Mc 9,14-29: La fe de un papá trae sanación a su hijo

En el evangelio de Marcos se hacen sentir historias de padres y madres atribulados cuya fe alcanza la salvación para sus hijos (Jairo, en 5,22-24.35-43; la sirofenicia, en 7,24-30). En escena entra ahora un papá cuyo hijo está poseído por un espíritu mudo.

El relato se desarrolla en tres escenas, que podemos distinguir con base en los cambios de personajes.

Primer momento (8,14-19). Aparece grupo amplio conformado por los discípulos, la multitud y los escribas. Se subraya la imposibilidad de los discípulos para liberar a un niño (‘paidíon’, en griego) poseído por un espíritu mudo.

Segundo momento (8,26-27). El grupo se restringe, se limita al espíritu mundo, el niño, su padre y Jesús.

Tercer momento (8,28-29) La escena se traslada a la casa, donde los discípulos vuelven sobre problema inicial, el de su incapacidad para lograr el exorcismo.

Veamos cómo se construye la experiencia de la fe, cómo se revela la identidad de Jesús y cómo se da la transformación del papá.

1. Cómo se abre el camino de la fe

El tema de la fe atraviesa el relato. Así lo podemos ver claramente en cada una de las tres escenas:

Primera escena

Al principio, Jesús tiene una reacción fuerte cuando constata la incapacidad de los discípulos para hacer eficaz el milagro, con la expresión “generación incrédula”.

La expresión nos recuerda dos pasajes que retratan esa misma incredulidad en el pueblo de Israel cuando iba en el camino de la pascua, del éxodo (en Nm 14,27; Dt 32,5). También se evoca en la vocación del profeta Isaías (6,10).

En Mc 8,11-12, ya había ocurrido una confrontación con los fariseos, en la que Jesús reaccionó con exasperación lamentándose por ‘esta generación’. Era evidente la falta de fe.

Esta vez a quien le falta fe es a los discípulos, al papá del niño enfermo y los que estaban allí presentes. Todos ellos son la ‘generación incrédula’. La falta de fe hace imposible el milagro.

Segunda escena

El tema de la fe vuelve a aparecer en el diálogo entre el papá del niño y Jesús (8,23-24).

Cuando el papá le pide ayuda, Jesús reacciona diciéndole que la eficacia del exorcismo no depende de poderes extraordinarios, sino de la fe. No depende sólo de Dios, sino de uno; la solución también está en nuestras manos.

Y es significativa la descripción que hace el narrador: el papá enseguida se siente interpelado y entiende que la fe no es un acto mágico o pasivo de adhesión a Dios, sino un don que hay que pedir, al mismo tiempo que se hace un acto de entrega personal: ‘Creo, ayuda a mi incredulidad’ (en griego: ‘pisteúō, boēthei mou tē apistía’, 9,24).

Tercera escena

El milagro ya ocurrió y estando aparte Jesús con sus discípulos, en el ambiente privado de la casa, uno de los lugares preferidos del discipulado en este evangelio, dialogan sobre el por qué antes ellos no fueron capaces de hacer el milagro.

Y entonces vuelve el tema de la fe. Jesús dice que algunos exorcismos sólo pueden ser llevados a cabo a través de la oración.

La palabra ‘fe’ no aparece explícitamente. Pero ¿qué es la oración, sino la expresión de un acto de fe? Precisamente hacía poco el papá del niño había hecho un acto de fe mediante una oración a Jesús: ‘Creo, ayuda mi incredulidad’ (9,24).

Esta oración tiene dos partes: un ‘creo’ y una petición de ayuda para que esta unión a Jesús, por medio de la fe, para que esta crezca y sea purificada.

Podemos notar la ironía de que el evangelio arroja sobre los discípulos. Los discípulos que antes, en su experiencia misionera en Mc 6,13, habían sido capaces de sanar enfermos y expulsar demonios con gran eficacia, ahora están bloqueados.

Ahora, en esta nueva etapa, cuando ha empezado el camino hacia la cruz pascual de Jesús, se hace notar que ellos tienen que aprender que la fe toma cuerpo al interior la entrega total al Maestro, la invocación que pide ayuda y el reconocimiento de los propios límites.

Y eso ocurre precisamente en un contexto en el que los discípulos, comenzando por Pedro, han comenzado a darle la espalda al anuncio de la cruz.

Cuando se le da la espalda a la cruz, la misión de la Iglesia se vuelve ineficaz, no hay milagros ni transformaciones. Es como si se hubiera tomado distancia de Jesús en lo fundamental. Es de la unión total con él que depende todo.

2. Jesús se revela como vencedor del mal

Hasta aquí hemos leído este pasaje desde su núcleo dramático, el de la fe. La fe que le faltaba a los discípulos y de la que fue capaz un padre de familia atribulado. Pero también hay otro énfasis: la cuestión de la identidad de Jesús: ¿Quién es Jesús?

