“Tú guardarás en perfecta paz a quien siempre piensa en ti y pone en ti su confianza.” – Isaías 26:3 (BDH)
El alma dispersa no encuentra descanso
Vivimos rodeados de distracciones: noticias, redes, preocupaciones, tareas, ruido. Todo compite por nuestra atención. Cuando el corazón está dividido entre mil cosas, nos sentimos agotados, impacientes, reactivos, vacíos.
La concentración interior es aprender a unificar el corazón, a recogerlo de nuevo en Dios. Es dejar de vivir saltando de pensamiento en pensamiento, para volver al centro donde habita la paz.
“Dame entendimiento para seguir tus enseñanzas; quiero dedicarme a ellas con todo el corazón.” – Salmo 119:34 (BDH)
La presencia que ordena
Estar centrados no significa pensar solo en cosas religiosas, sino vivir con el corazón anclado en lo esencial: la presencia de Dios en nosotros. Cuando Él es nuestro centro, todo lo demás se ordena: las emociones se aquietan, las decisiones se aclaran, la paz se vuelve más estable.
“Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra.” – Colosenses 3:2 (BDH)
Un corazón disperso fácilmente se deja llevar por la ansiedad, el miedo o la superficialidad. Pero un corazón centrado permanece firme, incluso en medio de la tormenta.
Orar con todo el ser
La oración verdadera no es solo decir palabras, sino entrar con todo el ser en comunión con Dios. Concentrarse no es forzar, sino reposar el alma, volver al silencio, a lo simple, a lo verdadero.
“Cuando ustedes oren, no usen muchas palabras. Dios, su Padre, ya sabe lo que necesitan.” – Mateo 6:7–8 (BDH)
En el recogimiento del corazón, Dios habla más claro. No con ruido, sino con presencia. No con ideas, sino con luz interior.
Práctica espiritual: volver al centro
Esta semana, te propongo una práctica de silencio:
- Una vez al día, busca un momento de 2 o 3 minutos de silencio interior.
Siéntate en calma, cierra los ojos y repite en tu interior una frase breve como: “Señor, tú eres mi paz.”
O simplemente:
“Aquí estoy, contigo.”
No te preocupes si vienen distracciones. No luches contra ellas. Solo vuelve con suavidad al centro, cada vez que te alejes. Así se fortalece el corazón.
Con el tiempo, descubrirás que el silencio no es vacío, sino presencia. Y que un corazón centrado es un corazón libre.
Para meditar y orar
Señor,
mi mente corre de un lado a otro,
y muchas veces me pierdo en lo que no importa.
Llévame de vuelta al centro,
al lugar donde tú hablas con ternura.
Que mi corazón esté contigo,
sereno, firme y en paz.
Amén.
John Angulo