La jerarquía de la Iglesia:

En varios pasajes de los Evangelios se observa que Cristo confiere autoridad a sus discípulos para que estos se conviertan en cabeza de la comunidad; incluso destaca a Pedro como la cabeza de su Iglesia.

La constitución de la autoridad en las primeras comunidades:

Es claro que, en los inicios del cristianismo, los doce, junto con otros que les ayudaron en su misión, se encargaron de consolidar las distintas comunidades cristianas. Fueron investidos con la autoridad que Cristo les otorgó y respaldados por la gracia impartida por el Espíritu Santo. Por lo tanto, después del primer siglo, ya se mencionan ciudades con comunidades muy fortalecidas, cuyos líderes fueron los primeros apóstoles.

El don dado a los demás:

Pablo, en sus cartas, ilumina lo que hoy se conoce como la sucesión apostólica. La Iglesia, al consolidarse como una sociedad espiritual, ha visto la necesidad de institucionalizar ciertos dones del Señor. Es por esto que el don recibido del Señor por pura gracia se transmite mediante la imposición de manos (2 Timoteo), capacitando y fortaleciendo a quienes reciben esta gracia de Dios para enfrentar la misión de pastorear al rebaño.

Obispos, sacerdotes y diáconos:

La Iglesia es rica en carismas y cada uno tiene un lugar especial ante Dios en su Iglesia. La acción del Espíritu de Dios ha perdurado hasta nuestros días mediante la transmisión del don del Espíritu Santo entre los sucesores de los apóstoles, que son los obispos. Estos han recibido el encargo de ser los custodios del mandato de Cristo, de la difusión del Evangelio. Han sido específicamente comisionados para continuar la obra que Cristo inició y así proclamar el Reino de los Cielos a todo el mundo.

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