Lc 6,36-38 l Una escuela del perdón

Lectio Twitter ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm

Lc 6,36-38: Una escuela del perdón

Tenemos hoy una escuela del perdón que se entiende como un hacer nuevas todas las cosas.

Precisamente, uno de los aprendizajes más difíciles y exigentes para un discípulo de Jesús es el del perdón como ejercicio de la misericordia.

La enseñanza de Jesús tiene como punto de partida la exhortación: ‘Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso’ (6,36). ¿Y cómo serlo? Enseguida dicta cuatro imperativos que trazan la ruta, dos en negativo y dos en negativo:
– No juzguen
– No condenen
– Perdonen
– Den.

1. El punto de partida: ser misericordiosos como el Padre

El Padre Dios es el paradigma. Lo es para Jesús y también para sus seguidores.

La frase es una reformulación de Lv 19,2: ‘Sean santos, porque yo, Yahvé, su Dios, soy santo’. En Mt 5,48 el término ‘santo’ se sustituye por ‘perfecto’, y en Lc 6,36 por ‘misericordioso’. Lucas es más claro que Mateo porque explica que la perfección de Dios consiste en su amor misericordioso (‘oiktírmōn’, en griego).

Que la misericordia refleja la identidad del Dios revelado, su ‘nombre’, lo confirma la maravillosa escena de Moisés en la montaña (Ex 34,6). El Antiguo Testamento lo seguirá recordando, por ejemplo en Dt 4,31; Joel 2,13; Jonás 4,2.

Pues bien, según el contexto de la frase, ser imitadores del Padre es ser hijos suyos (v.35). Un hijo se parece a su padre, lo refleja.

2. ¿Cómo se traduce la misericordia del Padre en la vida del discípulo?

Con los cuatro verbos clave pronunciadas como imperativos en cuatro frases bien coordinadas. Primero, se trata de algo que hay que evitar hacer; y segundo, de algo que hay que promover.

Cada una de las frases tiene una segunda parte que deja entender que Dios se comporta con nosotros como nosotros lo hacemos con nuestros hermanos: ’no serán juzgados, condenados por Dios; les será perdonado, dado por Dios’.

Jesús une íntima y definitivamente la actitud hacia Dios y hacia los hermanos. No podemos rendirle honores a Dios e insultar al hermano que está al lado.

Los dos primeros imperativos, ‘no juzguen… no condenen’, invitan a no cerrar el corazón ante el hermano que falla y que muestra arrepentimiento. Se trata de evitar los juicios superficiales y permitirse ver también el lado positivo de las personas.

No se trata de no ver la parte oscura, sino de no identificar a las personas con sus defectos y dejar abierta la puerta para que tenga una oportunidad. Por eso ‘no condenar’, que es no pronunciar sentencia definitiva.

Los otros dos verbos son proactivos, se trata de lo que hay que hacer y promover siempre: ‘perdonen y den’. Así como los dos anteriores, estos imperativos van conectados. Se trata de emprender un camino de sanación dándole al hermano y a la situación todo lo que requiere para su superación.

Esto último requiere una aclaración. Detengámonos en este punto.

3. ¿Qué significa perdonar?

Ser perdonados en el lenguaje bíblico no es equivalente a la absolución que se pronuncia en un tribunal en el campo civil cuando se declara la inocencia o la culpabilidad de un acusado.

La Biblia no se queda en la declaración. De hecho, presupone que la persona ha admitido su culpa y está arrepentida. El pecado es el que es perdonado.

¿Y ahí qué se hace? Se va hasta el fondo del mal que lo produjo, hasta la remisión de ese mal concreto, llevado a cabo consciente y deliberadamente.

Somos absueltos no porque no seamos culpables, sino precisamente porque lo somos.

Esto requiere aclaraciones. Puede llegar a ocurrir, cuando hablamos del perdón, que confundamos las cosas y caigamos en algunos equívocos que enredan las cosas más que resolverlas. Permítanme recordar al menos algunos de ellos.

Uno, perdonar no significa olvidar

El olvido no da una base sólida para el perdón. Las relaciones que se fundan sobre las amnesias para poder continuar resultan inauténticas y a la postre un fracaso.

Sólo cuando uno acepta totalmente al otro en la totalidad de su vida, es cuando puede decir que ama de verdad a esa persona.

De otra manera, aunque la relación continúe, tarde o temprano lo no sanado terminará por reaparacer y reventar.

Dos, perdonar no significa dejar pasar, no es hacer de cuenta que no ha pasado nada

Perdonar no es ‘dejar pasar’, sino ‘hacer pasar’. Me explico, significa dar un paso hacia adelante en la relación, afrontando con serenidad y lucidez lo que se ha hecho mal.

No sopesar los daños hechos y recibidos equivale a abandonar al otro a su propio destino marcado por el mal.

Sin duda siempre será más fácil intentar salir de una situación de mal y de sufrimiento, ignorándola; en algunos casos lo más prudente será tomar distancia de una persona que no tiene interés en dar señales de cambio.

Pero, ¡atención!, hay un silencio que es señal de incapacidad de atención y de acompañamiento solidario.

Tres, perdonar no es lo mismo que excusar

Un equívoco frecuente es confundir perdón con excusa. En el mismo lenguaje cotidiano se nota: decimos ‘perdone’ cuando debíamos decir ‘excuse’, o ‘excúsame’ cuando debíamos decir claramente ‘perdóname’.

Excusar es admitir que el otro actuó sin culpa. Ciertamente es necesario y útil individuar las razones profundas del mal comportamiento del otro para percatarse de las circunstancias, los condicionamientos y las atenuantes.

