Desde el libro del Génesis, en el capítulo 2, se nos cuenta que Dios le dio al hombre la libertad de escoger. Esto quiere decir que el ser humano tiene plena libertad para seleccionar el camino por el cual querrá caminar, optar por una cosa u otra, o finalmente hacer el bien o el mal.
El pecado:
El Catecismo de la Iglesia Católica define el pecado como una falta contra la razón, la verdad y la conciencia; faltando al amor hacia Dios y hacia el prójimo. Partiendo de los apegos personales. Con la definición que la Iglesia nos brinda, logramos comprender que muchos actos que cometemos en el día a día son pecado. Sin embargo, no debemos caer en una postura que sataniza todo acto. Es importante tener en cuenta que hoy en día lo que para unos puede ser bueno, para otros no lo es. No se debe caer en subjetivismos al hablar del pecado; con la luz que nos brinda el magisterio, resulta más fácil discernir cada uno de nuestros actos.
Las consecuencias del pecado:
El pecado afecta de manera directa a la persona, ya que le afecta en su dignidad y en la integridad de su ser. Inclusive, aunque este afecta primeramente a un individuo, también se encarga de romper su relación con el entorno inmediato.
– Rompe la relación con Dios: Esta se comprende como la raíz de los males del ser humano, ya que lo aleja totalmente de su amor.
– Rompe la relación consigo mismo: El pecado contribuye a que el ser humano pierda la plenitud de su dignidad, ya que la desfigura y no solo se limita a su ámbito espiritual, sino también al psicológico e incluso al físico.
– Rompe la relación con los demás: al haber sido desfigurada la dignidad del hombre, el pecado lo lleva a que se aísle y se aleje de su núcleo. Buscando colocar sus intereses y su realidad como persona por encima de los demás.
Siempre hay una gran oportunidad para mejorar:
Aunque muchas veces nos hemos caído, Dios no nos deja solos. Él está en todo momento en nuestra vida buscando la manera de encontrarnos, de recordarnos que nos ama y que solo debemos dar pasos hacia él.