La vida de Santa Juana Jugan (1792–1879), fundadora de las Hermanitas de los Pobres, es un faro luminoso para nuestro tiempo. Nacida en plena Revolución Francesa, en un contexto de violencia, pobreza y hostilidad hacia la fe, supo descubrir que la verdadera libertad y grandeza consisten en pertenecer solo a Dios y servir a los más necesitados.
Desde joven sintió en lo profundo de su corazón una llamada clara: «Dios me quiere para Él, me guarda para una obra que aún no está fundada». Rechazó propuestas de matrimonio y comodidades para entregar su vida entera a los pobres, convencida de que en ellos se encuentra el mismo rostro de Cristo. En 1839 acogió a una anciana ciega y enferma en su propia cama, gesto humilde que se convirtió en la semilla de una gran obra: la familia espiritual de las Hermanitas de los Pobres, extendida hoy por más de 30 países.
Juana supo unir la contemplación y la acción: pasaba largas horas en oración ante el Santísimo y al mismo tiempo caminaba incansable por calles y campos, pidiendo limosna con un cesto en la mano, soportando humillaciones y desprecios, pero siempre con una sonrisa y palabras de fe. Ella misma decía: «Es tan hermoso ser pobre, no poseer nada, esperarlo todo de Dios». Su confianza en la Providencia era absoluta y su humildad desarmaba a quienes la encontraban.
Su vida nos interpela hoy. En una sociedad marcada por el individualismo, el consumismo y la indiferencia, Santa Juana Jugan nos recuerda que la verdadera felicidad está en hacernos pequeños y humildes, vivir con sencillez, confiar en Dios y servir con amor a los más vulnerables. Su mensaje es profundamente actual: los ancianos, los descartados, los olvidados siguen siendo Cristo que nos mira y nos pide ternura.
Aun cuando fue relegada injustamente dentro de su propia obra y vivió los últimos 27 años en silencio y anonimato, supo aceptar con paz esta cruz, convirtiéndose en un modelo de humildad heroica. Murió en 1879 diciendo: «Padre eterno, abrid vuestras puertas a la más miserable de vuestras hijas». Fue canonizada en 2009 por Benedicto XVI.
Hoy, evocando su vida, descubrimos que su ejemplo no es historia pasada, sino un llamado urgente a vivir las bienaventuranzas: ser pobres de espíritu, mansos, misericordiosos, constructores de paz. Santa Juana Jugan nos enseña que «los pobres son nuestro Señor» y que servirlos con amor es servir directamente a Cristo.
Su mensaje sigue siendo fresco e inmutable: confiar en la Providencia, ser sencillos, vivir en oración y entregarnos a los demás. En un mundo que corre tras lo efímero, ella nos recuerda que lo eterno se encuentra en dar la vida por amor.