El Señor desea que su Pueblo le sea fiel, por esto nos invita en el libro del Deuteronomio a cumplir los mandamientos del Señor con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma. Dios ha buscado un pueblo y lo ha apartado, es decir, lo ha elegido de tal manera que le ha permitido ver su misericordia.
Este pueblo también es consagrado al Señor y dicha consagración se hace por medio de Jesucristo,
Al momento de entablar una relación con Dios, vemos dos caras de la moneda. Por un lado, la declaración de fe del hombre, y por otro lado es la esperanza que el Señor tiene en nosotros. Debemos pedirle a Dios que nos permita caminar en su Palabra, en sus mandamientos y en su corazón; es reconocer que en Dios encontramos la luz y la verdad que necesitamos.
Encontramos una respuesta clara por parte del Padre: Tú eres mi pueblo, tú eres mi propiedad; tú eres mío. Por lo tanto, con esta respuesta de Dios comprendemos que su voluntad se ha cumplido y nos da una promesa, ser grandes por su Poder. Al entregarnos plenamente a Dios, tenemos claro algo y es que, en nuestro Padre, la vida se nos llena de su Gloria. Es una metanoia (Transformación) completa del ser, es una renovación desde dentro de nuestras vidas.
Dios, al habernos aceptado como Pueblo suyo nos hace partícipes del amor, de la alegría de la vida y de una promesa clara, ser sus elegidos y amados en todo momento y lugar de la existencia.