Cuando se habla de los santos Simón y Judas Tadeo, se entra en una dimensión íntima del Evangelio, donde Jesús-Dios se muestra también como Jesús-hombre, cercano a sus familiares y amigos. Estos dos apóstoles, aunque menos conocidos, fueron de los más próximos al Maestro, pues según la tradición eran primos suyos. De Judas Tadeo se sabe con cierta certeza que era hijo de Alfeo, hermano de San José, y de María de Cleofás, prima de la Virgen María. En cuanto a Simón, los datos son menos claros, aunque muchos lo identifican como hermano de Santiago el Menor y, por tanto, también pariente de Jesús.
El Evangelio menciona a Simón como uno de los Doce Apóstoles, al que se le da el sobrenombre de “el Cananeo” o “el Zelote”, términos que significan “celoso”. No se trataba de un revolucionario político, sino de un hombre ardiente en su fe, celoso por la Ley y las tradiciones de su pueblo, celo que Cristo transformó en amor apasionado por el Reino de Dios. Después de Pentecostés, Simón llevó el Evangelio con fuerza y perseverancia. Algunas tradiciones lo sitúan predicando en Egipto, Persia y Mesopotamia, junto a su compañero Judas Tadeo. Ambos anunciaron a Cristo en medio de pueblos paganos, enfrentaron persecuciones y finalmente dieron su vida por el Evangelio. Según la tradición, Simón fue martirizado, aserrado por la mitad por negarse a adorar a los ídolos, testimoniando hasta el final su fidelidad a Dios.
El nombre de Judas Tadeo proviene del hebreo y significa “alabanzas sean dadas a Dios”, mientras que “Tadeo” quiere decir “valiente para proclamar su fe”. Fue el apóstol que preguntó a Jesús durante la Última Cena: “Señor, ¿por qué te manifiestas a nosotros y no al mundo?”. En su corazón ardía el deseo de que todos conocieran a Cristo. El Señor le respondió: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Esa respuesta encierra el camino del verdadero discípulo: no se trata de una manifestación de poder, sino de la presencia viva de Dios en quien ama con fidelidad.
Después de la resurrección del Señor, Judas Tadeo predicó en Galilea, Samaria, Siria, Armenia y Persia, donde se reencontró con Simón. Su predicación llevó a la conversión de multitudes. Pero también enfrentó la persecución y el martirio. Se cuenta que, cuando se le ordenó rendir culto a dioses paganos, proclamó con valentía que solo Cristo era el verdadero Dios, y los ídolos se derrumbaron ante su palabra. Por este testimonio fue decapitado con un hacha, símbolo con el que suele representársele.
Judas Tadeo escribió una de las cartas del Nuevo Testamento, en la que exhorta a los cristianos a conservar la pureza de la fe y a resistir las falsas enseñanzas. Dice en su carta que “los que tienen fe pero no hacen buenas obras son como nubes sin agua y árboles sin fruto”, llamando a una vida coherente y firme. Por eso es considerado un apóstol de la esperanza y de la fidelidad.
Hoy, San Judas Tadeo es uno de los santos más amados del mundo, especialmente invocado en causas difíciles. A él recurren muchos fieles en momentos de angustia, desempleo o necesidad. Santa Brígida contó que el mismo Señor le recomendó pedir favores por medio de San Judas Tadeo, cuya intercesión alcanza grandes gracias. No se trata de superstición, sino de confianza viva en la ayuda divina que llega por medio de los amigos de Dios.
Simón y Judas Tadeo siempre fueron compañeros en la misión y en la gloria. Predicaron juntos, sufrieron juntos y juntos alcanzaron la corona del martirio. Por eso la Iglesia los celebra el 28 de octubre, como signo de fraternidad y comunión apostólica. Ambos fueron testigos de los milagros de Jesús, de su muerte y resurrección, recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés y llevaron la luz del Evangelio hasta los confines de la tierra. Sus reliquias se veneran en la Basílica de San Pedro en Roma, como testimonio del amor con que sirvieron a Cristo.
Simón y Judas Tadeo nos enseñan que la verdadera cercanía con el Señor no depende de la fama ni del reconocimiento, sino de la fidelidad silenciosa y el celo ardiente por el Evangelio. Ellos caminaron sin buscar honores, amaron hasta el extremo y fueron testigos valientes del amor de Cristo. Que por su intercesión el Señor nos conceda una fe fuerte, un amor constante y la valentía de proclamarlo con nuestras palabras y nuestra vida.



