Este don de Dios llamado Espíritu Santo viene para tocar toda nuestra vida y renovarnos desde dentro.
Esta efusión del Espíritu Santo es una donación de Dios que recrea al hombre en todo su ser, lo santifica, lo hace nuevo. La Carta a los Romanos nos enseña: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5).
Llega ahora la fiesta donde la Iglesia inicia sus actividades como institución para evangelizar.
Pentecostés no es solamente la fiesta del Espíritu Santo, sino también de la renovación del ser humano en su poder.
Exactamente siete días después de la muerte, resurrección y subida al cielo de Jesús, se encontraban reunidos los doce con la Madre Santísima María, “[…] De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, […] Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.” (Hechos 2: 1-4).
Así pues, es el momento donde se ve lo logrado por Jesús, la renovación de la humanidad, se sigue convirtiendo el caos del pecado en la luz de la gracia, y así hacer cumplir lo que prometió a Abraham, bendecir a toda su descendencia.
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