La mujer que se hizo mendiga para los pobres

Terminamos nuestro itinerario con Juana Jugan, la mujer que inició su santidad mientras guardaba el ganado y aquella que descubrió el cristianismo del corazón en la enfermería. Aquí no termina su vida tan rica en bondad. De ella se puede decir: pasó por el mundo haciendo el bien, como Jesús. Para terminar esta secuencia, quiero hacer un acercamiento a Juana como una mujer que se hizo mendiga por los pobres (L’Osservatore Romano, 2009). La chispa inicial de este fuego de caridad en Juana la encontramos en el año 1839, cuando se encuentra con una anciana ciega, enferma y totalmente abandonada. Esto le impactará profundamente en su vida y tan sólo dos años después alquila un local para atender a doce ancianas. Luego hizo crecer esta misión a través del alquiler de otro espacio para cerca de cuarenta ancianas, labor a la que se unieron otras jóvenes. ¡Cuánta iniciativa la de Juana! También hoy a nosotros nos enseña la necesidad de dejarnos interpelar e impactar por la realidad. En ella las palabras no estaban lejos de las acciones concretas (cf. Papa Francisco, 2019). Que Dios nos libre de no saber combinar vida y Evangelio.

Para poder sostener esta iniciativa, Juana se valió de todos los medios de su entorno, pero especialmente, gracias a la iniciativa de un amigo suyo, salió a callejear y a buscar alimento para los pobres. De esta manera, en 1845 recibió el premio al “francés pobre que haya hecho durante el año la acción más virtuosa”. De esta manera se propagó la iniciativa por todo el mundo mediante el establecimiento de otras fundaciones.

Quisiera dedicar la última parte de este artículo a este relato que hace L’Osservatore Romano sobre lo sucedido después con las fundaciones y la vida de Juana Jugan:

En 1843, cuando Juana volvió a ser elegida superiora, el padre Le Pailleur, consejero desde los comienzos de la obra, inesperadamente y con su sola autoridad anuló la elección y nombró a Marie Jamet (21 años) en su lugar. Juana vio en ello la voluntad de Dios y se sometió. Desde ese momento y hasta 1852, sostuvo su obra por medio de colectas, yendo de casa en casa, animando con su ejemplo a las jóvenes hermanas sin experiencia, y obteniendo las autorizaciones oficiales necesarias para el desarrollo del instituto.

En 1852, el obispo de Rennes reconoció oficialmente la congregación y nombró al padre Le Pailleur superior general de la misma. Su primer acto fue llamar definitivamente a Juana Jugan a la casa madre, donde vivió retirada los últimos veintisiete años de su vida. ¡Misterio de ocultamiento! Durante todo ese tiempo, las jóvenes hermanas ni siquiera sabían que ella era la fundadora. Pero Juana, viviendo entre las novicias y postulantes, cada vez más numerosas a causa de la extensión de la obra, transmitía con su serenidad, su sabiduría y sus consejos el carisma de la congregación que ella había recibido del Señor.

Murió el 29 de agosto de 1879, después de haber pronunciado estas últimas palabras:  «Padre eterno, abrid vuestras puertas, hoy, a la más miserable de vuestras hijas, pero que tiene un deseo tan grande de veros… ¡Oh María, mi buena Madre, ven a mí! Tú sabes que te amo y cuánto deseo verte».

El ejemplo de esta santa nos ayude a buscar en todo la voluntad de Dios y sin dependencia a los criterios de interés humano.

Bibliografía

L´OSSERVATORE ROMANO (2009). María de la Cruz (Juana) Jugan (1792-1879). Roma: Edición semanal en lengua española. Disponible en http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/2009/ns_lit_doc_20091011_jugan_sp.html

PAPA FRANCISCO (2019). Mensaje del Santo Padre Francisco a los participantes en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Disponible en http://w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2019/documents/papa-francesco_20191201_messaggio-carolina-schmidt.html

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1 comentario
  1. Josè Osorio C

    «Padre eterno, abrid vuestras puertas, hoy, a la más miserable de vuestras hijas, pero que tiene un deseo tan grande de veros… ¡Oh María, mi buena Madre, ven a mí! Tú sabes que te amo y cuánto deseo verte».

    ¡Que Dios nos permita repetir esta mismas y confiadas palabras a la hora de nuestra muerte.!

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