Jn 5,1-16: ¿Quieres quedar sano?

Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

Jn 5,1-16: ¿Quieres quedar sano?

El relato comienza con una ironía: pasar 38 años con la curación a sólo un paso y nunca lograrla.

Pues bien, ese es el dramático retrato inicial. Un hombre anónimo, cuya única seña de identidad es su parálisis, ha hecho de la llamada ‘Betzatá’ (o quizás ‘Betesda’), que significa ‘casa de misericordia’, un sitio donde aparece excluido de la posibilidad de sanación.

Ese espacio que quedaba al lado del Templo de Jerusalén y cuya alberca prestaba servicio para los rituales, albergaba además gente postrada, tipificada en tres categorías: ciegos, cojos y paralíticos (5,3).

El narrador comienza con una estampa de la condición real del ser humano al que Jesús quiere llegar: gente sin horizontes, sin esperanza, carente de libertad y de las condiciones para gestionar su propia vida.

Entre tantos enfermos, el narrador se enfoca en lo que Jesús hace con este caso realmente desesperado.

Veamos las etapas del relato. Estas coinciden con un proceso profundo de sanación personal y de descubrimiento de la persona Jesús.

1. La iniciativa de Jesús y su pregunta

El relato se sale del esquema habitual de las sanación es en el evangelio. Este es el único caso en el que Jesús va a buscar al enfermo. Normalmente se los traen, ellos buscan o le imploran en el camino. Aquí la iniciativa es ciento por ciento de Jesús.

Jesús aborda al paralítico con una pregunta respetuosa y provocante: ‘¿Quieres curarte?’ (5,6).

Extraña pregunta, porque es como preguntarle a un hambriento si quiere comer. Con todo, no es una pregunta retórica. Ocurre con frecuencia que el dolor, la soledad, el abandono, llevan a la persona a una especie de letargo en el que se acomoda y del que es difícil salir.

Son tantas las cosas que bloquean e impiden caminar con libertad. Hay condicionamientos externos, pero también internos: ansiedades, preocupaciones, inquietudes… Peor aún el habituarse y llegar a pensar que se es un caso perdido.

La enfermedad puede convertirse incluso en pretexto para no asumir responsabilidad. Se presta para excusas de todo tipo y hasta para culpar a los demás.

Como hace notar el narrador, este hombre paralítico ya se había creado una explicación, repetía la narrativa de su desgracia y vivía de ella (5,7).

La pretensión de ser ayudado puede resultar más fuerte que la voluntad de sanar. A veces se prefiere un dolor seguro que una hipotética alegría.

El narrador informa que aquel paralítico ‘llevaba 38 años enfermo’ (5,5). Tanto tiempo indica la gravedad. Es retratado como un enfermo resignado o al menos desanimado. Uno que es consciente de su impotencia, que no ni pide ni invoca, sólo se excusa a sí mismo: ‘Otro llega primero que yo’ (5,7).

Así cada, día, viendo pasar adelante a otros más afortunados que él. Sin duda nunca lo iba a lograr porque, precisamente… era un paralítico.

Y así llega a la declaración más fuerte, con la que toca fondo:
‘No tengo a nadie’.

Es una persona sumida en su soledad, sin personas de referencia que piensen en él y le tiendan la mano.

Jesús será esa mano. Con la pregunta ‘¿Quieres curarte?’ le hizo abrir el corazón y lo llevó a declarar su incapacidad total. Era apenas el primer paso, pero muy importante.

Por fin alguien que sacude al necesitado para que deje de lado su apatía. Alguien que le empuja para que salga de su propio victimismo.

La pregunta, entonces, lo que quería decir era: ‘¿De verdad quieres cambiar?’

No es fácil querer tener ganas de cambiar, de modificar hábitos, maneras de pensar, actitudes, relaciones que no me ayudan. Peor cuando se vive el conflicto entre el querer y el no poder.

¿Cuántos años llevo yo detenido al borde de una piscina, donde sé que está mi solución, esperando que pase algo -no sé qué- para dar el paso?

Mejor dicho, sé dónde está la solución a mi dificultad, no necesito que me la digan, pero ¿por qué soy incapaz de dar el paso decisivo?

El primer regalo que Jesús me hace es el de despertar lo mejor que hay en mí y reavivar el sueño más bello de mi vida, para que no sea preso de mi pasado.

2. La intervención sanadora de Jesús

Justo cuando el paralítico declara que tiene a nadie con quien contar, Jesús entra en acción.

Atención con los verbos que describen la intervención de Jesús (5,8-9). Se trata de tres imperativos que cambian la situación, haciendo pasar al paralítico de la inmovilidad al movimiento, de la dependencia a la autonomía.

Uno, ‘¡Levántate!’ (en griego ‘égeire’): abandona todo lo que te tiene postrado, da un salto.

Dos, ‘¡Toma tu camilla!’ (en griego, ‘áron’, echar a las espaldas): asume, toma tú el control de lo que te sometía.

Este segundo verbo tiene otra implicación. Por el hecho de cargar una camilla un día sábado se cometía una infracción. Por tanto también implica: ¡Quiebra una ley de muerte que condena y un rito que es regla vacía! (ver el v.10).