En esta historia vuelve a quedar claro, como se ha hecho desde el primer día de misión en Cafarnaum (1,21-28) y en sus numerosas batallas contra el mal (ver Mc 3,22-30), desde el endemoniado de Cafarnaum hasta el geraseno (5,1-20), que Jesús tiene poder sobre las fuerzas del mal que desencadenan un reino de la muerte (el niño quedó como un cadáver, 9,27). Lo cual confirma su identidad de Hijo de Dios.

En el acto mismo del exorcismo hay un detalle revelador. Por una parte, el narrador observa que el niño ‘quedó como un cadáver’ y hace sentir la voz de la gente que dice: ‘Está muerto’ (9,26).

Por otra, enfoca la acción de Jesús con tres términos precisos: ‘lo tomó de la mano’, ‘lo despertó’ y él “se levantó’. Los términos ‘despertar’ (‘egeirō’, en griego) y ‘levantar’ (‘anístēmi’, en griego) pertenecen al vocabulario de la resurrección.

En Mc la victoria sobre la potencia del mal es señal de la venida del Reino de Dios. Y este Reino acontece por medio de la muerte y resurrección. No olvidemos que el contexto de esta historia, antes y después, el anuncio de la cruz pascual de Jesús.

3. La transformación de un papá

Es enternecedor este papá que pide a Jesús un milagro para que sane a su hijo. Antes que la fe, prevalece en él el amor paterno. Y desde su dolor y desesperación, hace el camino hacia Jesús.

Repasemos el proceso de transformación por la que pasa este padre de familia.

Primer paso

No parece estar seguro de quién es la persona a quien confiarle la curación de su hijo; él lo trae donde Jesús, pero luego se dirige a los discípulos (9,17). Aunque esto se comprende por la ausencia de Jesús, quien estaba en el monte donde se transfiguró (9,2-23). Inicialmente no sabe quién es Jesús, ni siquiera parece haberlo tratado antes, sólo sabe que puede hacer el milagro.

Segundo paso

Parece dudar de la real eficacia del Maestro: ‘Si tú puedes…’ (9,22). A este punto tampoco es claro de quién está hablando este papá, ya que habla de ‘nosotros’; el enfermo es el hijo, pero el papá se identifica con la situación de su hijo, como si fuera un único sufrimiento. Además, al principio era claro que quería la curación de su hijo (9,18), ahora pide algo impreciso, junto con la compasión del Maestro (9,22).

Tercer paso

La respuesta de Jesús destapa lo que está a la base de esta inseguridad del papá: la incredulidad. Sólo en el momento en que el papá reconoce que es débil en este punto y pide ayuda al respecto, el mal espíritu comienza a ser vencido.

Este cambio en el papá es el preludio de la sanación del hijo.

En la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos acerca de por qué no fueron capaces de hacerlo ellos (9,28), queda claro que el punto de giro estaba en la oración.

No se trata de una oración cualquiera, sino de la que había hecho el papá: su grito orante, que hace una profesión de fe en Jesús y que al mismo tiempo reconoce su propia debilidad.

Este grito orante hace posible la transformación tanto del padre y hace de la obra en el niño el terreno del señorío de Jesús sobre el mal y de su manifestación como Hijo de Dios.

4. En pocas palabras… ¿Por qué a veces ‘no podemos’ contra el mal?

Este evangelio ha jugado con la palabra ‘poder’ (seis veces: 9,18.22.23.23.28.29).

Los discípulos ‘no pueden’ (9,18.28). El papá al principio duda: “Si tú puedes” (9,22). Y Jesús lo corrige: ‘¿Cómo así que si puedo?’. Y le da la clave: ‘Todo es posible para quien el que cree’ (9,23). Entonces el papá entiende y hace el acto de fe (9,24).

Jesús no desprecia la fe de los sencillos, fe que se contrapone a la incredulidad de sus discípulos, a quienes acusa de generación incrédula que le exaspera: ‘¿Hasta cuándo me los voy a aguantar?’ (9,19).

Los discípulos piensan que hacer milagros es cuestión de técnica, como si fuera un truco. Ninguna técnica, ningún truco, sólo el poder de Dios puede sanar al niño.

Ante la potencia de Jesús, el papá baja la mirada. Su fe es frágil, apenas está comenzando. Y pronuncia una oración corta, pero inmensa. Una invocación en la que se doblega ante la voluntad de Dios.

Pues sí, esta fe es suficiente para sanar a tu hijo y a tu familia entera. Es suficiente porque es auténtica, sincera.

El papá resultó escuchado y los discípulos regañados. Sanar no es un juego, sino una cruz que Jesús elige llevar en la oración. Ellos no parecían todavía dispuestos a cargar esa cruz. ¿Y yo?

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