porque en ese mismo día saqué yo vuestros ejércitos de la tierra de Egipto. Guardad este día de generación en generación como decreto perpetuo.
18Comeréis ázimos en el mes primero, desde la tarde del día catorce del mes hasta la tarde del día veintiuno.
19No habrá levadura en vuestras casas por espacio de siete días; todo aquel que coma algo fermentado, sea forastero o natural del país, será exterminado de la comunidad de Israel.
20No comeréis nada fermentado; en todo lugar donde habitéis, comeréis ázimos»”.
Este es el trasfondo del pasaje del evangelio que estamos leyendo. La fiesta de pascua que Jesús celebrará con sus discípulos, la última antes de su muerte, estaba a punto de comenzar y era necesario hacer los preparativos que mandaba la ley. La verdadera fiesta no comenzaría sino hasta el atardecer de este mismo día jueves.
Mateo ha sfrondato este pasaje, para concentrarse en las palabras decididas de Jesús y en la obediencia inmediata de los discípulos. Cuando los discípulos le preguntan dónde pueden preparar el banquete pascual, el cual tenía que hacerse dentro de la misma ciudad de Jerusalén o en sus alrededores más cercanos. No nos extrañe que Jesús diga “Id a la ciudad”. Jesús habla con una orden precisa. Escuchemos la frase completa:
“El les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: «El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos»»” (26,18).
La obediencia es inmediata y escrupulosa en los detalles de la acción. Dice el versículo siguiente:
“Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua” (20,19).
Hay un sentido de fuerte autoridad, aquí, muy parecida a la de la escena que precede la entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén y en su Templo (21,1-6). En contraste, la versión que nos da Marcos de esta misma escena parte apuntar a la ilustración del conocimiento profético de Jesús; la descripción detallada que Jesús le hace a sus discípulos del hombre con el balde de agua es perfectamente exacta (Mc 14,13-16). Pero Mateo se ahorra esa parte en su relato y más bien centra la atención de nosotros los lectores en las palabras de Jesús sobre el sentido del acontecimiento.
Las palabras de Jesús son significativas:
“El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos” (26,18).
La frase “mi tiempo está cerca” se encuentra únicamente en Mateo y revela una dimensión importante de su teología de la pasión.
El término que Mateo usa para referirse al tiempo es “kairós”. En este Evangelio este término puede ser usado en un sentido puramente neutro, cronológico. En el capítulo 11,25, por ejemplo, la parte de la frase “en aquel tiempo” es un simple recurso literario para introducir un acontecimiento nuevo dentro de la narración (ver también 12,1; 14,1; recordemos lo que dijimos hace un momento en nuestro comentario a 26,16).
Sin embargo, en la mayor parte de los casos, la palabra tiene un significado secundario particular. Cuando Jesús afronta a los endemoniados entre los sepulcros de Gadara, ellos gritan: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo (kairós)?” (Mt 8,29).
En este contexto la palabra “kairós” parece equivaler al juicio final, o Día del Señor, cuando la salvación de Dios mandará lejos todo mal. “Kairós” tiene un significado semejante en la parábola de la cizaña, en la cual el patrón habla del “momento de la siega, en la cual las hierbas y el trigo serán separados” (Mt 13,30). Jesús, enseguida, explica que esta alegoría y define el tiempo de la siega como “el fin del mundo” (Mt 13,40).
La asociación del “kairós” con la era final, cuando Dios pondrá término a la historia y llevará la salvación definitiva al mundo, le da al vocablo su peso teológico especial. Parece que la palabra tenga precisamente este significado especial cuando Jesús la usa para referirse a su muerte ya cercana: “Mi tiempo está cerca” (26,18).
Pero también el verbo “acercarse” (en griego: “eggúsestin”) se usa repetidamente en el Nuevo Testamento para describir el aceleramiento de la era final de la historia. Como más adelante lo va a aclarar Mateo en 27,51-53, la muerte de Jesús representa precisamente la irrupción del tiempo nuevo, de la nueva etapa de la salvación. Por eso su carácter determinante, ella anticipa el momento final de la historia, cuando destino humano será decidido.