Tres, ‘¡Camina!’ (en griego, ‘peripatei’): da pasos hacia adelante, tu ruta está en el camino de la vida, no en esta piscina.

Y entonces ocurre una maravilla. Estos verbos de Jesús se conjugan en la vida al pie de la letra. El hombre empieza a caminar.

Cuando das el primer paso es como cuando el viento infla las velas de tu barca y te lleva lejos.

Escribía una vez la pequeña gran Etty Hillesum que ‘Cuando uno comienza a caminar con Dios, la vida se convierte en un único y largo paseo’.

3. El conflicto que amenaza a Jesús

Pero este relato no tiene final feliz. La obra (o ‘signo’) de Jesús resulta en una ácida controversia promovida por sus adversarios.

La cuestión de fondo que se discute es la identidad de Jesús: ‘¿Quién es el hombre que te dijo eso?’ (5,12).

Veamos los cuatro pasos que elevan la tensión contra Jesús:

Uno, una acusación ‘No está permitido’ (5,10-13).

Los judíos hacen notar que hubo una violación de la ley del sábado, no se fijan en la curación del hombre, sino en el hecho de que Jesús infringió la ley.

Valga recordar que toda una normativa regulaba la práctica del sábado y que está provenía de la Escritura (Ex 16,23; 34,21; 35,3; Nm 15,32-36…). El mundo rabínico, tan dado a la casuística legal, llegó a codificarla en 39 tipos de prohibiciones. Uno de los requerimientos era el de no transportar objetos de un lado para otro (ver Mishná, Shabbat 7,2).

El punto es que en este relato los enemigos de Jesús se fijan más en la camilla al hombro del paralítico sanado, que en el hecho de que esta persona camine con autonomía.

Para los críticos de Jesús resulta más importante la fidelidad a la norma que el dejarse interpelar por lo nuevo que el Espíritu está suscitando.

Dos, una indagatoria ‘¿Quién es el hombre…?’ (5,14).

Jesús vuelve a buscar al paralítico -ya sanado- por segunda vez. Este no conocía la identidad de Jesús y cuando la descubrió lo que hace hizo fue delatarlo ante los judíos. Finalmente, se limitó a continuar su camino sin intentar seguir a Jesús.

Tres, el envío por parte de Jesus.

Con todo y esto, en el segundo encuentro con el paralítico ya sanado, Jesús le invita a asumir responsabilidad: ‘No peques más’ (5,14).

El ser curado debería ser un estímulo para ver en Jesús al enviado del Padre y creer en él para obtener la vida eterna y no sólo la curación física. Esta es la novedad.

‘…No sea que te suceda algo peor’, agrega.

Lo peor que le puede ocurrir -le avisa Jesús- no será tanto otra enfermedad, cuanto perder la vida eterna.

Más que una relación de causa-efecto entre pecado y enfermedad, la frase de Jesús parece querer decir: ‘Has entrado en una nueva etapa de vida, encontraste el camino de la vida eterna, ¡no la pierdas!’. ¡Esa es la vida plena!

Cuatro, ‘Comenzaron a perseguirlo’ (5,16). A partir de aquí, y hasta el relato de la pasión, Jesús será perseguido.

El verbo ‘perseguir’ (en griego ‘diokō’) no sólo se refiere a la acción persecutoria, sino la norma violada en que se apoya la imputación: ‘Porque se hacía estas cosas en sábado’ (y enseguida se dirá: ‘Porque se hace a sí mismo igual a Dios’, 5,18).

En fin…

Dos veces se acentúa la iniciativa de Jesús con el enfermo: cuando lo encuentra postrado y cuando lo busca de nuevo, ya sano. En ambas ocasiones lo interpela a fondo.

Entre tanto emerge un retrato muy significativo de Jesús que lo asocia repetitivamente, seis veces en este pasaje, con el término ‘salud’ (en griego ‘hygiē’):
– ‘¿Quieres recobrar la salud?’ (5,6)
– ’Al instante recobró la salud’ (5,9)
– ’Los judíos dijeron al que había recobrado la salud’ (5,10)
– ’El que me ha devuelto la salud me ha dicho…’ (5,11)
– ’El sanado no sabía quien era (Jesús)’ (5,14)
– ‘Mira que has sido sanado’ (5,15).

Pues sí, su nombre y su misión caben en un mismo título: salvador-sanador, el que da vida. ¡Precioso retrato narrativo de Jesús!

El término se vuelve un título que revela la identidad de Jesús (un título cristológico): Jesús es aquel que sana todo tipo de enfermedades y el que es sanado se convierte, aún sin saberlo, en su testigo.

Pero esto último no es posible si no se responde sinceramente y con determinación a la pregunta ‘¿Quieres ser sanado? ¿estás dispuesto a cambiar de vida, a alterar lo que has sido hasta hoy?’.

No es posible tampoco si no se asume responsabilidad y se prefiere la continua conmiseración.

Querer ser sanado es un acto comprometedor, que obliga a la conversión.

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