Lectio ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro cjm
Mt 6,1-18: No como los farsantes, sino desde la verdad del corazón
Vamos ahora a dar algunos puntos para leer, meditar y orar el evangelio que da el punto de partida al ejercicio de la Cuaresma.
1. Las tres columnas de la espiritualidad
Tres columnas estructuraban, y aún estructuran, la vida religiosa del pueblo hebreo: la limosna, la oración y el ayuno. Jesús las apropia en el Sermón de la Montaña, pero le da un nuevo sentido y pide una manera diferente de practicarlas.
Todo judío practicante las ejercitaba con convicción. Siempre como acciones marcadas de bondad, como una expresión externa de una convicción interna. Y es sobre esta relación necesaria entre lo externo y lo interno que Jesús hace un correctivo.
…‘No como los farsantes’…
Lamentablemente es verdad que en cualquier comportamiento religioso todo puede corromperse. Los seres humanos sabemos pervertir las acciones buenas en acciones motivadas por otras intenciones no tan limpias. Empezamos bien y terminamos mal. Comenzamos con buenos propósitos, pero resultamos al final haciendo daño.
Es significativo que Jesús no acuse con nombres propios a los que hacen esas cosas. No menciona a nadie en particular, sino de forma genérica. Le habla directo a todos los que practican los mandamientos de Dios con una intención y con un estilo que no coincide para nada con el querer de Dios.
Y aunque Jesús hace referencia a los piadosos ‘hipócritas’ que conocía en su contexto, no es a ellos a quienes se lo dice, sino a sus seguidores.
2. Lo que hay que evitar
Jesús se refiere a cosas que pueden ocurrir en cualquier religión o espiritualidad y, ciertamente, los cristianos no somos la excepción.
Uno puede caer en la tentación de hacer las cosas correctamente según la ley de Dios, pero con otra intención de fondo: que nuestros buenos esfuerzos reciban el aplauso de la gente que nos ve y nos califica.
Podríamos caer en la tentación de buscar que nos reconozcan como personas ejemplares y buenas en la sociedad, e incluso, como fieles devotos de la Iglesia a la que vamos cada semana.
De ser así nos preocuparía más la mirada y la opinión que los otros tengan sobre nosotros, que la aprobación de Dios. Como ocurre con las redes sociales, donde cuenta el número de seguidores y los ‘like’ que le pongan a nuestras fotos, mensajes o comentarios. ¿Y qué decir de las autofotos que ponemos en nuestro perfil de WhatsApp?
Terminaríamos entonces haciendo una escena religiosa, algo parecido al teatro, y mereceríamos el duro calificativo de ‘farsantes’, que Jesús repite tres veces en esta enseñanza. Peor aún, no seríamos dignos de ser mirados y recompensados por Dios.
¡Ay de quien se cree modelo para los demás! No sólo es falta de humildad, sino un impedimento para que el Señor obre en nosotros. Él es como un médico de nuestras vidas, pero él no puede hacer su obra si no aceptamos que estamos enfermos.
La verdad de nuestras acciones aparecerá solamente en el juicio, cuando Dios saque a la luz no sólo lo que hayamos hecho en esta vida, sino también los pensamientos de nuestros corazones.
3. Qué actitudes les pide Jesús a sus discípulos
Veamos las tres columnas.
Uno, la practica de la limosna
Practicar la limosna, o sea, compartir los bienes con sentimientos de misericordia y compasión por los necesitados, era un acto justicia según los sabios de Israel (Ecclo 3,32), vale tanto como los sacrificios que se ofrecen a Dios en el templo (Ecclo 35,5). Porque cerrar el corazón a quien pasa necesidad o sufre, es como cerrarle a Dios el corazón.
Dar limosna, decían los sabios, significa obtener de Dios la remisión de los pecados (Ecclo 3,33; Tobías 12,9).
Jesús confirma esta manera de proceder que viene del pueblo judíos. Sin embargo, nos avisa que hay que tener cuidado con cualquier ostentación. No hay ninguna razón para mostrarse en público cada vez que se hace el bien.
Ocurriría que más que fe en Dios, estaríamos haciendo un monumento a nuestro ego.
En cambio, hacer las cosas discretamente y sin cálculos de retribución, será agradable a los ojos de Dios. Será más visto por quien realmente importa: Dios.
Dos, la práctica de la oración
Jesús pide la misma actitud para la oración. Se refiere en primer lugar a la oración pública del pueblo de Dios, la asamblea litúrgica. Esta también se presta para el exhibicionismo.
Ganar buenos comentarios por su manera de orar, no es el estilo propio de un discípulo de Jesús.
Jesús pide una oración sencilla, sobria, convencida, seria.
No oraciones interminables o verbosas, casi como si Dios necesitara de ser adulado. Los paganos decían ‘fatigare Deo’ (en latín, ‘cansar a Dios’), o sea, insistirle hasta que ceda.
No es así con el Dios de Jesús. Él no necesita de nuestra retórica, no le importa si hablamos bonito. Él es un Padre que se emociona cuando su hijito dice sus primeras palabras, así las diga mal.
Es esa fe la que purifica y orienta constantemente nuestra oración, no la belleza del discurso.
‘No en las esquinas ni con gestos vistosos…’
No hay necesidad de ostentar la devoción en público. Por ejemplo, arrodillándose cuando los otros están de pie, o poniéndose de pie cuando los otros están sentados, Ni tampoco ponerse a orar en lugares públicos a la vista de todos, ni con rosarios grandes o de piedras preciosas para que la gente lo note más. Si oro así, lo que estoy haciendo es una caricatura de la oración cristiana.
Jesús revisar la manera como ora, haciendo una evaluación de la oración comunitaria a partir de la oración personal, que es la más sincera. Dice: ‘Entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto’ (6,6). Sí, en la intimidad, cara a cara a con Dios.
Si Dios ve esto, ya es suficiente.
Tres, la práctica del ayuno
Lo mismo ocurre con el ayuno. Para el pueblo hebreo era una práctica esencial para la vida espiritual. Para los cristianos tiene sentido porque es una forma de imprimirle a todo nuestro ser, cuerpo y espíritu, lo que Jesús enseñó, que ‘no solo de pan vive el hombre’ (Dt 8,3; Mt 4,4).
El ayuno es útil para aprender a someter los impulsos, para dominar las pasiones, para ejercitarse en el decir ‘no’ a las tentaciones.
Pero si hacemos ayuno para ser admirados en nuestras virtudes, también el buen contenido de esta acción se corrompe.
En fin…
Estamos comenzando la cuaresma y los 40 días que tenemos delante nos piden la práctica de estas tres exigencias espirituales.
Para hacerlas bien se requiere vigilancia del corazón. Si, por ejemplo, hacemos ayuno, pero nos ponemos nerviosos, agresivos, no más serenos y joviales, mejor no hacerlo.
Todo lo que hagamos, sea la limosna u obras de caridad, sea una oración más intensa o el ayuno, nos va a ayudar a amar más y mejor. Es a eso a lo que le apuntamos. La caridad es la finalidad de todo, de toda ley y disciplina.
Tengámoslo presente en estos 40 días: no somos discípulos de un maestro espiritual que sólo transmite disciplinas y métodos para un perfeccionamiento moral o para lograr felicidad, sino de un Hijo de Dios nos renueva a fondo con la gracia que proviene de su entrega total por nosotros en una cruz.