En cuanto este terrible momento se aproxima para Jesús, él decide celebrar la última pascua con sus discípulos. Algunos estudiosos se han preguntado si esta comida fue realmente un verdadero banquete pascual, ya que no se indican en el texto las características propias de la celebración pascual. Pero hoy no tenemos duda de que la última cena de Jesús fue efectivamente un banquete pascual hebreo.
Sobre cuáles pudieron ser las reales circunstancias históricas de la última cena de Jesús y de sus discípulos, es claro que Mateo (siguiendo a Marcos) la considera una celebración de la Pascua. El rico simbolismo de esta fiesta que recuerda la liberación se usa ahora para interpretar el significado de la muerte y de la resurrección de Jesús.
En la declaración de Jesús, se hace notar lo decidido que él está: “En tu casa voy a celebrar la pascua con mis discípulos” (26,18b). El énfasis recae sobre la expresión “con mis discípulos”. Pero esta relación estrecha e íntima entre Jesús y sus discípulos dentro de muy poco se verá en peligro, como efectivamente lo muestra la escena que ahora sigue.
2.2. El anuncio de la traición: “Uno de vosotros me entregará” (26,20-25)
“20Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce.
21 Y mientras comían, dijo:
«Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará.»
22 Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno:
«¿Acaso soy yo, Señor?»
23 El respondió:
«El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará.
24 El Hijo del hombre se va, como está escrito de él,
pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!
¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»
25 Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle:
«¿Soy yo acaso, Rabbí?» Dícele: «Sí, tú lo has dicho»”.
El sol se acaba de ocultar y comienza el ritual de la cena pascual (26,20). Se trata de una fiesta de alegría, pero para Jesús y sus discípulos el momento solemne del banquete resulta inserto en un doloroso contexto de traición. El evangelista hace sonar enseguida la nota aguda de la Pasión: “Uno de de vosotros me entregará” (26,21).
En el relato, la tensión va aumentando poco a poco hasta que revienta la confrontación final entre Jesús y Judas en el versículo final (26,25).
Observemos.
Uno. Cuando los discípulos escuchan la profecía tremenda de Jesús, se llenan de miedo y comienzan a preguntar: “¿Acaso soy yo, Señor?” (26,22). La indicación “uno por uno” invita al lector a hacerse la misma pregunta.
Dos. Jesús les responde dando una indicación precisa (26,23). Sus palabras ponen de relieve la tragedia de la traición: él viola el vínculo de amistad y de confianza que Jesús celebra con sus discípulos. Es el extremo pecado (“¡Ay de aquel!”, 26,24).
Tres. Cuando Judas hace la pregunta, el evangelista cambia la palabra “Señor” (que habían dicho los anteriores) por la palabra “Rabbí” (26,25a; término que en Mateo tiene un matiz negativo). Se pone en evidencia el contraste entre las palabras de Judas y la fe absoluta y confiada de los otros discípulos en Jesús. Llamándolo “Rabbí”, Judas se dirige a Jesús como lo hacían los enemigos, sin reconocer la verdadera identidad de su Maestro.
Así emerge el rostro del traidor. En su pregunta hipócrita Judas aparece definitivamente como un discípulo perdido. Sus palabras revelan su voluntad irretractable de hacer eliminar a Jesús y destruir así el sentido profundo de su propia vida. La respuesta final de Jesús (ver 26,25b) no es una condenaci hará sino confirmar lo que proviene de su libre decisión.
Gracias P. Oñoro por aportar en el conocimiento y estudio de la Sagrada escritura . No encuentro en la página la primera parte de estudio de la pasión según San Mateo y lo estoy estudiando con la comunidad
Padre Fidel, que tesoro tan grande, esta explicacion de la Pasion de Jesus, segun Mateo, Dios lo bendiga siempre.
Excelentes análisis de la Pasión de nuestro Señor. Para estos tiempos tan difíciles, tenemos que entender esas preguntas a titulo personal; y buscar nuestras respuestas desde el fondo de nuestro corazón. Mil gracias.