Lectio Divina ‘Palabra vivificante’. P. Fidel Oñoro Consuegra cjm
Isaías 29, 17-24: Es tiempo de cambio
En estos días el panorama urbano se transforma con los arreglos navideños y con el ambiente sabroso que se comienza a sentir.
El profeta Isaías nos da hoy una pista para que comprendamos una transformación más profunda que Dios está realizando, una transformación que sólo capta quien sabe pasar de las decoraciones forzadas y artificiales a aquellas más auténticas que se dan en la naturaleza.
El profeta observa la lenta pero irresistible transformación de la naturaleza: ‘Dentro de muy poco tiempo la selva del Líbano se convertirá en huertos, y los huertos serán como bosques’ (29,17).
La anotación ‘dentro de muy poco tiempo’ tiene una triple enseñanza:
Primero, que hay que respetar los tiempos de la acción de Dios.
En esto de la vivencia de la esperanza lo primero que suele pasar es que uno pierda la paciencia porque las cosas no llegan.
Segundo, que si bien no hay que precipitarse, de todas maneras no debe salirse del corazón de uno la certeza de que lo esperado ¡Ya viene!
Tercero, que hay que observar las etapas y valorarlas. Dios es pedagogo, por eso arma procesos. Podemos notar un crecimiento progresivo en las tres imágenes de un reverdecimiento que llega hasta la exuberancia: ‘la estepa, el huerto, la selva’.
Luego, trasponiendo el resurgir de la naturaleza al campo de la vida humana, el profeta nota cómo la vida se restaura en sus diversas dimensiones (29,18-21):
Primero, se curan las deficiencias físicas y espirituales, simbolizadas en la ceguera y la sordera (29,18)
Precisamente en Is 6,9-10 (que todos los evangelios citan a propósito de la incomprensión del misterio del Reino; por ejemplo, Mc 4,11-12) el Señor había castigado al pueblo por la mala voluntad de ellos, con la incapacidad de captar la revelación.
Ahora el castigo se revoca: ‘Aquel día los que estén sordos oirán cuando se lea la Escritura, y verán los ciegos, ya sin sombras ni tinieblas en los ojos’.
Todo el pueblo, entonces, es capaz de leer, comprender y vivir la Biblia.
Segundo, se supera la pobreza (29,19)
Las penalidades causadas por la falta de recursos económicos se terminan y comienza para todos ellos un nuevo tiempo de alegría y regocijo: ‘Los que sufren volverán a alegrarse con el Señor, los pobres gozarán con el Dios Santo de Israel’.
Tercero, se restablece la justicia (29,20)
Ya no hay espacio para ninguna forma de tiranía ni de abuso, porque los causantes de las desigualdades sociales y de toda acción dañina sobre la sociedad son juzgados: ‘han sido eliminados los que se desvelaban por hacer el mal, los que hacían falsas denuncias y en el tribunal impedían la defensa y hundían sin motivo al inocente’.
Ante este cuadro espectacular de la nueva humanidad, el pueblo de Israel siente que puede levantar la cara ante los demás pueblos porque el oprobio, que era la contradicción interna a nivel espiritual (no comprender a su propio Dios) y social (la pobreza y la tiranía), fueron definitivamente superados: ‘No se avergonzará en adelante Jacob, ni en adelante su rostro palidecerá’ (29,22).
Por el contrario, ahora se sienten fortalecidos para confesar que Dios es poderoso: ‘santificarán el nombre’ (29,23).
Así como el Señor en una ocasión ya le había dado como señal de su gloria al profeta el nacimiento de su hijo (ver Is 8,3), todos los israelitas al ver a sus hijos comprenden la obra del Dios de la vida y de la historia.
De hecho, la historia de la salvación -desde los tiempos de los patriarcas (29,22ª) hasta ahora- es obra de las manos de Dios. Quien aprende a mirar la vida con los ojos de esta profecía sabrá reconocer, precisamente en esta historia, la santidad de Dios, su trascendencia, el rumor discreto de sus pasos dentro de todo lo que vivimos.
Incluso la gente incrédula -recordemos al pueblo que critica a Dios en el caminar por el desierto- al ver todo esto sabrá sacar buenas conclusiones: ‘Y por fin comprenderán los desorientados, y los que protestan aprenderán la lección’ (29,24).
Jesús es el MESÍAS que realiza esta profecía cuando les abre los ojos a los ciegos (Mt 9,27-31).
Él lleva al hombre a ver la obra de Dios en la historia con los ojos de la fe.
Para ello, lo primero que cura es la fe, por eso pregunta: “¿Creéis que puedo hacer eso?” (v.28); y enseguida agrega: “Hágase en vosotros según vuestra fe” (v.29).
Oremos…
‘’Jesús, que vives en María,
Ven a vivir en nosotros
con el espíritu de santidad,
con la plenitud de tu poder,
con la perfección de tus caminos,
con la fuerza de tus virtudes,
con la participación de tu misterio.
Por la fuerza de tu Espíritu
triunfa en nosotros sobre todo poder adverso’.
Amén.
(J. J. Olier)