Lectio divina “Palabra vivificante”. P. Fidel Oñoro cjm
Lucas 1, 26-38: Un “sí” puede cambiar la historia
El ángel Gabriel, el mismo que “estaba de pie a la derecha del altar del perfume” (Lc 1,11), cambió de lugar. Voló de la inmensa explanada del Templo de Jerusalén hacia una casita cualquiera, sencilla y de un solo cuarto, en Nazaret.
Es un viaje sorprendente: del sacerdote anciano a una joven doncella, de la ciudad de Dios a una aldea sin historia ni importancia, de lo sagrado a lo profano. El cristianismo no comienza en el templo, sino en una casa de familia.
Allí el ángel Gabriel encuentra a María y le entrega su vocación y misión. La vocación de María para ser la madre del Mesías es única, pero permanece como el modelo para cada uno de nosotros que estamos llamados a “encarnar el Verbo” en esta Navidad que se aproxima.
En esta ocasión vamos a leer este relato de la anunciación a María poniendo atención a la manera como llega a dar el “sí” al llamado para cooperar en el plan de Dios.
1. Tres palabras que dan fundamento a la vocación de María (1,28-29)
El relato comienza ubicándonos en el tiempo (seis meses después de la concepción de Juan) y en el espacio (Nazareth, ciudad de Galilea). Luego nos presenta el personaje central, María, y nos da algunas informaciones sobre ella: su desposorio con José, de la descendencia de David, y su virginidad.
Con todos estos datos iniciales, el relato se concentra en la narración del llamado que Dios le hace a María por medio del ángel Gabriel.
En cada una de las tres primeras palabras del Ángel hallamos un contenido profundo en el que se delinea lo que Dios hace en ella:
(1) “Alégrate”
(2) “Llena de gracia”
(3) “El Señor está contigo” (1,28).
Uno, la invitación a alegría en el Señor: “¡Alégrate!”
La primera palabra del ángel es “Alégrate”. Se entiende: ponte contenta, sé feliz, dale espacio al gozo, como una puerta se abre al sol. Dios está aquí, viene a ti con un abrazo, con una promesa de felicidad.
El Ángel le anticipa a María que el anuncio será para ella motivo de inmensa alegría, que la palabra del Señor va a tocar lo más íntimo de su ser y que su reacción al final no podrá ser otra que la exultación.
Es de notar que la alegría de María no será inmediata, sino que hará su camino interior hasta que explote en el canto feliz del “Magníficat”, cuando dirá: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (1,47).
Dos, la plenitud de la gracia divina: “¡Llena eres de gracia!”
Enseguida se da el motivo de tanta alegría: Dios le hace conocer la inmensidad de su amor predilecto por ella, cómo ha puesto sus ojos en ella, colmándola de su favor y
de su complacencia, con un amor total, definitivo e irrevocable.
En griego se dice “Kejaritomene”. Una sola palabra en griego, pero en español se traduce con cuatro: “Llena eres de gracia”. Esta palabra nunca había resonado en la Biblia, es la primera vez que aparece. Es un nombre nuevo que Dios le da, el nombre nuevo de su vocación, nombre que tiene el poder de sorprender a María.
Quiere decir: “Todo el amor de Dios está dentro de ti”, eres perfectamente amada, amada desde siempre y para siempre. El amor de Dios llena tu corazón y se irradia en ti como belleza.
Y ese nombre nuevo de María, el nombre de su vocación, “Amada-para-siempre”, es también nuestro propio nombre: buenos y menos buenos, cada uno amado para siempre. Pequeños o grandes, todos continuamente por dentro llenos de cielo.
Se trata del anuncio de una novedad. María no está llena de gracia porque haya respondido “sí” a Dios, sino porque Dios fue el primero en decirle “sí” a ella, un sí fuerte, limpio y sin condiciones. Y dice “sí” a cada uno de nosotros, antes de que respondamos. Que yo sea amado depende de Dios, no de mí.
Tres, la ayuda fiel de Dios: “¡El Señor está contigo!”.