Pero, atención, quien no es culpable de las propias acciones o quien ha sido engañado o quien ha sido obligado a actuar de forma equivocada sin uso de su libertad, no tiene necesidad de perdón, sino de comprensión, de ayuda, y esto ya es una liberación.

El perdón aplica para quien de forma consciente y real ha hecho acciones equivocadas y dañinas. Una persona que es consciente de ello, está arrepentida y quiere superar la situación creada.

Cuatro, perdonar tampoco consiste únicamente en aceptar las excusas de los otros y su arrepentimiento

Volver a abrazar al hermano arrepentido ya es un paso enorme, pero el perdón no se queda ahí. Si se limita a eso, llegaremos siempre en retardo y nuestro perdón no será expresión de la misericordia de Dios.

Entones, ¿cuándo hay perdón verdadero?

El perdón del que habla Jesús en el evangelio es:

Uno, el perdón es un acto gratuito y desinteresado

No se hace para tranquilizar conciencia o para evitar la venganza, sino como expresión de misericordia, es decir, de la firme determinación de hacer el bien a quien se encuentra mal. Es una forma de tender la mano.

Si uno corre donde un amigo para socorrerlo cuando está mal, eso mismo lo hace uno ahora con los enemigos, porque de hecho están mal. Es amar y acoger a quien no se lo merece. Un perdón así es un amor que va más allá de la justicia.

Dos, perdonar es hacer visible la misericordia de Dios

El motivo más importante del perdón evangélico es de carácter teológico, es decir, tiene que ver con una experiencia del Dios revelado.

Para que sea humana y para que llegue a todas las personas, la misericordia de Dios debe traducirse en misericordia del hombre.

Es sólo perdonando sin reservas y amando gratuitamente como uno puede hacer visible, tangible y eficaz el amor de Dios Padre para todas las personas.

La medida de nuestro perdón, por eso, no es nuestro amor sino el del Dios Padre de corazón grande, capaz de ver y de acoger por encima de las agresiones recibidas, quien no quiere perder a ninguno a de sus hijitos.

Tres, perdonar es recordar el mal a la luz de todo lo que llevó a cabo Jesús de Nazaret

No basta, dijimos, con olvidar para perdonar de verdad. Pero tampoco se trata de hacerse daño dándole vueltas una y otra vez al recuerdo de un dolor. Se trata de superarlo, de sanarlo. Precisamente lo que hizo Jesús.

Se trata de insertar los eventos dolorosos en la memoria del amor misericordioso que el Padre Dios expresó en el perdón de Jesús.

El mal que nos hizo daño se convierte en la base para un amor inédito, para llevar a cabo con esa persona gestos positivos que nunca pensábamos que íbamos a hacer.

Cuatro, perdonar es cargar juntos los errores y el mal hasta que sean eliminados, hasta que desaparezcan

Ocurre que perdonamos cuando el otro agacha la cabeza, pero lo dejamos ahí, nos cuesta demasiado el siguiente paso, cargar el mal del otro.

¿Qué debería seguir?

El camino entonces es el de aprender a convivir serenamente con el pecado del otro, compartiendo sus esperanzas, la vida nueva a la que anhela, y también sus tropiezos y desilusiones.

Y esto requiere repetitividad del acto del perdón: ‘setenta veces siete’ dice Jesús en Mt 28,22, ‘siete veces al día’ dice en Lc 17,4.

Cinco, perdonar es ofrecer energía vital para la renovación de la persona

El crecimiento de la persona, lo sabemos, se lleva a cabo a través de una intensa red de relaciones. Una persona crece cuando se vuelve a confiar en ella y se le da un cnahce con la conciencia de que una persona no equivale a su error.

Es aquí donde el tercer imperativo, ‘perdonen’, se junta con el cuarto, que es ‘dar’.

El perdón es el ejercicio de un amor concreto que ‘da’. Jesús describe este don con la imagen comercial de la ‘medida buena, apretada, remecida, rebosante’ (6,38).

Es como un vendedor que en el mercado que llena una medida de grano, la sacude, la comprime y le añade más grano si queda espacio, pero tiene cuidado de que no se desborde en la túnica (que también servía de bolsa) del cliente.

Sólo el amor desbordante que se hace don hace completo puede sanar las relaciones heridas.

En fin…

Jesús nos da cuatro imperativos fuertes: no juzguen,
no condenen,
perdonen
y den.

Todo esto podemos hacerlo aunque parezca imposible.

Jesús no nos lo dice con el tono de ‘Ustedes tienen que hacer esto’, sino de una forma más bella: ‘Ustedes pueden hacerlo. Porque no se ama por decreto, yo les daré la capacidad, si ustedes quieren, si me lo piden’.

El perdón es lo más hermoso que hay porque es ver más allá, un abrir las puertas a las nuevas posibilidades.

Se trata de la transmisión de Dios al hombre de una fuerza divina parecida la que la luz del sol le da a a la vida.

Se trata de aprender y traducir cada día las acciones que distinguen al Dios Padre revelado en la misión de Jesús, un Dios que ama primero, que ama a pérdida, que ama sin esperar la contraparte.

Esto es lo que un discípulo lleva consigo: Yo puedo y podré siempre amar como Dios, amar como el Padre misericordioso. Y siento que amando me realizo a mí mismo, siento que dar a los otros no me quita nada, que en el don hay un gran provecho, que hace mi vida plena, rica, bella, feliz. Dios regala amor a quien produce amor.

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1 comentario
  1. Elizabeth Bellido

    Gracias, padre Onoro, estás reflexiones tan claras, van haciendo el camino perfecto para vivir la cuaresma y el culmen de esta el TRIDIO PASCUAL.
    Gracias . Bendiciones.

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