Hermanos y hermanas, la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado mucha reflexión y también bendiciones, una de ellas es el regalo del infinito y eterno amor de nuestra madre María, quien sufrió el calvario de su hijo, recibió su cuerpo sin vida y lo dejó en el sepulcro; en todo este proceso derramó sus lágrimas, lágrimas que más que dolor, son de amor y comprensión al sacrificio de Cristo por la bendita obra de Dios; todas sus lágrimas de amor son recibidas por nosotros hoy en día también.
Ella nos ama de la misma manera que amó a nuestro Señor, porque Él siempre se mostró frente a nosotros como un Dios bondadoso, pero ante todo como un hermano protector, que ofreció su vida por todos nosotros. Al igual que Jesús, María nos muestra las infinitas obras de caridad y bondad, hoy y siempre, pues ella nos acompaña en todo momento y quiere siempre lo mejor para nosotros; así como lo decimos con fe en nuestras oraciones, ella ruega por ti y por mí, que somos pecadores y sufre también cuando en vida nos matamos, a través de los odios, las malas acciones y los vicios del mundo.
Hoy el llamado es para que juntos recibamos el amor de nuestra madre bondadosa que nos llena el alma; para que sus lágrimas sean sólo de alegría por vernos de nuevo en su camino y para que también propaguemos nosotros el testimonio de su infinita Gracia, porque por ella nació Cristo y por ella nosotros no quedamos en el abandono nunca.
Aprovechemos este Sábado Santo para acercarnos a ella, a su dolor. Sintamos el dolor de Cristo en nuestro corazón y sólo así podremos resucitar en vida junto a Él este Domingo de Resurrección. Que nuestras alabanzas y gozos sean para la gloria eterna de nuestra queridísima madre María, nuestro Señor Jesucristo y su Santo Espíritu y para nuestro padre Dios que cuida de nosotros y habita en nuestra alma.