Porque Dios ama entrañablemente a María se pone a su lado y se compromete a ayudarla de manera concreta en su misión. Dios le hizo esta promesa también a los grandes vocacionados de la Biblia (Jacob, Moisés, Josué, Gedeón, David, Jeremías…), los grandes servidores que hacen avanzar el plan de Dios; pero ahora es la primera vez que se la dice a una mujer.
“El Señor está contigo”. Cuando en la Biblia Dios le dice a una persona “Yo estoy contigo” le está consignando un futuro bellísimo y arduo. La está convocando para que se convierta en colaboradora de la historia más grande y maravillosa que ocurrido en la tierra, la venida del Hijo de Dios en la carne.
Y la reacción de María es la perplejidad. Todavía no llega el “Sí”. La primera respuesta de María en realidad es el estremecimiento, esa agitación interna que ocurre cuando se te descoloca la vida.
El ángel recalca entonces, la segunda afirmación, el “Llena eres de gracia”. Esta afirmación es tan importante que el ángel la repite, “Has hallado gracia ante Dios” (1,30), y con ella va al encuentro del estremecimiento de María.
La superación del temor y la confianza que se necesita para poder responderle al Señor con total entrega, provienen de la certeza de su amor.
2. Tres tareas para María (1,30-33)
María es llamada para colocarse completamente al servicio de Jesús dándole existencia humana a partir de su capacidad natural de mujer.
El ángel expone las tres tareas de este servicio:
(1) “Vas a concebir…”
(2) “Darás a luz un hijo…”
(3) “Le pondrás por nombre Jesús” (1,31).
La concepción ocurrirá enseguida, el parto vendrá nueve meses después. Pero su misión no se limita sólo a esto, al pedirle que le ponga el nombre al niño, Dios le está solicitando que se ocupe de su desarrollo plenamente humano del Hijo de Dios, que lo eduque.
Así, el servicio de María implica entrega total en el don de todo su ser, de todo
su tiempo, de su feminidad, de sus intereses, de todas sus capacidades, de su
proyecto de vida al servicio de la obra que Dios emprende en el mundo por medio de su hijo Jesús.
Este niño que dará a luz será hijo de la tierra e hijo del cielo, hijo suyo e hijo del Altísimo, y se “sentará sobre el trono de David para siempre”.
De nuevo nos damos cuenta de que el “sí” de María no llega de forma inmediata. Un lector se lo esperaría, pero no, hay retardo en la respuesta. Porque hay discernimiento, que es la verdadera escucha., y la segunda una pregunta: “¿Cómo será esto?” (1,34).
María, en la flor de la vida es madura e inteligente, quiere entender por qué camino se colmará la distancia entre ella y las palabras del ángel, palabras inéditas, que nunca se habían escuchado en la tierra.
Preguntar no es dar señales de falta de fe, sino todo lo contrario. La pregunta proviene de la necesidad de crecer en la conciencia de lo que está sucediendo.
Tres, dos páginas, una de la Biblia y otra de la vida, se abren ante María (Lc
1,35-38)
El Ángel le responde a María con el anuncio de la acción del Espíritu Santo que fecunda su vientre virginal.
En su respuesta, remite a dos páginas vibrantes, una de la Biblia y la otra de la vida.
Uno, “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (1,35).
La primera, la de la Biblia, narra precisamente uno de los episodios más bellos del libro del Éxodo, cuando una nube oscura y luminosa al mismo tiempo habitó la tienda del encuentro, la llenó con su gloria y allí estableció su presencia (Ex 40,34).
La acción eficaz de Dios pone a María “bajo su sombra”. Sobre María se repite la imagen bíblica de la “Shekiná”, que es la gloria de Dios que desciende para habitar en medio de su pueblo en la “tienda del encuentro” o “tienda de las citas divinas”. Se trata de una imagen muy diciente.
Aquí vemos la realidad de la promesa: “El Señor está contigo” (1,28). Es el Señor quien obra en María lo que le pide: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo que cubrirá con su sombra” (1,35).
La gloria del Señor que viene a habitar en María es el Espíritu Santo, potencia vivificante de Dios, generadora de vida, narrada desde la página de la creación (Gn 1,1-2).
