Jesús, el Hijo de Dios por quien todo fue creado, inició su ministerio público con el actuar del Espíritu Santo en su vida (Mc 1, 9-11). Jesús obró maravillas en el nombre del Padre por su poder. Acercándose al final de su ministerio, el Evangelio según San Juan 14, 25 cuenta que Jesús prometió a sus discípulos que vendría el Paráclito, el que los acompañaría en todo momento mientras anunciaban la buena nueva.
En este tiempo de Pascua estamos viviendo un tiempo especial de alegría, en el cual Cristo recuerda el amor tan grande que ha tenido con la humanidad. Él nos ha encargado a todos que seamos fieles a su Palabra y que esperemos la Gran Promesa que está por llegar. Muchos no creyeron, otros perdieron la fe y se desanimaron, y algunos estaban preparados para ver con sus ojos todo lo que habían escuchado. El tiempo de Pascua nos recuerda la alegría que debe vivir el cristiano, el ánimo que debemos mantener, aunque sintamos que no avanza nada y la confianza plena de que llegaremos al Reino de los Cielos.
En el segundo capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos cuenta cómo fue la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y María. Fue una experiencia renovadora para todos los que estaban ahí. María, quien es por excelencia el modelo de ser cristiano en esta vida, está llena del Espíritu Santo. Ella, quien es la Theotokos (Madre de Dios), la Kejaritomene (Llena de Gracia), es quien está intercediendo constantemente por nosotros para que seamos fieles a su hijo.
La promesa del Espíritu Santo es para todo aquel que abre su corazón al Señor, para que éste renueve con su fuego abrasador lo que ha quedado estancado en el tiempo. Estamos felices por este gran Pentecostés que celebraremos en el Coliseo Hernán Jaramillo Botero, en el Colegio Agustiniano del Salitre. Será un gran espacio para ser transformados con la llama de su amor y anunciar al mundo que Cristo está vivo.