Cada año, la Iglesia universal dedica el mes de octubre a recordar su esencia más profunda: ser misionera por naturaleza. No es un simple tiempo en el calendario, sino una invitación del Espíritu Santo a renovar nuestro compromiso de llevar el amor de Cristo a cada rincón del mundo, empezando por nuestros propios hogares y comunidades.
El Papa Francisco nos recuerda que todos los bautizados somos discípulos misioneros, llamados a anunciar con alegría el Evangelio. Octubre se convierte, entonces, en una oportunidad para reavivar el fuego interior, para volver a escuchar esa voz de Jesús que dice: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia” (Mc 16,15).
Ser misionero no significa necesariamente viajar a tierras lejanas. La misión comienza en lo cotidiano: en una palabra amable, en un perdón ofrecido, en una oración por quien sufre, en el testimonio silencioso de una vida que refleja a Cristo. Cada gesto de amor es una pequeña misión cumplida.
Este mes misionero nos invita también a mirar a María, la primera discípula y misionera, quien llevó a Jesús en su seno y lo ofreció al mundo. A su ejemplo, aprendemos a decir cada día: “Hágase en mí según tu palabra”, dejando que el Espíritu Santo actúe en nosotros para ser instrumentos de paz, esperanza y consuelo.
Que este octubre no pase desapercibido. Que sea un tiempo para encender el corazón y salir al encuentro del otro, especialmente de quien más necesita sentir el amor de Dios. Porque la misión no es tarea de unos pocos, sino el don y la responsabilidad de todos los que hemos sido alcanzados por la luz del Evangelio.
Ven, Espíritu Santo, y enciende en nosotros el fuego de tu amor, para que seamos testigos valientes y alegres de Cristo en el mundo.