Retomando lo esencial podemos decir que la acción del Espíritu en María es la
expresión concreta:
(1) del auxilio de Dios en la misión que debe cumplir: ser madre del Salvador,
(2) del poder de Dios creador,
(3) del tipo de relación que Dios quiere establecer con ella y con la humanidad:
una cercanía casi total, un abrazo amoroso que le da plenitud a su existencia al
sumergirla en su propia gloria.
Pues bien, con su potencia vivificante, creadora, Dios hace capaz a María de colocarse al servicio de la existencia de Jesús. Por lo tanto, María es el lugar donde se cumple la acción poderosa del Dios creador, y Jesús es el nuevo comienzo, en quien se ofrecerá esta vida plena que viene de Dios y se realiza en Dios.
Dos, “Ahí tienes a tu pariente Isabel, que en su ancianidad también ha concebido un hijo…” (1,36).
Pero también hay otra resonancia amable que proviene del libro de la vida y de los afectos: es el sexto mes del embarazo de la pariente Isabel. Es un: “Mira lo que Dios ha hecho en Isabel, a quien tú conoces bien, la mujer que no podía dar vida”.
Con una promesa que ya puede verificarse en la vida, María es interpelada: “no será imposible ninguna palabra que proviene de Dios” (1,37, que traducimos literalmente).
Todo lo que el Espíritu hace en María está en función de Jesús. El Mesías entra en la historia humana por medio de la acción del Espíritu creador de Dios en María. Y todo ello proviene de la palabra de una promesa que viene de la boca de Dios, una palabra que no acepta imposibilidades.
Cuarto, un “Sí” que cambia la historia (1,33)
Con las palabras del ángel, María queda envuelta en ese torbellino mismo irresistible de vida y por fin da el “sí”: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” (1,38).
“Siervos del Señor” son los grandes personajes del Antiguo Testamento que Dios eligió para hacer avanzar su plan de salvación con su pueblo. En esta galería de grandes personajes servidores de Dios entra por primera vez una mujer con este título: “Sierva del Señor”.
Pero hay más. El término, que literalmente es “esclava”, podría ser mal interpretado. En la Biblia la sierva no es la doméstica, la mujer de oficios varios. Sierva del rey es la reina, la segunda después del rey: tu proyecto será el mío, tu historia será mi historia, Tú eres el Dios de la alianza, y yo tu aliada. “Soy la sierva” quiere decir: “soy aliada del Señor de las alianzas”.
Así como el de María, nuestro “He aquí la sierva”, puede cambiar la historia. Con su “sí” y con su “no” al proyecto de Dios, todos pueden introducir nacimientos y alianzas en el calendario de la vida.
Todo se hace posible gracias al “sí” de María.
La obra de Dios es decisiva, pero el “Sí” de María también lo es. María es alfabeto de esperanza, modelo de lo humano, posibilidad de alegría. Sin su “sí” nuestro cristianismo resultaría triste, empobrecido de la toda la dimensión gozosa y danzante del magníficat que viene enseguida.
Como hemos visto en esta Lectio, en el evangelio de la anunciación nos encontramos con la primera vez de muchas cosas. Pero de todas ellas hay una fundamental, que sobresale al final: es la primera vez, en los diálogos con el “cielo”, que a una criatura de la tierra se le concede el poder decir la última palabra. Un “sí” puede cambiar la historia.
* * * * * * *
Oremos…
“Jesús, que vives en María,
ven a vivir en nosotros
con el espíritu de santidad,
con la plenitud de tu poder,
con la perfección de tus caminos,
con la fuerza de tus virtudes,
con la participación de tu misterio.
Por la fuerza de tu Espíritu
triunfa en nosotros sobre todo poder adverso”.
Amén.
(J. J. Olier)
* * * * * * *
“El Señor asume un cuerpo como el nuestro, no se contenta simplemente con revestirse de él, sino que quiere hacerlo naciendo de una virgen sin culpa ni mancha, que no conocía hombre. Aún siendo omnipotente, en esta virgen él se edifica su propio cuerpo como un templo y, manifestándose y morando en él, se vale de él”
(San Atanasio, Padre de la Iglesia en el s.IV dC)